[Desde que estoy en América...], Peter Handke

viernes, 26 de octubre de 2012

Recuerdo de un viaje, René Magritte



—Desde que estoy en América me acuerdo cada vez más de las cosas —dije, cuando se quedó callada—. Me basta pisar una escalera mecánica para acordarme en seguida del miedo que tenía cuando pisé por primera vez una escalera mecánica. Si llego a un callejón sin salida, me acuerdo inmediatamente de todos los callejones sin salida olvidados en que me he perdido en mi vida. Sobre todo, aquí me resulta evidente por qué carezco de capacidad para recordar todo lo que no sea una situación angustiosa. Nunca tuve nada con lo que pudiera comparar lo que veía diariamente. Todas mis impresiones eran repeticiones de impresiones ya conocidas. Con eso no quiero decir sólo que viajaba poco, sino también que veía a pocas personas que vivieran distintas de las mías. (…) Y esos sueños, en el ambiente en que yo vivía, eran verdaderas fantasías, porque no había nada que correspondiese a ellos, nada comparable que pudiera hacerlos posibles. Por eso mis sueños y mi ambiente nunca han sido muy conscientes en mí, y la consecuencia es que no me acuerdo de ellos. Sólo los momentos de miedo los recuerdo inmediatamente, porque en ellos el ambiente y los sueños, que normalmente carecían de relación entre sí, se convertían súbitamente en una misma cosa. El ambiente creaba el sueño, que a su vez me hacía ver de pronto con claridad ese ambiente sobre el que de otro modo sólo hubiera fantaseado. Por eso mis miedos eran siempre para mí procesos de conocimiento, y sólo cuando sentía miedo prestaba atención al ambiente, buscando signos de que se acercara algo mejor o peor aún, y luego me acordaba de ello. No obstante, esa clase de recuerdos sólo los sufro; nunca he aprendido a provocarlos. Si alguna vez tuve momentos de esperanza, los he olvidado todos.



Peter Handke, Carta breve para un largo adiós, Alianza, Madrid, 1984, pp. 57-58.

Partitura, Patricia Esteban Erlés

miércoles, 24 de octubre de 2012
Mujer en el piano, Philip Evergood

PARTITURA

   Tu piano se murió de pena, poco después. Como un pequeño elefante huérfano lo veíamos languidecer en la sala donde solías tocar, sumido en el silencio enfermizo que dejaste en todas las habitaciones. Las doncellas debían limpiarlo tres veces al día, pero aun así siempre estaba cubierto de polvo. No queríamos ya aquel piano huraño, que sabía morirse contigo y ser el perro más fiel. Eres un piano ataúd, te has vuelto tumba, le decía en voz baja, cuando pasaba por delante de él. Porque al principio me obligaba a entrar en al sala y podía olerte en el aire, eres horrible, piano. Luego la sala te olvidó y cada mueble comenzó a ser otro. No te recordaban ya las cortinas que tú elegiste, ni el butacón de terciopelo en el que te sentabas cada tarde. Las partituras de Mozart se ofrecían, sonriendoremifasolasido, a cualquiera que entrara. Y pensábamos que quizás, con un poco de suerte, acabaría sucediéndonos lo mismo. Esperanzados aguardábamos nuestra dosis de olvido porque necesitábamos no añorarte tanto. Al principio teníamos que matarte de nuevo casi a diario para no dirigirnos a ti durante la cena, cada vez que hacíamos el ademán de subir a desearte buenas noches. La vida fue una lección que aprendimos a ciegas, igual que tú cuando tocabas algunas sonatas con los ojos vendados, dejando que los dedos recorrieran las teclas. Pero el piano no te olvidaba, por si no lo sabes el piano feo y hostil de una muerta no olvida. Allí estaba, como un enterrador de la felicidad ajena, recordando a cada paso la desgracia, la ausencia, el egoísmo del que sigue desayunando y comete el pecado imperdonable de volver a reír. Cómo negarle entonces un hueco en la hojarasca del parque trasero, un lugar entre las sombras lánguidas de los cipreses, hecho ya, como tú misma, de olvido y piedra.
  

El marmolista, Batania

domingo, 21 de octubre de 2012
 La tumba del rey Arturo, Dante Gabriel Rossetti


EL MARMOLISTA
¿Qué recuerdo queda de los hombres,
aparte de una hora de trabajo para el marmolista?
Inmanuel Kant
Ten cuidado, amigo,
te digo ten cuidado,
que no te hurten los centros del beso,
que no te ajen en surcos
de ocho horas, ten cuidado.

El pan se puso duro el otro siglo,
y aquí nadie confiesa
que fuimos derrotados.
Ten cuidado con ese apartamento.
Ten cuidado con esa hipoteca.
Cuidado con los hijos.
Ten cuidado.

Te hacen la vida otros.
Te dan felicidades de juguete.
Te pasan su película tan rápido,
no sé si me explico, tan rápido...

Apenas te das cuenta,
de ti no queda nada
salvo el medio día de trabajo
que en la tumba invirtió el marmolista.



Batania, Neorrabioso. Poemas y pintadas, La Baragaña, Palma de Mallorca, 2012, p. 93.

Después de todo, Aurelio Asiain

viernes, 19 de octubre de 2012
Rocas en Port-Coton, Claude Monet


DESPUÉS DE TODO

Tienes razón: sin duda
esto era el mar y nos mecía
entre una orilla y otra, removía
las sábanas, marcaba con espuma
los gritos de partida o de llegada,
aventaba a cubierta peces muertos.

Tienes razón. Pero en el puerto
nos esperaba el hambre de las ratas.



Aurelio Asiain, República de viento, Visor, Madrid, 1990, p. 59.

[El mar se lo llevará todo], Ricardo Menéndez Salmón

miércoles, 17 de octubre de 2012
El mar rompiendo en un muelle, William Turner


   El mar se lo llevará todo.
   No es un verso, ni una entelequia, ni un paradigma de cierta fatua solemnidad. Es la verdad que los norteños admiran desde que nacen. Ese mar mercurial que es a la vez cauterio y herida, que en su mansa o devoradora intensidad prohíbe a quien lo contempla cualquier tentación de sentirse perdurable. El paisaje de Prohaska, la feliz circunstancia para Prohaska de nacer frente al mar que nadie agota, el escenario de los primeros años de vida de Prohaska. También el lugar al que regresará por azarosos derroteros décadas después, cuando haya completado su obra.
   «Di la vuelta al mundo», escribirá en el prólogo a Los ojos vacíos, su alucinado retrato de fotógrafo de guerra, sin duda su obra cumbre,
pero sólo en el mar sentí que me hallaba ante una casa. Su infinita paciencia, su rostro siempre idéntico y siempre cambiante, la indiferencia con la que nos contempla, me han enseñado más acerca del sinsentido de las causas finales que todas las filosofías del mundo. El mar es la prueba de que no sólo Dios no existe, sino de que el hombre pasará.
  
