Frases del walterismo (y II), Felipe Benítez Reyes

miércoles, 21 de abril de 2010
—Con algunos tramos de nuestra vida pasa igual que con los efectos especiales de las películas anteriores a la Era Informática: un edificio se derrumba o un barco se estremece en medio de la tempestad y se nota perfectamente que se trata de una maqueta. (...) Con algunos tramos de la vida (...) pasa igual: todo parece falso. Un decorado. Unos efectos especiales ideados por un electricista chapucero.

—Los caminos se te ponen a la vista y tú eliges éste o el otro para llegar a la Nada, que es el único sitio al que llevan los caminos que uno elige en la vida.

—La vida... (...) Ese gran microcosmos que miramos con microscopio cuando se trata de nuestro sagrado microcosmos personal y que, en cambio, observamos con telescopio cuando se trata del microcosmos errabundo de los otros, esos flotantes y esforzados asteroides que giran alrededor de nuestra órbita suplicando un poco de existencia real en nuestro pensamiento.

—El pasado es como un perro atropellado en la carretera. Y ese perro eres tú.

—El mundo es como una gran coctelería, con millones de barmen ciegos que experimentan en una tiniebla cosmogónica.

—La memoria ofrece hospedaje de inmediato al horror, a la ridiculez y a la vergüenza.

—El instinto se equivoca a veces. Y a veces el destino se equivoca. Si no se equivocaran, ya no serían ni instinto ni destino: serían las ciencias más macabras del mundo, porque nuestra vida se convertiría en un guión que tendríamos aprendido de antemano: pequeños hamlets con almas mecánicas, diseñados por la empresa multinacional del Hado, camino del Hades o del País de las Hadas, según el caso.

—Todo en la Naturaleza es equilibrio, y no por ninguna clase de ideal estético, sino por la cuenta que a la propia Naturaleza le trae.

—El pelo se te cae. Los glaciares se derriten. Las selvas amazónicas se convierten en desiertos. La tierra es una incesante máquina de destrucción, una compulsiva alopecia general.

—Hay días (...) en que le pegarías fuego a tu propia alma por el simple gusto de destruir algo.

—El alcohol es milagroso: armoniza las desgracias. Arrastras tres o cuatro desgracias, te empapas de alcohol (...) y las tres o cuatro desgracias se convierten en una sola desgracia, en una Desgracia abstracta e inconcreta.

—Cualquier sitio es maravilloso si el sitio en el que estás se convierte en un infierno y comienzas a temer que ese infierno acabe gustándote porque te sientes importante dentro de él.

—El alma humana es como las alcantarillas: no hace falta bajar a una alcantarilla para saber que allí hay ratas.

—La gente se queda inmóvil cuando teme que el mundo se mueva más de la cuenta. Te dan una mala noticia y te quedas paralizado porque el instinto te dice que la realidad sólo adquiere rango de realidad cuando las cosas están en movimiento.

—Te ausentas durante unos días y comienzan a ocurrir cosas que te afectan, porque parece que las cosas están esperando a que tú te quites de en medio para suceder, como si les estorbaras.

—La llegada de la tragedia es tan natural y simple como esa manzana madura que, durante una fracción de segundo, cuelga del árbol por apenas un filamento que no soportaría ni siquiera el peso de una hormiga recién nacida. Y cae.

—Las ciudades tienen el sonido eléctrico de soledades de polo distinto. Soledades que no pueden unirse, porque provocarían un cortocircuito espectacular. (..) El mundo entero va a morirse un día de puta soledad reconcentrada.

—La realidad suele ser un chiste fácil: el jajajá del dios Disléxico.

—La realidad es un espejismo perfecto pero irreal. Tan perfecto, que a veces puede destrozarte la vida. Tan irreal, que hasta parece la pesadilla de un dios drogado hasta las cejas.

—Cuando te pones a recordar, es como si te comieras un ácido: el pasado forma de inmediato en tu cerebro esas olas de alucinación que rompen a millares en la orilla reseca de la memoria —esa playa llena de restos podridos del maderamen de los barcos bucaneros en que surcó los mares el Amor, con su parche en el ojo; el Dolor, con su garfio brillante; la Melancolía, con su pata de palo...

—Los negocios basados en el miedo de la gente casi siempre resultan rentables: la medicina, la mafia, el nazismo o el matrimonio, sin ir más lejos.

—Cualquier vida, vista desde fuera, no es más que la tragicomedia incoherente de un tipo que nace, que duerme en los lechos de la enfermedad y del amor, que recorre los largos pasillos del insomnio y que intenta sostener entre sus dedos temblorosos la estrella fragilísima de la felicidad —siempre a punto de desmoronarse y de caer como un confeti patético a los abismos de la desventura.

—¿Por qué nos pudre el tiempo, como si fuésemos manzanas?



Felipe Benítez Reyes, El novio del mundo, Tusquets, Barcelona, 2008 (1998).

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