Lenta pero indetenible, Karmelo C. Iribarren

sábado, 29 de junio de 2013
Fuerza implacable (glaciar Svínafellsjökull en Skaftafell, Islandia), Örvar Atli Þorgeirsson


LENTA PERO INDETENIBLE

A veces
dejo de teclear
unos instantes

y pienso
en ella

lenta
pero indetenible

como un glaciar
en la noche.



Karmelo C. Iribarren, Las luces interiores, Renacimiento, Sevilla, 2013, p. 14.

[Viento], Kōbō Abe

viernes, 28 de junio de 2013
Hombre y mujer #33, Eikoh Hosoe


   —Ahora sopla un viento caluroso entre tú y yo: un viento sensual que casi nos quema con fuego. No se sabe con exactitud desde cuándo está soplando con tanto poder. Creo que he perdido la noción del tiempo bajo este calor y esta presión.
   Pero sé que el viento cambiará de dirección de un momento a otro. De repente empezará a soplar con frío desde el oeste y disipará el calor sin dejar rastros sobre al piel, como sin una antes hubiera existido el viento caluroso. Sí, este calor tan intenso deja traslucir en el aire una anticipación de la catástrofe (...).
      Desde luego, éste es un amor. Pero no tiene nada que ver con el amor ordinario que crece poco a poco hasta formar una torre de niebla y se coagula para perfeccionarse al fin, sino que se trata de un amor extraño que comienza con la conciencia del fracaso… un amor inverso que comienza con el fin. Según un poeta, es bello amar, pero feo ser amado. De la misma manera, el amor que comienza con el fracaso no lleva ninguna sombra.


Kōbō Abe, El hombre caja, Siruela, Madrid, 2012, p. 147.

El olvido, Konstantinos Kavafis

jueves, 27 de junio de 2013
Vía respiratoria, Robert & Shana ParkeHarrison

EL OLVIDO

Encerradas en un invernadero,
bajo el cristal, las flores olvidan
que la luz del sol existe
y cómo temblaban bajo el rocío.


Konstantinos Kavafis, Poesías completas, Hiperión, Madrid, 1976, p. 294.

Preposición indecente, Víctor Lorenzo Cinca

miércoles, 26 de junio de 2013

PREPOSICIÓN INDECENTE

   Tras cerrar el último bar, ya de madrugada, me propuso subir a. Estás en tu casa, no voy a hacer nada que no quieras, me juró ante. Nos desnudamos con prisa, nos metimos en la cama y nos buscamos bajo. Me agarró del brazo cuando me vio abrir el cajón de la mesita situada cabe. No quiero hacerlo con, dijo muy serio. Yo me negué, pero me acorraló contra. Nunca imaginé que fuera capaz de, porque nos conocíamos desde, cuando coincidimos en. Gemí de dolor, de rabia, atrapada entre. Tuve que apartar la mirada y dirigirla hacia, mientras me preguntaba hasta, sin entender sus motivos para. Le supliqué que se detuviera, por. Pero él continuaba actuando según. No pude zafarme de él hasta que quedó agotado, exhausto, sin. Mientras se vestía, me aconsejó no contar lo ocurrido a nadie, so. Se oyó un portazo y me quedé sola, llorando, tendida sobre. Aún me cuesta encontrar las palabras para explicar cómo me siento tras.

Víctor Lorenzo Cinca


Manuel Espada & Rosana Alonso (ed.), De antología, Talentura, Madrid, 2013, p.174.

[El insomnio...], Sam Shepard

martes, 25 de junio de 2013

El insomnio es una cadena
El insomnio es un lazo
El insomnio es un círculo vicioso

Ahora mismo
Dentro de mi cabeza
Dentro de los huesos

Gira mi cuello
Se mueve el cartílago
Me gusta el ruido de mis huesos

En medio de esta emergencia
Pienso en ti
Y sólo en ti

En medio de esta sangre insomne
Tus labios rosados
Tus brazos extendidos hacia arriba

No puedo respirar sin ti
Pero este círculo de costillas
Sigue funcionando por su cuenta


17/5/82
Lancaster, Ca.


Sam Shepard, Crónicas de motel, Anagrama, Barcelona, 1985, p. 98.

Medianoche, Rafael Sánchez Ferlosio

lunes, 24 de junio de 2013
Todo se mueve pero el tiempo está parado, Hossein Zare


(Medianoche.) 

¿Qué es seguir siendo el mismo sino esta agotadora circunstancia de ser despertado siempre a la misma hora de la noche, golpeado siempre contra las mismas piedras, por los mismos demonios y las mismas llagas?