  
Ricardo Menéndez Salmón, Medusa, Seix Barral, Barcelona, 2012, pp. 27-28.

Pulseada, Raúl Brasca

domingo, 14 de octubre de 2012
Orillas distantes, Gwen Voorhies


PULSEADA

   Todos los días durante veinte años, la mujer espió desde su ventana al hombre que pasaba largas horas inmóvil frente al mar mirando fijo hacia el sudeste. Hasta que un día, a las diez de la mañana, lo vio demudarse y abandonar su puesto de observación. Sin saber por qué, se puso a llorar.
   Del otro lado del mar, a la misma hora, una mujer que acababa de abandonar su ventana después de veinte años, había corrido por la playa hasta el hombre que pasaba largas horas mirando fijo el mar hacia el noroeste y lo estaba besando. Cuando sus labios se separaron, este segundo hombre volvió a tender la mirada sobre las olas: la del otro ya no la interceptaba. Entonces tomó a la mujer por el hombro y se fueron juntos.
   El primer hombre y la primera mujer aceptaron la derrota. Ella cerró su ventana para siempre y él se recluyó en soledad durante el resto de su vida.




Raúl Brasca, Las gemas del falsario, Cuadernos del Vigía, Granada, 2012, p. 22.

[No se ve...], Eduardo Chillida

jueves, 11 de octubre de 2012
Ojo surreal, Tania Smith



No se ve sino lo que se tiene ya dentro del ojo. La simetría es la seguridad, y ésta está muy cerca de la muerte.



Eduardo Chillida, Escritos, La Fábrica, Madrid, 2005.

[Otro tiempo], Peter Handke

martes, 9 de octubre de 2012
¿Dios juega a los dados?, Adrian Borda


   (…) La mujer del bar dijo que su hijo estaba en el ejército y yo le dije que me gustaría echar otra partida de dados.
   Al tirar me pasó algo extraño: necesitaba unos puntos determinados, y cuando volqué el cubilete todos los dados menos uno se detuvieron en seguida; mientras ese dado rodaba todavía entre los vasos vi centellear en él un instante los puntos que necesitaba y desaparecer luego cuando el dado quedó inmóvil mostrando otros. Sin embargo, ese destello de los puntos exactos fue tan fuerte, que sentí como si hubieran salido realmente, pero no entonces, sino EN OTRO TIEMPO.
   Ese otro tiempo no significaba el porvenir ni el pasado, sino que era por esencia OTRO tiempo distinto del tiempo que de ordinario vivía y en el que se podía pensar hacia atrás y hacia adelante. Se trataba de un sentimiento agudo de OTRO tiempo distinto en el que también debía de haber otros lugares distintos de los que había entonces: en el que todo debía tener otro significado distinto del que tenía en mi conciencia actual, y en el que también los sentimientos eran distintos de los sentimientos actuales, y uno debía de estar en aquellos momentos en el estado en que quizá estuviera la tierra deshabitada cuando después de milenios de lluvia por primera vez cayó una gota de agua sin evaporarse en seguida. La sensación, aunque pasó muy rápidamente, fue tan aguda y dolorosa que seguía viva en la mirada breve y distraída de la mujer del bar, que me pareció en seguida una mirada no parpadeante pero tampoco fija, sólo infinitamente amplia, infinitamente despierta y, al propio tiempo, infinitamente apagada —nostálgica hasta desgarrar la retina y arrancar un pequeño grito— de OTRA mujer en ese OTRO tiempo. ¡Mi vida hasta entonces no podía serlo todo!  Miré el reloj, pagué y subí a mi cuarto.
   Dormí sin soñar nada y profundamente, pero durante la noche sentí en todo mi cuerpo que era esperanzadamente feliz. Solo al amanecer desapareció esa sensación, empecé a soñar y me desperté molesto. (…)



Peter Handke, Carta breve para un largo adiós, Alianza, Madrid, 1984, pp. 25-26.

Alexandra leaving, Sharon Robinson & Leonard Cohen

domingo, 7 de octubre de 2012
Madrid, 5 de octubre de 2012. Vídeo grabado por rockfirstline



ALEJANDRA SE MARCHA

De pronto la noche es más fría.
Una deidad se prepara para partir.
Alejandra subida a sus hombros,
entre los centinelas del corazón se deslizan.

Apoyados por las simplicidades del placer,
ganan la luz, se entrelazan sin forma;
y más radiantes de lo que te puedas imaginar
caen entre las voces y el vino.

No es una broma que te gasten los sentidos,
un sueño pesado que la mañana consumirá —
Di adiós a Alejandra que se marcha.
Di adiós a Alejandra que pierdes.

Aunque duerma sobre tu satén.
Aunque te despierte con un beso.
No digas que fue un momento imaginado.
No te rebajes a estrategias así.

Como alguien bien preparado para este momento,
ve con decisión a la ventana. Asúmelo.
Música exquisita. Alejandra ríe.
Tus firmes obligaciones de nuevo tangibles.

Tú que tuviste el honor de su noche,
y por ese honor el tuyo restituido —
Di adiós a Alejandra que se marcha.
Alejandra se marcha con el Señor.

Como alguien bien preparado para este momento;
totalmente responsable de cada plan que fracasó —
No escojas la explicación de un cobarde
que se esconde tras la causa y el efecto.

Tú a quien un significado dejó perplejo,
cuyo código fue roto, crucifijo sin cruzar —
Di adiós a Alejandra que se marcha.
Di adiós a Alejandra que pierdes.




Leonard Cohen, A mil besos de pronfundidad. Canciones y poemas (1979-2006), Visor, Madrid, 2012, pp. 99-100. Traducción de Alberto Manzano.

[¿Esperar...?], Taneda Santôka

jueves, 4 de octubre de 2012
 Otoño, Seamus Kristöfer



¿Esperar qué?
Día a día se amontonan
las hojas caídas




Taneda Santôka, El monje desnudo (100 haikus), Miraguano, Madrid, 2006, p. 63.

pesadillas, David González

miércoles, 3 de octubre de 2012
La pesadilla, Henry Fuseli


PESADILLAS
y el acabar de estar soñando
cuando nos vamos a acostar
               Manuel Machado
últimamente
mis sueños
suelen ser
auténticas
pesadillas.

mejor así.

no me asusto
tanto
al despertar.



David González, Sembrando hogueras, Bartleby, Madrid, 2001.

