Palabra clave

lunes, 12 de noviembre de 2007
“¿Cómo se llamaba?”, me repetí incesantemente mientras él se perdía absorbido por la multitud del andén. Minutos antes, compartiendo vagón, había vuelto a sentir el fuego helador de antaño en un par de cruces de miradas. Pronunció su nombre durante la conversación telefónica que mantuvo en el trayecto, y me concentré en guardarlo en el bolsillo de la memoria, como una llave maestra que podría conducirme hasta él: era lo único que conocía de su persona.

Ensimismada, apenas me di cuenta de que se disponía a apearse en la siguiente estación, abandonando el vagón de ese tren al que nuestras vidas, fortuitamente, se subieron a la par. Yo también me bajé, no podía dejar perderlo sin haberlo intentado antes. Debía gritar su nombre, pero… ¿cómo era, cómo se llamaba…? “¡Javier!”, escupí finalmente, y logré que se volviera. Y en ese momento construimos un puente entre nuestras miradas, que sirvió para que, desde entonces, compartiésemos el mismo lado del río.



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