Rafael Sánchez Ferlosio, Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, Destino, Barcelona, 1993.

[Cuando la enfermedad...], Iona Heath

domingo, 23 de junio de 2013
La esperanza se muere la última, Kasia Derwinska


   Cuando la enfermedad está ganando la partida, es crucial volver a ver a la persona, volver a escuchar y redescubrir su historia individual, sus logros, sus esperanzas y sus temores —volver a empezar, como lo hace Frank Auerbach: retirar la pintura de la tela, hacer un nuevo retrato del sujeto—, algo que trascienda la enfermedad y la deje atrás. Al hacerlo, puede apartarse el tiempo del espíritu humano individual del tiempo de la enfermedad. El tiempo de la enfermedad es determinista e inexorable, pero el tiempo de la persona sigue siendo suyo y depende de la profundidad y la intensidad, tanto como de la duración.
   En realidad estamos siempre entre dos tiempos; el del cuerpo y el de la conciencia. De ahí la distinción que se hace en todas las culturas entre cuerpo y alma. El alma es, por sobre todas las cosas, el lugar de otro tiempo.


Iona Heath, Ayudar a morir, Katz, Madrid, 2008, pp. 112-113.

La encina y el ciprés, Javier Tomeo

sábado, 22 de junio de 2013
Hacia la luz, Pierre Pellegrini


LA ENCINA Y EL CIPRÉS

   De pronto desciende la niebla y no me deja ver más allá de las narices.
   Muy bien —me consuelo—. No puedo ver nada, pero tal vez sea mejor así, porque es probable que lo que está pasando ahora mismo a mi alrededor no sea de mi agrado.
   Y continúo sentado al pie de la encina, con la espalda apoyada en el tronco y las piernas abiertas en compás, según tengo por costumbre. Durante más de media hora estoy, pues, instalado en el corazón del silencio, recordando la tabla de multiplicar. Por fin, cuando regresa el sol, descubro que la encina se había convertido en un ciprés.
   «Estoy convencido de que esa transformación querrá decir alguna cosa», pienso.
   Y sin poderlo remediar dejo de lado la tabla de multiplicar y empiezo a recordar a todos los amigos muertos. Recuerdo, no sólo a los que preferían el sonido aterciopelado de los violoncelos, sino también a los partidarios de los trombones. Todos forman ahora una gran orquesta.


Javier Tomeo, Los nuevos inquisidores, Alpha Decay, Barcelona, 2004, p. 200.

[Ninguna percepción...], Carlos Skliar

viernes, 21 de junio de 2013
Kamaitachi #8, Eikoh Hosoe


   Ninguna percepción es recíproca. La mirada hacia la lluvia no es la lluvia que nos mira. La piel que tocamos casi nunca es la piel que suplica ser tocada. Un sonido no espera ser escuchado. El margen no sabe que es el margen. Hacer equivaler las percepciones es reducir el cuerpo a unos pocos encierros y desplantes. Esto es lo primero que aprende el niño. Esto es lo que tan rápido el adulto ignora.


Carlos Skliar, No tienen prisa las palabras, Candaya, Barcelona, 2012, p. 13.

[Repta hinchado...], Takano Mutsuo

jueves, 20 de junio de 2013
La furia del tsunami, Koichiro Tezuka


Repta hinchado,
rapta y arranca
el gran tsunami.


                                                 Takano Mutsuo

 
                                                                            Traducción: K. Takagi

[No siempre uno...], Adolfo Bioy Casares

miércoles, 19 de junio de 2013
Ondas de sonido, Sebastian Eriksson


—No siempre uno puede ser leal. Nuestro pasado, por lo común, es una vergüenza, y no puede uno ser leal con el pasado a costa de ser desleal con el presente. Quiero decirte que no hay peor calamidad que un hombre que no escucha su propio juicio.


Adolfo Bioy Casares, El sueño de los héroes, Alianza, Madrid, 1999.

Un reencuentro, José María Merino

martes, 18 de junio de 2013
Sín título, Mr. Wood (dusty_trasher)

UN REENCUENTRO

   Al fin, tras muchos años de búsqueda, volvió a encontrar el lugar en aquel valle deshabitado de la montaña. La vegetación formaba una maraña que hacía muy difícil el acceso, pero al cabo de un rato pudo reconocer el pequeño montículo desde el que a Eva le gustaba contemplar el atardecer, y el prado donde Caín y Abel jugaban de niños. Sintió mucha melancolía y se sentó sobre un tronco caído. De repente, un cuervo enorme alzó el vuelo cerca de él, y en su graznido retumbante le pareció escuchar: Nunca más.