[Meta], Haruki Murakami

domingo, 30 de septiembre de 2012
Retrato de Jaime Sabartés (El bock), Pablo Picasso


   Meta.
   Por fin llego a la meta. No siento de ningún modo la satisfacción de haber logrado nada. Lo único que hay en mi cabeza es la sensación de alivio por no tener que correr más. Me refresco con agua de una gasolinera el cuerpo abrasado y me lavo la blanca sal que llevo adherida a él. Con tanta sal, parezco una salina humana. El hombre de la gasolinera, que ya se ha enterado de qué va todo aquello, corta unas flores de los maceteros, improvisa un pequeño ramo y me lo entrega. «¡Muy bien, enhorabuena!» Estos pequeños detalles por parte de la gente de un país que no es el mío me calan muy hondo. Maratón es un pueblo pequeño y cordial. Un pueblo tranquilo y pacífico. Se me antoja imposible que, en un lugar como éste, hace unos cuantos miles de años, el ejército griego derrotara al invasor persa a orillas del mar, tras una brutal batalla. En un café del pueblo de Maratón, me tomo una cerveza Amstel todo lo fría que quiero. Por supuesto, está buenísima. Pero la cerveza real no está tan buena como la que yo imaginaba y ansiaba fervientemente mientras corría. No existe en ninguna parte del mundo real nada tan bello como las fantasías que alberga quien ha perdido la cordura.



Haruki Murakami, De qué hablo cuando hablo de correr, Tusquets, Barcelona, 2010, pp. 89-90.

Sin acuerdo, Federico Fuertes Guzmán

jueves, 27 de septiembre de 2012
La escalera, Fernand Léger
 
SIN ACUERDO

   En el barrio tenemos muchas escaleras que suben y bajan. Una de ellas tiene cinco escalones y si usted se sitúa en el primero y asciende (digo bien: asciende) hasta el último, al final se encontrará en un lugar más bajo que cuando comenzó la ascensión. Este fenómeno no cumple la propiedad conmutativa, es decir, si usted se sitúa en un escalón más alto y desciende, se impondrá la lógica y llegará a un lugar más bajo del que estaba cuando inició el descenso.
   A esto lo llamo revolución.
   Mi mujer lo llama milagro.
   Mi jefe, chorradas.
   Mi amante, Patrimonio de la Humanidad.
   Mi vecino, chapuza.
   Nunca llegaremos a un acuerdo.


Federico Fuertes Guzmán, Los 400 golpes, e.d.a., Benalmádena, 2008, p. 23.

Rea Silvia, Horacio Quiroga

martes, 25 de septiembre de 2012
Niña arreglándose el pelo, Mary Cassatt

REA SILVIA

   Hay en este mundo naturalezas tan francamente abiertas a la vida que !a desgracia puede ser para ellas el pañal en que se envuelven al nacer. Per­mítaseme esta ligera filosofía en honor a la crítica infancia de una criatura que nació para los más tormentosos debates de la pasión humana, y cuya vida pudo ser desgraciada como puede serlo el agua de los más costosos ja­rrones.
   Sus padres le dieron por nombre Rea Silvia y la conocí en su propia casa. Era una criatura voluntariosa, de ojos negros y aterciopelados. Su al­ma expuesta al desquicio la hizo adorar (era muy pequeña) los brocatos os­curos de los sillones, las cortinas de terciopelo en que se envolvía tiritando como en un grande abrazo.
   Era alegre, no obstante. Su turbulencia pasaba la medida común de !as hijas últimas a que todo se consiente. Las amigas queridas de su ma­má (señorita de Almendros, señorita de Joyeuse, señora de Noblecorazón) soñaban —unas para el futuro, otra para esos días— un ángel igual al de la blanca madre. El canario, que era una diminuta locura, los mirlos más pendencieros de la casa vecina, vivían en gravedad, si preciso fuera com­pararlos con las carcajadas de Rea. ¿Cómo, pues, tan alegre, perdía las ho­ras en la sala oscura, sombra y desgracia de las hijas que van a soñar en ellas? Problemas son estos que sólo una noble y grande alma puede des­cifrar.
   Hay detalles que pintan un carácter: si esto es vulgar, Rea Silvia no lo era.
   Hablaba de amor.
   —Yo sé —decía una vez delante de un reflexivo grupo de criaturas—, yo sé muchas cosas. Yo he leído y además adivino. Para nosotras (se alisó gra­vemente la falda) el amor es toda la existencia. Una señora murió, murió de amor. Nadie la conocía sino mamá y papá. Murió.
   Las criaturas —de la mano— se miraron. Una alzó la voz débilmente:
   —¿Murió?...
   Rea hizo un mohín de orgullo que la elevó quince codos por encima de su auditorio. Alzó la cabeza apretándose las manos:
   —¡Qué dulce debe ser morir de amor!
   Y repitió, pequeña poseuse, ante las cándidas aldeanitas:
   —¡Oh, sí, qué dulce!
   ¡Cuán voluble era su alma! Teresa, su hermana de dieciocho años, mu­chos sinsabores tuvo que apurar por ella. En conjunto, Rea Silvia era una criatura romántica, y yo, que cuento su historia, tengo de sobra motivos para no dudarlo.
   Huía a la sala. Allí, echada en un sillón, con el rostro sombrío, mor­día distraídamente un abanico para mejor soñar.
   Se abrasaba en celos. Una de sus pequeñas amigas era Andrea (de la familia Castelli, con tanto respeto recordada en Bolonia). Un día, en una de esas crisis de pasión, luego de estrecharla locamente entre sus brazos, le cogió la cara entre las manos:
   —¿Me quieres?
   Andrea sonrió.
  —Sí, déjame.
   Rea temblaba.
   —¿Me querrás siempre?
   —¡Oh, no! ¡siempre no se puede decir, Rea!
   La fogosa criatura golpeó el suelo con los pies.
   —¡Yo no sé si se puede decir! Quiero que me respondas: ¿me querrás siempre?
   La había cogido de las manos. Andrea tuvo un poco de miedo, son­riendo tímidamente:
   —¿Y tú me quieres a mí?
   —¡Yo no sé! ¡no sé nada! Respóndeme: ¿me querrás siempre?
   —Sí, siempre —y se echó a llorar con los puños en los ojos. Rea la es­trechó radiante contra su pecho, consolándola ahora. Yo digo: ¡almas de ni­ña, que en Rusia enloquecen a los escritores!
   En esta época mis visitas a la casa fueron más frecuentes; todo mi corazón estaba lleno por la dicha que esperaba del amor sencillo y plácido de Teresa. ¡De qué modo había deseado fuera un día mi prometida! Ya lo era, y mi alegría se desbordaba en múltiples ridiculeces que entonces —¡feliz entusiasmo ya lejano!— no vi. Rea Silvia fue la pequeña devoradora de mis besos a que aún no podía dar mejor destino, y asimismo de los bombones que le prodigaba mi forzosa galantería; verdad es que la quería mucho, y en mis rodillas, cuando hablaba con Teresa, supo con qué temblor se acari­cian los cabellos de una criatura cuya hermana, sentada enfrente nuestro, nos mira jugando ligeramente con el pie.
   Todos los días, cuando yo llegaba, corría a colgarse de mi cuello. Me apretaba largo rato contra su cara.
   Una noche Teresa me dejó un momento. Rea había pasado esa larga hora acurrucada en el sofá, mirándome con sus ojos sombríos. Fui hacia ella y la besé. Bajó la vista.
   —¡Ah! mi pequeña no me quiere más, ¿verdad?
   Levantó apenas la cabeza, me miró fugazmente y se estremeció. Me incliné sobre ella:
   —¿No?... ¡Y yo que creía que me querías tanto!
   Me incorporé para irme. En ese instante saltó del sofá y me echó los brazos desnudos, locamente.
   —¡Sí, te quieto, te quiero mucho! —me besaba la cabeza, los ojos—, ¿por qué me haces sufrir? —Y repetía únicamente, sacudiendo la cabeza con los ojos cerrados, quejosamente—: ¡Sí, te quiero, te quiero!
   Teresa entró con su suave paso. Al vernos, cariñosa hermana, se inclinó sobre Rea, y, como una madrecita, le ciñó la frente contra su cintura:
   —¡Ya me parecía que el enojo de Rea no iba a durar! ¿Creerás? esta noche en la mesa cuando hablábamos de ti se puso de pronto tan enojada que lo advertimos todos. Al verme reír huyó llorando. Estaba furiosa con­migo. Y también contigo. Esta pequeña —concluyó besándola en las mejillas— me odia. En cambio... —murmuró alzando lentamente hacia mí sus ojos matinales...
   Nos perdimos en seguida en susurros de amor.

