Segunda conversación, Manuel Vilas

sábado, 17 de marzo de 2012
Franz Kafka, Carl Köhler

[...]

SAAVEDRA: Me asombra usted aún más que lo que escribe, y pensé que eso iba a ser imposible. Ahora entiendo —permítame la indiscreción— su éxito entre las mujeres.

KAFKA: Está usted perdonado, pero tiempos vendrán en que las conversaciones entre los seres humanos se conviertan en algo convencional, y carente de verdad o de significado. A eso lo llamarán inteligencia emocional, que será más o menos la capacidad para observar en las conversaciones humanas qué puede incomodar a mi semejante y qué, por el contrario, puede sentarle bien. Naturalmente, lo que mejor siente siempre es no decir nada relevante, decir cosas pasajeras, y hacer gestos simpáticos mientras no se dice nada.

(Kafka tose abundantemente en este momento y Dora le coge la mano.)

SAAVEDRA: ¿Llamo al médico?

DORA: No, no es necesario.

KAFKA (repuesto): El dolor físico parece real, pero no lo es, créame.

SAAVEDRA: ¿Nada es real?

KAFKA: A los moribundos la naturaleza nos regala una alta y precisa memoria de nuestro pasado. Recuerdos intensísimos. Recuerdos que aparecen de repente y que nunca habíamos presenciado antes. Es una memoria agigantada. En estos días, he tenido recuerdos de mi infancia y juventud de una gran realidad, o calidad. Para que la realidad sea real tiene que tener mucha calidad, créame. He comprendido verdades oscuras de mi vida. Es la memoria con música de los moribundos. Recopilamos la vida con una palpitación sobrenatural. Sí, memoria con música, ésta sería la manera de describir este estado fabuloso. He tenido recuerdos que no parecen recuerdos, sino más bien nueva vida ocurrida en el pasado. Eso es en sí mismo hermoso y demoniaco. Viajo a mi pasado ahora mismo, hago cosas en mi pasado, y regreso, y recuerdo. Modifico el pasado sólo con vistas a un recuerdo inédito, a una nostalgia recién nacida. Me siento eufórico cuando esto me ocurre. Me exalto. Me siento como el dueño del Universo. Usted me entenderá, me siento como si fuera a vivir mil años.

SAAVEDRA: Siento envidia.

KAFKA: Claro, porque desde otro punto de vista, es verdad que usted nunca tendrá el privilegio de los moribundos felices. Pero tal vez algún día le llegue ese privilegio. O, en todo caso, usted aún tiene un privilegio mayor: la contemplación de una cantidad de tiempo descomunal, la contemplación de la Historia, del avance. La contemplación de cómo se levanta una casa, cómo se hunde y cómo en su lugar se construye una casa nueva. Básicamente, eso han sido las ciudades, y las ciudades somos nosotros. Usted sabrá qué es el tiempo. Pero, amigo mío, no le voy a preguntar por el tiempo, a un moribundo tales consideraciones ya no le preocupan. ¿Puede usted devolverme la salud? Claro que no, entonces nada importa ya.

SAAVEDRA: ¿Querría que yo obrase un milagro y le devolviera a la vida?

KAFKA: Amo la vida. ¿Por qué se extraña? Una vida corta es lo que he tenido. Fíjese que me voy a morir con cuarenta y un años recién cumplidos. Y, sin embargo, he visto cosas que ni usted, que lleva cuatrocientos diez años en este mundo, ha visto. Y fíjese que da igual, da igual cuarenta y uno que cuatrocientos diez, y permítame que juegue con los números. Pruebe usted a contraer matrimonio con una mujer que sea matemática, que sea experta en matemáticas avanzadas. Y que sea hermosa también. No sólo matemática, sino también hermosa y dulce. Quizá ella pueda revelarle este secreto ígneo de los números, el porqué da igual cuarenta y uno que cuatrocientos diez. Pero lo cierto es que casi todo el mundo vive por lo menos hasta los sesenta años, y yo me quedo en el camino con cuarenta y uno. No me parece justo. Me hubiera gustado estudiar matemáticas. Sabe, no creo que me muera del todo. Tal cosa me parece matemáticamente imposible.

(Largo silencio).



Manuel Vilas, Los inmortales, Alfaguara, Madrid, 2012, pp. 104-106.

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