José María Merino, El libro de las horas contadas, Alfaguara, Madrid, 2011.

Políglota, Araceli Esteves

lunes, 17 de junio de 2013
Abrazo, Agnes Cecile

POLÍGLOTA

   Siempre lloro en catalán, las lágrimas se desprenden mejor en esa lengua. Estornudar y toser lo hago en vasco, no consigo constiparme en ningún otro idioma. Lo de rascar me sale mejor en castellano, si lo intento en otro idioma el picor no cesa. Dormir, duermo en alemán, con el pijama limpio y siempre a la misma hora. Aunque los sueños siempre me salen en italiano, en blanco y negro y en el neorrealismo más puro. Ronco en checo, mastico en portugués y me peino y depilo en francés, el mismo idioma con el que me pinto las uñas. Pero amar, ya lo habrás notado, eso siempre en Morse.



Manuel Espada & Rosana Alonso (ed.), De antología, Talentura, Madrid, 2013, p. 179.

Per especulum et in enigmate, Rafael Sánchez Ferlosio

jueves, 13 de junio de 2013

Observar, Hossein Zare



(Per especulum et in enigmate.)

Todo ya se me va antojando tan imaginario, que nada puede perder siendo fingido, como nada puede ganar siendo real.



Rafael Sánchez Ferlosio, Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, Destino, Barcelona, 1993.

[Como dijo no sé quién...], Sergio del Molino

lunes, 10 de junio de 2013
Direcciones, Dariusz Klimczak
 
 
   Como dijo no sé quién (puede que fuera Mafalda, la gran apócrifa), lo urgente nunca deja tiempo para lo importante. Siempre se expresa este tópico como queja o disculpa, pero yo lo siento como una ley física, un axioma que permite que el mundo siga funcionando. Si lo urgente nos dejara atender alguna vez lo importante, moriríamos saturados de intensidad. Por eso, los poetas y los filósofos implosionan. Por eso al hidalgo se le secaron los sesos. Porque lo urgente es todo aquello que nos permite desentendernos y seguir vivos. Somos nuestras tareas. Somos los platos sucios, los artículos por escribir, las casas por barrer, los polvos por echar y los recados por cumplir. Somos los plazos de nuestra hipoteca, la declaración de la renta y la llamada al fontanero para que repare la caldera. Somos lo urgente. Sin ello, quedamos reducidos a pura carcasa conceptual, a un cuerpo que pide ser guillotinado por un Robespierre enloquecido.
   Escribió Umbral que apreciaba la ética del trabajo porque su estética es mejor que la del ocio. La estampa de un hombre trabajando es mucho más inspiradora y honda que la de uno en huelga. El ocioso es repelente, pero no sólo en la estética que proyecta. De nuevo, la forma es el fondo. (...)
   Yo no podría quedarme en lo importante. ¿Qué mente resistiría un abrazo eterno con la mujer que quiere. ¿Qué cuerpo soportaría la tensión extrema constante, el dolor inalterable y plano, homogéneo e infinito, de un amor inabarcable e indomable? Es posible que alguien haya sido capaz alguna vez. Titanes ha habido con psiques indestructibles. Pero desearlo es propio de imbéciles. Esos poetas locos que persiguen la intensidad del dolor, inventándose su propia desdicha. Esos imberbes e insoportables que ansían librarse de lo urgente para atender a la importancia de su ombligo. Todos esos aburridos desconocen el poder de lo que invocan y, si se les presentara finalmente la transcendencia que tanto anhelan, no la aguantarían ni un segundo. Huirían dejando una estela de humo como en los dibujos animados. No saben que lo urgente nos libera. La vida nos previene de la propia vida. Por suerte, siempre hay demasiadas tareas por hacer. No es mejor la estética del trabajo. Simplemente, es la única soportable.
 
 
Sergio del Molino, La hora violeta, Mondadori, Barcelona, 2013, pp. 125-126.

Tu nombre, Karmelo C. Iribarren

domingo, 9 de junio de 2013
Avenida lluviosa de América, Camille Lacroix

TU NOMBRE

Te quiero desaforada,
torrencialmente,

igual que si lloviese
en todas las ciudades del mundo
a la vez,

y cada gota llevase escrito
tu nombre.