***
   Rea no jugaba más. Rea no hablaba más. Rea adelgazaba. ¿Quién recuerda a Rea en aquella época? Enfermó; la dulce amiga de mis confi­dencias. Se hundió en la cama, presa de una anemia tenaz, toda blanca, sólo los labios por prodigio encendidos, más rojos aún que los de Tere­sa, como si la pequeña apasionada llama de su vida se hubiera encendi­do prematuramente con mis besos que —¡por qué la besé tanto!— no pasaban a su hermana...
   Veinte días su existencia fluctuó, como el alma de los tristes, entre el esfuerzo y la nada. Los médicos en consulta pronosticaron desgracia. Yo ve­lé como nadie las noches letárgicas de su inanición, y los augurios de feli­cidad que habíamos hecho con Teresa eran ahora tristes oscilaciones de ca­beza que cambiábamos al pie de su cama.
   Una noche, de franca esperanza, hablaba con Teresa del nombre ade­cuado para un posible descendiente nuestro. Concluí:
   —Si es hombre, que lleve, en fin, el mío. Si es mujer, Teresa. 
   —No, no me gusta. Busca otro.
   Mis ojos entonces se fijaron en la enferma que nos miraba desde el fondo de su almohada blanca. La envié un beso y dije:
   —Rea Silvia.
   —Pues bien. Rea Silvia.
   La pequeña sollozó: 
   —No, no mi nombre.
   —¿Por qué? —le dije sosteniéndola en mis brazos—, ¿otra vez no me quieres?
   —Sí, sí —murmuró apretando su mejilla a la mía. Y gemía estre­chándome—: ¡No, mi nombre no!
   Llegó el día del 24 de junio: todo estaba perdido. Rea Silvia compren­dió que moría, y al lado de su madre y de su hermana revivió un momen­to para mí. Me hizo llamar: quería estar sola conmigo. Incorporóse débil­mente y se sostuvo con la cabeza bajo mi cuello:
   —Voy a morir, creo. Y yo quería haber vivido... 
   Tiritaba bajo mis brazos.
   —¡Cómo te quiero! ¡cómo te quiero! —murmuraba—. Si pudiera morir así...
   Tembló un momento, escondiéndose casi: 
   —Dime: ¿me hubieras querido tú a mí?
   La vista caída, deslizaba el pulgar a lo largo de los dedos. Movió la ca­beza tristemente:
   —No... no... —Tuvo un largo escalofrío. Al fin suspiró difícilmen­te:
   —¿Me quieres dar un beso, di?
   —¡Sí, mi alma, cuantos quieras!
   Se colgó entonces de mi cuello, echando la pálida cabeza hacia atrás: —Un beso como si fuera... —Y cerró los ojos.
   —Como si fuera... —Volvió a abrirlos lentamente. Apenas:
   —...Teresa...
   Hombre y todo, me puse pálido. No dije nada: me incliné temblan­do a mi vez y uní mi boca a la suya. Para ella fue tan grande esa dicha de completa mujer que se desmayó. Por mi parte, puse en su boca el beso de más amor que haya dado en mi vida.

***
   Me casé con Teresa. Rea Silvia tiene hoy dieciocho años y a veces re­cordamos ese episodio de su niñez.
   —Francamente —me dice sonriendo— creía que iba a morir. ¡Qué tiempo tan lejano y cómo era aturdida! ——Se calla, perdiendo la mirada a lo lejos—. Y sin embargo —concluye con un suspiro en que va el alma de todas las dichas perdidas en este mundo—, ¡cuánto hubiera dado entonces por tener ocho años más!
   Es su misma hermosura, sus mismos ojos, su misma adorable boca, una sola vez mía.
La miro largamente: ella no. Se va. Al llegar a la puerta, vuelve len­tamente la cabeza y me dice siempre en suave burla:
   —Di: ¿no me harás morir de pena como antes?
   ¡Ah, si a pesar de esa burla estuviera seguro de que en Rea ha muer­to todo!...



Horacio Quiroga

Amor, William Guillén Padilla

lunes, 24 de septiembre de 2012
Vine como había prometido; adiós, Yves Tanguy


AMOR

   «Vidita, quiero hacerte el amor y sentir tu piel», dijo él. Ella aceptó por primera vez con la condición de que fuera en ese preciso instante.
   Él se puso triste, como nunca: imposible cruzar el ciberespacio para tenerla; dos continentes y el Océano Atlántico los separaba.
   Una solución se le ocurrió a la sonriente fémina: seguir usando el Internet y la fría video cámara para (hasta que un día suceda lo contrario)  hacer de todo, menos el amor como a él le hubiera gustado.



William Guillén Padilla, 77+7 nanocuentos, Sumeria Editores, Lima, 2012.

[Más vale no hacerse ilusiones...], Louis-Ferdinand Céline

sábado, 22 de septiembre de 2012
 El grito, Edvard Munch


   Más vale no hacerse ilusiones, la gente nada tiene que decirse, sólo se hablan de sus propias penas, está claro. Cada cual a lo suyo, la tierra para todos. Intentan deshacerse de su pena y pasársela al otro, en el momento del amor, pero no da resultado y, por mucho que hagan, la conservan entera, su pena, y vuelven a empezar, intentan endosársela a alguien (...).
   Y después venga a jactarte, entretanto, de haberte librado de tu pena, pero todo el mundo sabe que no es cierto y que te la has guardado pura y simplemente para ti solito. Como te vuelves cada vez más feo y repugnante con ese juego, al envejecer, ya ni siquiera puedes disimularla, tu pena, tu fracaso, acabas con la cara cubierta de esa fea mueca que tarda veinte, treinta años y más en subir, por fin, del vientre al rostro. Para eso sirve, y para eso sólo, un hombre, una mueca, que tarda toda una vida en fabricarse y ni siquiera llega siempre a terminarla, de tan pesada y complicada que es, la mueca que habría de poner para expresar toda su alma de verdad sin perderse nada.



 Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche, Edhasa, Barcelona, 2011, p. 337.

[Plan B], Haruki Murakami

jueves, 20 de septiembre de 2012
El cartero, Uri Dushy


   En noviembre del año pasado, es decir, de 2005, corrí, como tenía previsto, el Maratón de Nueva York. Despuntó un agradable y despejado día de otoño (...). 
   ¿Que cómo fue el resultado? Francamente, no muy bueno. Al menos no tan bueno como el que yo, secretamente, esperaba obtener. Si pudiera, me habría gustado terminar la obra con unas enérgicas palabras de cierre del estilo «Gracias a que entrené muy duro, conseguí obtener un magnífico tiempo en el Maratón de Nueva York. Al llegar a la meta casi me emocioné», al tiempo que me alejaba caminando en plan guay hacia un espléndido atardecer, acompañado por el épico tema de la película Rocky. Para ser sincero, hasta que de veras corrí la carrera, tenía la esperanza de que fuera así, deseé que se desarrollara así. Ése era mi plan A. Un plan estupendo. 
   En la vida real, no obstante, las cosas no suelen salir tan bien. Cuando en un momento de nuestras vidas, acuciados por la necesidad, deseamos que ocurra algo agradable, la mayoría de las veces el que llama a las puertas de nuestras casas es el cartero trayéndonos malas noticias. No puede decirse que eso ocurra siempre, pero sí sé, por experiencia, que nos trae más a menudo noticias tristes que alegres. Se lleva la mano a la gorra y pone cara de sentirlo mucho, pero eso no influye ni un ápice en el contenido del mensaje que nos entrega. Pese a todo, no es culpa suya. Nada se le puede reprochar. No podemos agarrarlo de la solapa y zarandearlo. El pobre cartero sólo cumple honestamente con el trabajo que le ha encomendado su jefa. Y su jefa no es otra que…, eso es, una vieja conocida: la realidad. 
   De ahí que necesitemos un plan B.


Haruki Murakami, De qué hablo cuando hablo de correr, Tusquets, Barcelona, 2010, pp. 188-189.

Adiós, Juan José Millás

martes, 18 de septiembre de 2012
Noche lluviosa, Jim Cobb

ADIÓS

   Llueve en Madrid, pero todo está en orden. Durante la noche llovió sin convicción, aunque con insistencia, con la voluntad del torpe. De madrugada, desde un taxi, vi el color oscuro de las calles mojadas y la arquitectura de los paraguas abiertos. Íbamos o veníamos de algún sitio con los pies húmedos y el corazón frío.Luego, al amanecer, llovió un poco más y salió el sol. Habíamos fumado mucho y teníamos la garganta seca. En un hospital tomé un café. La sala de espera estaba llena de gente asustada que observaba a los otros intentando calibrar por su gesto la gravedad del caso. Alguien oía un transistor como si esperara que a través de él le dijeran algo realmente importante para el curso de su vida. El médico de guardia tenía barba y llevaba una bata verde.
   Nos fuimos de allí porque había que hacer papeles, ver al juez, contratar la sala del tanatorio. En fin, toda la burocracia de la muerte.
   Entretanto, las cosas iban despertando. Vi un helicóptero que sobrevolaba uno de los accesos más complicados a Madrid. Recuerdo que en una película italiana aparecía un helicóptero que simbolizaba la muerte.
   Dos certificados de defunción; para incinerar un cuerpo hacen falta dos certificados de defunción y una nota a pie de página en la que el médico diga que no ve ningún inconveniente en incinerar ese cadáver.
   Los taxistas corren mucho de madrugada, aunque el suelo esté mojado. Hablan a través de la radio con otros compañeros; se intercambian pequeñas confidencias.
   Estamos en una edad de pérdidas, lo malo es que a veces perdemos cosas o personas que nunca hemos llegado a tener.


Juan José Millás, Articuentos completos, Seix Barral, Barcelona, 2011, pp. 822-823.

Cosas que realmente importan, Nicolás Melini

domingo, 16 de septiembre de 2012
Antes de la cena, Pierre Bonnard



COSAS QUE REALMENTE IMPORTAN

Estamos todos y nada
marcha bien pero aún así seguimos
sin decirnos las cosas que realmente importan.
En la cocina. Mirándonos los unos a los otros,
mirándonos y hablándonos como si nada, diciéndonos
esto y lo otro como si nada. Como si nada.
Se trata de una incapacidad o del miedo a nombrar
aquello que nos asusta. Todo parece irremediable
y nada se arreglará por hablar de ello. El equilibrio
es demasiado precario para andar tentando
a la suerte. Hablamos de los famosos
y de los conocidos. De nuestros familiares
y de nuestras amistades. Bromeamos sobre nuestra
desgracia. De un modo que resulta ofensivo. Pero
no hablamos de nosotros. Ni de nuestros
sentimientos. Estamos aterrados.



Nicolás Melini, Cuadros de Hopper, Ediciones La Palma, Madrid, 2002.

La realidad y el deseo, Olga Orozco

miércoles, 12 de septiembre de 2012
Las bellas realidades, René Magritte



LA REALIDAD Y EL DESEO
                           A Luis Cernuda

La realidad, sí, la realidad,
ese relámpago de lo invisible
que revela en nosotros la soledad de Dios.

Es este cielo que huye.
Es este territorio engalanado por las burbujas de la muerte.
Es esta larga mesa a la deriva
donde los comensales persisten ataviados por el prestigio de no estar.

A cada cual su copa
para medir el vino que se acaba donde empieza la sed.
A cada cual su plato
para encerrar el hambre que se extingue sin saciarse jamás.
Y cada dos la división del pan:
el milagro al revés, la comunión tan sólo en lo imposible.
Y en medio del amor,
entre uno y otro cuerpo la caída,
algo que se asemeja al latido sombrío de unas alas que vuelven desde la eternidad,
al pulso del adiós debajo de la tierra.

La realidad, sí, la realidad:
un sello de clausura sobre todas las puertas del deseo.




Olga Orozco, Eclipses y otros fulgores, Lumen, Barcelona, 1998, p. 83.

Un pájaro menor, Robert Frost

domingo, 9 de septiembre de 2012

UN PÁJARO MENOR

He deseado que un pájaro se alejara
y no cantara junto a mi casa todo el día;

le he ahuyentado a palmadas desde la puerta
cuando parecía que no podría soportarlo más.

La culpa, en parte, debe de haber sido mía.
No se podía culpar al pájaro por su tono.

Y, por supuesto, tiene que haber algo equivocado
en querer silenciar cualquier canción.

Robert Frost



Hilario Barrero (ed.), Lengua de madera (antología de la poesía breve en inglés), La Isla de Siltolá, Sevilla, 2011, p. 65.

