La novia, Felipe Benítez Reyes

martes, 31 de agosto de 2010
LA NOVIA

Dadas sus peculiaridades de carácter, a Pablo, hijo único del magistrado Ferré, le buscaron sus padres una novia invisible. La muchacha se llamaba Paulina y había nacido con aquella peculiaridad, para desconcierto de todo el gremio médico europeo de la época, al quedar proscrita la invisibilidad del ámbito de lo científico y acogida en cambio al de lo prodigioso y demoniaco.

La relación entre Pablo y Paulina tuvo, como casi todas, un comienzo apasionado, a pesar de que Pablo se pasaba la mayor parte del tiempo metido en una caja, ya que un mago de circo, bastante inexperto y además de Chiclana, le cercenó gran parte del cuerpo cuando Pablo se prestó como voluntario, en contra del criterio del magistrado Ferré, para el número de los sables. Pero llegó el momento, tal vez ineludible, en que Pablo empezó a imaginar qué cara tendría su novia, y ahí detonaron los conflictos, ya que Paulina acabó sintiendo celos de aquellas caras imaginarias que no podían ser suyas y decidió suicidarse con un trago de arsénico, aunque nunca se encontró su cadáver.




Felipe Benítez Reyes, Formulaciones tautológicas: informes y collages, Zut Ediciones, Málaga, 2010, pp. 37-39.

Si he de vivir, Julio Cortázar


SI HE DE VIVIR

Si he de vivir sin ti, que sea duro y cruento,
la sopa fría, los zapatos rotos, o que en mitad de la opulencia
se alce la rama seca de la tos, ladrándome
tu nombre deformado, las vocales de espuma, y en los dedos
se me peguen las sábanas, y nada me dé paz.
No aprenderé por eso a quererte mejor,
pero desalojado de la felicidad
sabré cuánta me dabas con solamente a veces estar cerca.
Esto creo entenderlo, pero me engaño:
hará falta la escarcha del dintel
para que el guarecido en el portal comprenda
la luz del comedor, los manteles de leche, y el aroma
del pan que pasa su morena mano por la hendija.

Tan lejos de ti
como un ojo del otro,
de esta asumida adversidad
nacerá la mirada que por fin te merezca.



Julio Cortázar, Salvo el crepúsculo, Alfaguara, Madrid, 2009 (1984), página 153.

Tristezas del hombre invisible, Leopoldo Alas

domingo, 29 de agosto de 2010
TRISTEZAS DEL HOMBRE INVISIBLE

Es inútil que en el sueño se cubra
los ojos con el brazo, si el brazo es invisible.
Los coches en la calle le pasan por encima.
Es más que un sueño. Es una pesadilla.
Cuando despierta, nada es invisible.
El reino del terror no es ese sueño.
Es la vida que lleva cuando abre los ojos.
Es no dejarse ver sin ocultarse.
Que le saluden, le hablen, le conozcan.
Pero que no le vean. Que no sepan quién es
por mucho que repitan su nombre y su apellido.
Aunque en pequeños círculos lo diga,
desde luego con amigos que entienden
o con sobrentendidos cuando solo comprenden,
lo suyo es personal y a nadie le interesa.
"A nadie, ¿lo has oído?", se increpa ante el espejo.
Intenta no mirar el hueco transparente
que tiene en la barbilla, debajo de la oreja.
Por fin lo tapa, con tirita.
Tiene más repartidas por el cuerpo
para cubrir los huecos que le salen
mientras está durmiendo. Huecos como mirillas
que dejan ver lo que hay al otro lado.
Debe taparlos todos, sin descanso,
para evitar que tantos ojos puedan
mirar en su interior y descubrir
que dentro solo hay miedo, y nada más que miedo.


Leopoldo Alas, Concierto del desorden: Poesía reunida (1981-2008), Visor, Madrid, 2009.

El taxidermista, Felipe Benítez Reyes

jueves, 26 de agosto de 2010
EL TAXIDERMISTA

Alfonso Heredia fue detenido por practicar la taxidermia de forma clandestina.

En su casa, la policía encontró muchos animales disecados: palomas colipavas y torcaces, hurones y raposas, un basilisco y un tití, una oropéndola y dos esturiones... Incluso una colonia de sapitos de caña había disecado Heredia, y con sus cadáveres primorosos montó una orquesta inmóvil, cada sapo con su instrumento, y uno de pie, con batuta de director.

Un juez condenó a Heredia a prestar servicios a la comunidad y fue destinado como profesor de ciencias naturales a una clase en que los alumnos sólo se interesaban por la métrica latina, por la narratología según Todorov y, como poco, por conceptos como el de narratario intradiegético.

Ante el desdén que mostraba el alumnado por sus explicaciones, Heredia acabó disecando a poco más o menos la mitad de aquellos niños, lo que le valió una condena más llevadera que la de intentar instruir sobre el mundo animal a unos enfermos precoces de literatura.


Felipe Benítez Reyes, Formulaciones tautológicas: informes y collages, Zut Ediciones, Málaga, 2010, pp. 81-83.

Basuras al amanecer, Joaquín Giannuzzi

BASURAS AL AMANECER

Esta madrugada, en la calle
dominado por una especie
de curiosidad sociológica
hurgué con un palo en el mundo surrealista
de algunos tachos de basura.
Comprobé que las cosas no mueren sino que son asesinadas.
Vi ultrajados papeles, cascaras de fruta, vidrios
de color inédito, extraños y atormentados metales,
trapos, huesos, polvo, sustancias inexplicables
que rechazó la vida. Me llamó la atención
el torso de una muñeca con una mancha oscura,
una especie de muerte en un campo rosado.
Parece que la cultura consiste
en martirizar a fondo la materia y empujarla
a lo largo de un intestino implacable.
Hasta consuela pensar que ni el mismo excremento
puede ser obligado a abandonar el planeta.