                     Karmelo C. Iribarren

[Hecho pedazos...], Shôi

sábado, 8 de junio de 2013
Esqueleto en la nieve, Linda L. Lambertson



Hecho pedazos por la nieve,
ha vuelto a ser como antes:
el esqueleto del paraguas.


                                                    Shôi



Vicente Haya (ed.), Aware. Iniciación al haiku japonés, Kairós, Barcelona, 2013.

La vida es sueño, Julio Ricardo Estefan

jueves, 6 de junio de 2013
Tierra de oscuridad, Hossein Zare

LA VIDA ES SUEÑO

   Un día despertó. Abrió los ojos y contempló un páramo letal. Era como un sueño o el recuerdo de una pesadilla apocalíptica. Por fortuna, logró cerrar los ojos y volver a vivir.


Julio Ricardo Estefan, La señal inválida, La Aguja de Buffon, San Miguel de Tucumán, 2011, p. 21.

[Había llegado a ese punto...], John Williams

miércoles, 5 de junio de 2013
¿Y ahora qué?, Kasia Derwinska


   Había llegado a ese punto en el que le asaltaba, con intensidad creciente, una cuestión de una simplicidad tan aplastante que carecía de recursos para afrontarla. Se empezó a preguntar si su vida merecía la pena, si alguna vez la había merecido. Era una duda, sospechaba, que le llegaba a todo el mundo tarde o temprano. Se preguntaba si a los demás le sobrevenía con la misma fuerza impersonal que a él. La cuestión le sumía en la tristeza, pero era una tristeza general que tenía poco que ver con él o con su particular destino, ni siquiera estaba seguro de que la cuestión naciera de las causas más recientes y obvias que habían trastornado su vida. Provenía, pensaba, de su mayor edad, de la cantidad de accidentes y circunstancias, y de lo que había logrado entender sobre ellos. Hallaba un gusto siniestro e irónico en la posibilidad de que, con la poca formación que se había procurado, se las había arreglado para llegar a una certeza: que a la larga todas las cosas, incluso el conocimiento que le permitía saber esto, eran fútiles y vacías, y que al final empequeñecían hasta convertirse en una nada donde ya no cambiaban.


John Williams, Stoner, Baile del Sol, Tenerife, 2011.

[No sabemos qué hay dentro], Manuel Vilas

lunes, 3 de junio de 2013
Simbiosis, Rik Garrett


   La gente vive y muere, no sabemos nada del interior de esos actos. Los vemos vivos y al rato están muertos. Nadie es depositario del contenido de las vidas de la gente. No sabemos qué hay dentro, si que hay algo. Puede ser que el furor y el pánico sean hechos reales. No lo sabemos. La procreación parece real. El amor provoca acontecimientos, eso parece real también. La forma social del amor, casarse, reproducirse, sin embargo, acaba siendo lo único real para la mayoría de la gente.
   (…) Solo la muerte hace el amor con nosotros como yo querría que lo hiciéramos tú y yo ahora, desde dentro, desde la oscuridad: tráquea, hígado, córnea, faringe, epiglotis, páncreas, riñón, oído interno, diafragma, fosa nasal, pupila, bazo, intestino, pulmón y corazón. Jamás veré lo que eres. Jamás lo verá otro hombre y eso te consolaba. Solo la muerte puede amarnos así. Hablarás con ella, con la muerte. Pactarás con ella para que os deje diez minutos de gloria, bajo la tierra. Y eso nos calmará al fin. Y seremos saciados.


Manuel Vilas, El luminoso regalo, Alfaguara, Madrid, 2013, pp. 31, 38.

[Las palabras se traban...], Roberto Juarroz

domingo, 2 de junio de 2013
Silencio blanco, Pavel Tereshkovets

Las palabras se traban
como descompuestos mecanismos de relojería.
La soledad gotea torpemente.
Y además de futuro,
el tiempo de la muerte ahora es también pasado.

Debo empezar a vigilar ciertas zonas
que no son ni vida ni muerte,
ni temperaturas erguidas, ni climas arrodillados.
Debo empezar a vigilar mis propias pulcritudes.

Es verdad que me he liberado por lo menos
de la ilusión de prescindir de los soportes.
Hasta la rosa necesita tallo
y hasta el aire una sombra.

Tal vez tenga que volver humildemente
a desempolvar algunos olvidados apoyos.
o a consentir quizás que entre el ojo y el dedo
se aglomere de nuevo
el espacio más íntimo:
el tacto visceral y perfecto de una lágrima.