[Había perdido...], Kenzaburo Oé

jueves, 6 de septiembre de 2012
Parábola, Noboru Kitawaki



Había perdido la energía para enfrentarme a él. Mientras pensaba en ello, inesperadamente, el calor que me infundía el trago de whisky pareció dispuesto a unirse en el fondo de mi ser con el sentido de la «esperanza». Pero, cuando traté de concentrarme en ese sentimiento, me lo impidió el sentido común, que tantos peligros ve en todo intento de renacer negándose uno a sí mismo.



Kenzaburo Oé, El grito silencioso, Anagrama, Barcelona, 2009 (1995).

[Las mismas palabras], Friedrich Nietzsche

miércoles, 5 de septiembre de 2012
Paisaje con un ojo, Ai Mitsu


Para entenderse unos a otros no basta ya con emplear las mismas palabras: hay que emplear las mismas palabras también para referirse al mismo género de vivencias internas, hay que tener, en fin, una experiencia común con el otro. Por ello los hombres de un mismo pueblo se entienden entre sí mejor que los pertenecientes a pueblos distintos, aunque éstos se sirvan de la misma lengua; o, más bien, cuando los hombres han vivido juntos durante mucho tiempo en condiciones similares (de clima, de suelo, de peligro, de necesidades, de trabajo), surge de ahí algo que «se entiende», un pueblo. (...) También en toda amistad o relación amorosa se hace esa misma prueba: nada de ello tiene duración desde el momento en que se averigua que uno de los dos, usando las mismas palabras, siente, piensa, barrunta, desea, teme de modo distinto que el otro.


Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y del mal, Alianza, Madrid, 2009, pp. 249-250.

Los grajos, Ángel Ganivet

lunes, 3 de septiembre de 2012

LOS GRAJOS

   —Bajo este cielo pródigo en colores,
en esta vega diáfana, encendida,
dejemos, noble amigo, nuestra vida
pasar, gozando los tardíos amores.
   Huyamos los estériles honores
y sea nuestra gloria, no fingida,
la rústica beldad, en la escondida
quietud de un pobre huerto entre las flores.—
   Así dije, y mi amigo, señalando
una nube de grajos en el cielo,
me contestó con sentenciosa calma:
   —Tarde nos llega el amoroso anhelo;
esa nube algo muerto está rondando,
y quizá esté lo muerto en nuestra alma.

Ángel Ganivet

Bajo mis manos, Leonard Cohen

jueves, 30 de agosto de 2012
Las manos, Edvard Munch

BAJO MIS MANOS

Bajo mis manos
tus pequeños senos
son los vientres vueltos
de gorriones caídos y suspirantes.

Cuando te mueves
oigo los sonidos de alas cerrándose
de alas cayendo.

Estoy mudo
porque has caído junto a mí
porque tus pestañas
son la columna de diminutos y frágiles animales.

Temo el momento
en que tu boca
empiece a llamarme cazador.

Cuando me pides que me acerque
para decirme
que tu cuerpo no es hermoso
quisiera convocar
los ojos y ocultas bocas
de piedra, luz y agua
para que atestiguaran en tu contra.

Quisiera
que rindieran ante ti
la temblorosa rima de tu rostro
de sus profundos cofres.

Cuando me pides que me acerque
para decirme
que tu cuerpo no es hermoso
quisiera que mi cuerpo y mis manos
fueran charcas
para que te miraras y rieras.



Leonard Cohen, A mil besos de pronfundidad. Canciones y poemas (1956-1978), Visor, Madrid, 2012, pp. 26-27. Traducción de Alberto Manzano.

[La sombra de un sueño], William Shakespeare

miércoles, 29 de agosto de 2012
Los restos de la sombra, René Magritte


   HAMLET.- Dinamarca es una cárcel.
   ROSENCRANTZ.- En tal caso, también lo será el mundo.
   HAMLET.- Sí, una soberbia cárcel, en la que hay muchas celdas, calabozos y mazmorras, y Dinamarca es una de las peores.
   ROSENCRANTZ.- No somos de esa opinión, señor.
   HAMLET.- Pues entonces no será para vosotros. Porque nada hay bueno ni malo si el pensamiento no lo hace tal. Para mí es una cárcel.
   ROSENCRANTZ.- Pues entonces será que vuestra ambición os la presenta como una cárcel. Es demasiado reducida para vuestro espíritu.
   HAMLET.- ¡Dios mío! Podría estar yo encerrado en una cáscara de nuez, y me tendría por rey del espacio infinito, si no fuera por los malos sueños que tengo.
   GUILDENSTERN.- Sueños que, en realidad, no son más que ambición, puesto que el objeto mismo del ambicioso es puramente la sombra de un sueño.
   HAMLET.- Un sueño no es en sí más que una sombra.



William Shakespeare, Hamlet, Alianza, Madrid, 2001, pp. 85-87.

Convalecencia, Juan Ramón Jiménez

lunes, 27 de agosto de 2012
 Tarde en el cabo Cod, Edward Hopper

CONVALECENCIA

Sólo tú me acompañas, sol amigo.
Como un perro de luz, lames mi lecho blanco;
y yo pierdo mi mano por tu pelo de oro,
caída de cansancio.

¡Qué de cosas que fueron
se van... más lejos todavía!
                                          Callo
y sonrío, igual que un niño,
dejándome lamer de ti, sol manso.

... De pronto, sol, te yergues,
fiel guardián de mi fracaso
y, en una algarabía ardiente y loca,
ladras a los fantasmas vanos
que, mudas sombras, me amenazan
desde el desierto del ocaso.


Juan Ramón Jiménez, Antología poética, Cátedra, Madrid, 2010, p. 251.

[Imaginación], Friedrich Nietzsche

sábado, 25 de agosto de 2012
El hijo del hombre, René Magritte


Lo nuevo encuentra hostiles y mal dispuestos también a nuestros sentidos; y, en general, ya en los procesos “más simples” de la sensualidad dominan afectos tales como temor, amor, odio, incluidos los afectos pasivos de la pereza. — Así como hoy un lector no lee en su totalidad cada una de las palabras (y mucho menos cada una de las sílabas) de una página (...), así tampoco nosotros vemos un árbol de manera rigurosa y total en lo que respecta a sus hojas, ramas, color, figura; nos resulta mucho más fácil fantasear una aproximación de árbol. Continuamos actuando así aun en medio de las vivencias más extrañas: la parte mayor de la vivencia nos la imaginamos con la fantasía, y resulta difícil forzarnos a no contemplar cualquier proceso como “inventores”. (...) En el curso de una conversación animada yo veo a menudo ante mí de un modo tan claro y preciso el rostro de la persona con quien hablo, según el pensamiento que ella expresa, o que yo creo haber suscitado en ella, que ese grado de claridad supera con mucho la fuerza de mi capacidad visual: — la finura del juego muscular y de la expresión de los ojos tiene que haber sido añadida, por lo tanto, por mi imaginación. Probablemente la persona tenía un rostro completamente distinto o, incluso, no tenía ninguno.


Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y del mal, Alianza, Madrid, 2009, pp. 132-133.