Joaquín Giannuzzi



Marta Ferrari (ed.), La poesía del siglo XX en Argentina, Visor, Madrid, 2010, página 194.

Gristenia, Oliverio Girondo

martes, 24 de agosto de 2010
GRISTENIA

Noctivozmusgo insomne
del yo más yo refluido a la gris ya desierta tan médano evidencia
gorgogoteando noes que plellagan el pienso
contra las siempre contras de la posnáusea obesa
tan plurinterroído por noctívagos yoes en rompiente ante la afauce angustia
con su soñar rodado de hueco sino dado de dado ya tan dado
y su yo solo oscuro de pozo lodo adentro y microcosmos tinto por la total gristenia



Oliverio Girondo, Veinte poemas para ser leídos en el tranvía. Calcomanías y otros poemas, Visor, Madrid, 2008 (1989), p. 194.

Rapsodia azul

sábado, 21 de agosto de 2010

Rapsodia azul, Hans Hofmann


RAPSODIA AZUL

No te imaginas cómo golpea aquí la lluvia
dentro de los cristales y el desván y los huesos.

Una ciénaga azul anega el desnivel de los dos planos
tan desesperanzador tan profundo
que aun una bala tardaría siglos en llegar a abrazar tu corazón.

Todo se vuelve boomerang cuando es lanzado al cielo.

¿Cuándo aceptarlo al fin?
No me requerirás
nunca allá
donde anida la caja
de música del mirlo
tras tu horizonte océanico
que logra prender fuego
a cualquier otro intento de distancia.

Golpea aquí la lluvia
dejará de llover
y seguirá golpeando
como un caballo herido
como las hojas
de un sauce que si lloran
es porque saben que nunca podrán
sentir la piel del viento.

Esperando que la aspirina, Fabián Casas

viernes, 20 de agosto de 2010
ESPERANDO QUE LA ASPIRINA

Esperando que la aspirina empiece a trabajar,
que acomode los cuartos, que revuelva el café
y que traiga a mi madre, fresca
a esta tarde de agosto
hojeo revistas estúpidas, escucho discos viejos
me pregunto en qué momento
los dinosaurios sintieron
que algo andaba mal.

__________________Fabián Casas



Marta Ferrari (ed.), La poesía del siglo XX en Argentina, Visor, Madrid, 2010, página 540.

El amor de los diferentes, Mateo de Paz

martes, 17 de agosto de 2010
EL AMOR DE LOS DIFERENTES

Ella cerró los ojos, se llevó el dorso de la mano a la mejilla, se rió con risa sencilla y encantadora -todo era encantador en aquella menuda mujer- y dijo: -Me parece que estoy bebida... ¿De dónde ha salido usted?
Ivan Bunin


La playa tenía un color invernal, como un día de sueño que antecede a un despertar de improviso y borroso. Entre la arena, la basura del verano estaba reunida en montoncitos por toda la playa en espera de que llegara el camión: la misma rutina de siempre. Al final de cada temporada, los turistas se marchaban y nos dejaban en la playa toneladas y toneladas de escombro que no servían nada más que para dar alimento a las alimañas. Alcé mis prismáticos y vi asombrosamente a una mujer haciendo el pino en la arena. Entre tanta basura, no me explicaba cómo podía guardar tal equilibrio que se supone sólo natural a los sueños: la verticalidad más absoluta. Vi que estaba desnuda. Me acerqué a trompicones, luchando entre las dunas para que la arena no se metiera en los zapatos. Decidí descalzarme y recuperarlos más tarde. Me acerqué, como digo, y le pregunté, no sin torpeza, cuál era la razón de semejante y grotesca incomodidad. Ella no respondió. Había algo en aquella mujer que me alentaba a continuar con un interés preocupado más bien por saber el motivo de semejante chifladura que un deseo de llevármela a la cama, quizá el extraño glamour de las diferentes. Ella no me respondió a pesar de mi insistencia. Probé a desnudarme y así colocarme en igual desamparo ante los espectadores que se amontonaban a nuestro alrededor. Quizá era timidez o mesura, porque ella continuaba con ese silencio palpable en el aire que ya comenzaba a cansar a la concurrencia. Mi solución de cambiar de estado y ver el mundo al revés no sirvió, sin embargo, para que ella me respondiera, más bien me hizo aprender el lenguaje de los sordos. Diez años después seguimos estando en el mismo lugar y en la misma pintoresca postura, alegrando cada verano a los miles de turistas que nos hacen fotografías y nos preguntan la razón de nuestro peripatético duelo.
Mateo de Paz



Pablo Gallo (ed.), El libro del voyeur, Ediciones del Viento, La Coruña, 2010, p. 139.

A la esperanza, Julio Cortázar

viernes, 13 de agosto de 2010
A LA ESPERANZA

Alarga tus patitas enguantadas, esperanza yerta.
Enciendo un fósforo: caliéntate. Te alcanza.
Después contemplaremos nuestros rostros
y pensaremos: cómo
ha cambiado.

Creíamos el uno en el otro. Ves, no se debe.
Estira tus manitas frías, esperanza.

Nada que hacer, el fósforo se apaga.



Julio Cortázar, Último round (Tomo II), Siglo XXI, Madrid, 2009 (1969).