Soledad, Rafael Morales

jueves, 23 de agosto de 2012
Diciembre, Gloucester, Paul Cornoyer

SOLEDAD

La soledad
es una larga calle de diciembre,
es pronunciar tu nombre
cuando tú no me oyes,
la noche en las estancias
que abandonas,
el mundo desolado
cuando cierras los ojos
y me quedo sin patria.



Rafael Morales, Obra poética completa, Calambur, Madrid, 1999, p. 281.

[Las bolas del juego], Louis-Ferdinand Céline

martes, 21 de agosto de 2012
Café de noche, Vincent van Gogh


   (...) se podría decir que nos habíamos reunido de nuevo todos, como las bolas del juego, que temblequean un poco al borde del agujero, que hacen remilgos antes de acabar de una vez.
   Salen muy violentas y gruñonas, las bolas también, y no van nunca a ninguna parte, en definitiva. Nosotros tampoco y toda la tierra no sirve sino para eso, para hacer que nos reencontremos todos. (...) No podemos reencontrarnos mientras estamos en la vida. Hay demasiados colores que nos distraen y demasiada gente que se mueve alrededor. Sólo nos reencontramos en el silencio, cuando es demasiado tarde, como los muertos.



Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche, Edhasa, Barcelona, 2011, p. 398.

El campo de concentración, Ramiro Calle

domingo, 19 de agosto de 2012
Gargantas de odio, Miguel Menassa


EL CAMPO DE CONCENTRACIÓN

   El país entró en guerra. Fue una contienda larga y cruel. Defendiendo su país combatieron en ella, forzados por las circunstancias, dos jóvenes. Al final de la guerra, durante dos años fueron prisioneros en un campo de concentración. Cuando fueron liberados, cada uno reemprendió su vida en un lugar diferente de su país. Pasaron diez años y un día se encontraron.
   —¿Qué tal estás, amigo mío? —preguntó uno de los amigos al otro.
   —Estoy bien, pero no he podido olvidar todo lo que pasamos. ¿Y tú?
   —Nunca se olvida una cosa así, pero ya lo he superado.
   —Yo no. Sigo lleno de odio hacia nuestros carceleros. No hay día en que no les odie con toda la fuerza de mi ser.
    —¡Oh, amigo mío! Lo malo no es sólo los dos años que estuviste en el campo de concentración, sino los otros diez que has seguido preso.


Ramiro Calle, Cuentos espirituales de Oriente, Sirio, Málaga, 2005, p. 112.

[Si grabas sus cantos...], Leonard Cohen

viernes, 17 de agosto de 2012
Pájaros, Brook Slane


   «Si grabas sus cantos, Shell, y los pasas a una velocidad más baja oirás cosas extraordinarias. Lo que el oído percibe como una nota son en realidad dos o tres notas cantadas simultáneamente. ¡Un pájaro puede emitir hasta tres notas a la vez!»   
   «Me gustaría poder hablar así. Me gustaría poder decir doce cosas a la vez. Me gustaría decir con una palabra todo lo que se puede decir. Me horroriza todo lo que puede ocurrir entre el comienzo y el final de una frase.»
   Breavman trabajaba cuando ella dormía. Cuando oía su respiración regular sabía que el día había sido sellado y que podía empezar a registrarlo.


Leonard Cohen, El juego favorito, Fundamentos, Madrid, 2011 (1974), p. 198.

Pena de muerte, Óscar Hahn

lunes, 13 de agosto de 2012
Habitación de hotel, Edward Hopper


PENA DE MUERTE

Lo peor es despertarse por la mañana
pensando que ahora nada puede ser igual
y hay que levantarse y ducharse
y preparar el café como siempre
y partir al trabajo como siempre
como si no hubiera pasado nada
aunque ha pasado todo
pasó se acabó llegó a su fin
«es mejor así»
y caminas por la calle como un sonámbulo
chocando con los transeúntes
con los vendedores de diarios
y te sientas en un banco de piedra
sin saber si estás vivo o muerto
da lo mismo
porque la muerte también puede ser
una mesa en un bar dos martinis secos
y un par de labios rojos
pronunciando palabras
que caen como guillotinas

Óscar Hahn

[Lo peor es que te preguntas...], Louis-Ferdinand Céline

sábado, 11 de agosto de 2012
Quo vadis?, Noboru Kitawaki


   Lo peor es que te preguntas de dónde vas a sacar bastantes fuerzas la mañana siguiente para seguir haciendo lo que has hecho la víspera y desde hace ya tanto tiempo, de dónde vas a sacar fuerzas para ese trajinar absurdo, para esos mil proyectos que nunca salen bien, esos intentos por salir de la necesidad agobiante, intentos siempre abortados, y todo ello para acabar convenciéndote una vez más de que el destino es invencible, de que hay que volver a caer al pie de la muralla, todas las noches, con la angustia del día siguiente, cada vez más precario, más sórdido.
   Es la edad también que se acerca tal vez, traidora, y nos amenaza con lo peor. Ya no nos queda demasiada música dentro para hacer bailar la vida: ahí está. Toda la juventud ha ido a morir al fin del mundo en el silencio de la verdad. ¿Y adónde ir, fuera, decidme, cuando no llevas contigo la suma suficiente de delirio? La verdad es una agonía ya interminable. La verdad de este mundo es la muerte. Hay que escoger: morir o mentir. Yo nunca me he podido matar.


 Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche, Edhasa, Barcelona, 2011, p. 234.

[Quien con monstruos lucha...], Friedrich Nietzsche

jueves, 9 de agosto de 2012
Ciervo afligido, Matazo Kayama



Quien con monstruos lucha cuide de no convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti. 



Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y del mal, Alianza, Madrid, 2009, p. 114.

[Basta con que haya pensado eso...], Peter Cameron

martes, 7 de agosto de 2012
 Estructura del desorden, Noboru Kitawaki


«Basta con que haya pensado eso, no es necesario que lo diga. No tengo necesidad de compartirlo. La mayoría de la gente cree que las cosas no son reales si no se expresan verbalmente, y que es el acto de expresarlas y no el de pensarlas lo que las legitima. Supongo que por ese motivo uno siempre quiere que otro le diga "te quiero". Yo pienso lo contrario, que los pensamientos son más reales cuando se piensan, que expresarlos los distorsiona o diluye, que es mejor que permanezcan en la oscura capilla de aeropuerto de tu mente, donde el clima está controlado, que si los sueltas y les da el aire y la luz se alterarán, como una película fotográfica expuesta por accidente».



Peter Cameron, Algún día este dolor te será útil, Libros del Asteroide, Barcelona, 2012, pp. 189-190.

[Nadie nos ha enseñado...], Agustín Fernández Mallo

domingo, 5 de agosto de 2012


Nadie nos ha enseñado a besar, y es lo único que hasta el final buscamos. Salgo a que mi soledad complete la ciudad desierta, ni recuerdo el bullicio, su intención era esto, abrirme un hueco [la rosa no recuerda que ayer fue rosa, por eso se abre cada amanecer con mudada belleza]. Los muertos no mueren en ellos, me digo, sino en nosotros, ellos ya flotan para siempre en la orilla, ciegos de todo, con el traje reventado cabecean contra las rocas, contra la suma de lo perdido; y no hay más. También nosotros besamos siempre la piel invisible de lo que vemos; y tampoco hay más.



Agustín Fernández Mallo, Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus, Alfaguara, Madrid, 2012, p. 10.

Y los días no están lo bastante llenos, Ezra Pound

viernes, 3 de agosto de 2012
Paisaje alrededor de Yoyogi, Tsunetomo Morita



Y LOS DÍAS NO ESTÁN LO BASTANTE LLENOS

Y los días no están lo bastante llenos
y las noches no están lo bastante llenas
y la vida se desliza como un ratón de campo
sin mover la hierba.


Ezra Pound



Hilario Barrero (ed.), Lengua de madera (antología de la poesía breve en inglés), La Isla de Siltolá, Sevilla, 2011, p. 31.

[Cicatrices], Leonard Cohen

martes, 31 de julio de 2012
Cicatriz afortunada, Sanda Undzēna



   Para los niños, las cicatrices son medallas. Los amantes las utilizan como secretos a revelar. Una cicatriz aparece cuando la palabra se hace carne.
   Es fácil mostrar una herida, honrosa cicatriz de la batalla. Es duro mostrar una pústula.



Leonard Cohen, El juego favorito, Fundamentos, Madrid, 2011 (1974), p. 8.

[La emergencia de una verdad], Alain Badiou

domingo, 29 de julio de 2012
 Erosión, Eien Iwahashi
  


 (...) ¿Por qué la «voluntad general» se pondría de manifiesto en una mayoría numérica? Rousseau no logra aclarar este punto, y por lo tanto, solo en las revueltas históricas, minoritarias pero localizadas, unificadas e intensas, tiene sentido hablar de una expresión de la voluntad general.
   Lo que ocurre, que Rousseau denomina «expresión de la voluntad general», yo lo llamaría por otro nombre filosófico: la emergencia de una verdad, en determinadas circunstancias, de una verdad política. Esta verdad reside en el propio ser del pueblo, en eso respecto de lo que la gente es capaz de acción e ideas. Esta verdad surge en las lindes de la revuelta histórica que la arranca de las leyes del mundo (en nuestro caso arranca de la presión del deseo de Occidente) con la forma de un nuevo posible antes ignorado. Y la afirmación (después, como veremos, organización) de este nuevo posible político se presenta bajo una forma explícitamente autoritaria, la autoridad de la verdad, la autoridad de la razón. Autoritaria en sentido estricto puesto que, al menos en principio, que existe en la revuelta histórica un derecho absoluto es algo que nadie puede desconocer públicamente. Y es precisamente este elemento dictatorial lo que a todos entusiasma tanto como la demostración de un teorema, como una brillante obra de arte o una pasión amorosa por fin declarada, todas estas cosas respecto de las que ninguna opinión puede contradecir la ley absoluta.



Alain Badiou, El despertar de la historia, Clave Intelectual, Madrid, 2012, pp. 84-85.

Antes yo era, Luis Britto García

viernes, 27 de julio de 2012
Hombre-libro, Gretchen Butler

ANTES YO ERA

   Antes, yo era un ser humano. Tenía acceso a los olores, los colores, los sonidos, las formas, los sabores, ante mí desfilaban las personas, ocurrían las cosas. Se apoderaban de mí las emociones, a veces —no siempre— tenía ideas. Luego, se me ocurrió leer libros, y poco a poco elegí, más que el sonido, la palabra que simboliza el sonido, más que el color, la palabra que simboliza el color, más que el olor, la palabra que simboliza el olor, más que el sabor y el tacto, las palabras que simbolizan sabores y tactos. No conocí personas, conocí sucesiones de palabras estampadas en olorosa tinta que describían personas; elegí no padecer el miedo, sino descifrar la narración del miedo; creí pensar, cuando sólo conectaba entre sí palabras que describían los pensamientos de otros. Poco a poco los objetos en mi universo se fueron sustituyendo por palabras: la progresión del tiempo, por el sucederse de períodos; mi conciencia de existir, por un vasto olor a papel y tinta, a veces a grafito, a veces a cueros, a veces a cola. Alrededor de mi construí los muros de libros y al final no sé cómo entré en ellos me dirigieron me asimilaron me absorbieron golosamente, secamente, y yo sólo trataba con polillas.
   Ahora, soy esto. He mirado lo que era mi mano y sólo veo unas palabras que dicen antes yo era un ser humano. No hay antebrazo, sólo veo otras palabras que dicen: tenía acceso a los colores, a los olores. Así, en parcos vocablos se va agotando mi cuerpo: donde dice poco a poco los objetos en mi universo se fueron sustituyendo, es el ombligo; y la conciencia, la conciencia, son las palabras de este párrafo que dicen ahora soy esto, estas líneas en que me defino, sólo palabras, sólo tintas, sólo papeles, yo que era un ser humano, concluyo aquí, ahora. Ahora, no soy sensaciones, no soy ya emociones, no soy ya tripas, algo me ha ocurrido, palabras, nada más que palabras, ahora soy esto.


Luis Britto García, Rajatabla, Laia, Barcelona, 1987 (1970), pp. 109-110.

[El frío], João Paulo Cuenca

jueves, 26 de julio de 2012
Invierno, Marc Chagall



   Según el señor Okuda, el frío no es exactamente lo opuesto al calor, como la mayoría de las personas están acostumbradas a pensar.
   El señor Okuda dice que es otra cosa y que yo hago bien en esperar, porque no se puede intuir, por simple oposición, la luz, si apenas se conoce lo oscuro; o lo salado, si apenas se conoce lo dulce; o el afecto, si apenas se conoce el odio.



João Paulo Cuenca, El único final feliz para una historia de amor es un accidente, Lengua de trapo, Madrid, 2012, p. 52.

«Serán ceniza...», José Ángel Valente

miércoles, 25 de julio de 2012
Cenizas, Edvard Munch

«SERÁN CENIZA...»

Cruzo un desierto y su secreta
desolación sin nombre.
El corazón
tiene la sequedad de la piedra
y los estallidos nocturnos
de su materia o de su nada.

Hay una luz remota, sin embargo,
y sé que no estoy solo;
aunque después de tanto y tanto no haya
ni un solo pensamiento
capaz contra la muerte,
no estoy solo.

Toco esta mano al fin que comparte mi vida
y en ella me confirmo
y tiento cuanto amo,
lo levanto hacia el cielo
y aunque sea ceniza lo proclamo: ceniza.

Aunque sea ceniza cuanto tengo hasta ahora,
cuanto se me ha tendido a modo de esperanza.


José Ángel Valente, Noventa y nueve poemas, Alianza, Madrid, 2001 (1981), p. 27.