Roberto Juarroz, Poesía vertical, Cátedra, Madrid, 2012.

El míster & Iron Maiden, Manuel Rivas

sábado, 1 de junio de 2013
Prisioneros de nosotros, Kasia Derwinska

EL MÍSTER & IRON MAIDEN

   El muchacho maldijo, se levantó furioso y tiró la banqueta de una patada. El hombre de pelo cano, al hablarle, miraba en la camiseta, con la inscripción Iron Maiden, el espectro monstruoso que con las manos sujetaba los extremos de un cable de alta tensión y relampagueaba por los ojos. El pelo del espectro era muy largo y de un blanco de nieve.
   ¿Qué haces? ¡Pon la banqueta derecha!
   Estaban viendo el partido televisado. El rival había metido el gol del empate y así se alejaban las posibilidades de que el Deportivo de Coruña se hiciera con el campeonato. Al fondo de la cocina la madre palillaba flores de encaje. Aquel sonido industrioso pertenecía al orden natural de la casa. Cuando no existía, se echaba en falta.
   La culpa es de él, dijo el muchacho con resentimiento.
   ¿De quién? También el hombre de pelo cano se sentía molesto.
   ¿De quién va a ser? ¡Mira que es burro!
   ¿Por qué le llamas burro? ¡No sabes ni de qué hablas!
   Estábamos ganando, estábamos ganando y va y cambia un delantero por un defensa. Siempre recula. ¿No te das cuenta de que siempre recula?
   ¿Está en el campo? Dime. ¿Está él en el campo? ¿No hay ahí once tipos jugando? ¿Por qué siempre le echáis a él la culpa?
   ¡Porque la tiene! ¿Por qué no quita a Claudio? ¿A ver? ¿Por qué no? Íbamos ganando y va y cambia a Salinas. ¡Todo al carajo!
   ¿No dices siempre que Salinas es un paquete?
   Pero ¿por qué lo cambia por tm defensa?
   Los otros también juegan. ¿No te das cuenta de que el contrario también juega? Éramos unos muertos de hambre. ¿Recuerdas que éramos unos muertos de hambre? Estábamos en el infiemo y ahora vamos segundos. ¡No sé qué coño queréis!
   ¡No me vengas con rollos! Tú eres igual que él, dijo el muchacho haciendo en el aire una espiral con el dedo. Que si tal, que si cual. Cuidadito, prudencia. El fútbol es así, una complicación. Rollo y más rollo.
   Ya lloraréis por él. Recuerda lo que te digo. ¡Acabaréis llorando por él!
   El locutor anunció que se iba a cumplir el tiempo. El árbitro consultaba el reloj. Luego se vio en la pantalla el banquillo local y la cámara enfocó el rostro apesadumbrado del míster. El hombre de pelo cano tuvo la rara sensación de que estaba ante un espejo. Hundió la cabeza entre las manos y el entrenador lo imitó.
   ¡Jubílate, hombre, jubílate!
   El hombre de pelo cano miró para el muchacho como si le hubiese disparado por la espalda. La madre dejó de palillar y eso causó el efecto de una banda sonora de suspense.
   ¿Por qué dices eso?
   El muchacho fue consciente de que estaba atravesando una alambrada de púas. La lengua rozaba el gatillo como un dedo que le hubiera cogido gusto y que ya no obedecía las órdenes de la cabeza.
   Digo que ya es viejo. Que se largue.
   Habían discutido mucho durante toda la Liga, pero sin llegar al enfado. Ahora, por fin, el asunto estaba zanjado. El hombre de pelo cano se había quedado mudo, abstraído en algún punto de la pantalla. La cámara buscó al árbitro. Éste se llevó el silbato a la boca y dio los tres pitidos del final.
   ¡Ya está, se jodió todo! ¡A tomar por el culo!
   ¡En casa no hables así!, le reprendió la madre. Cuando apartaba los ojos cansados de los alfileres de la almohadilla de bolillos, tenía la sensación de que miraba el mundo por una celosía enrejada con punto de flor.
   ¡Hablo como me sale del carajo! El muchacho se fue dando un portazo que hizo pestañear la noche.
   El muchacho gobernaba ahora el motor y el padre escrutaba el mar. Por el acantilado del Roncudo de Corme, en la Costa da Morte, se descolgaban los otros perceberos. Se acercaba la última hora de la bajamar. Desde ese momento, y hasta que pasara la primera hora de la pleamar, cada minuto era sagrado. Ése era el tiempo en que se dejaban pisar las Penas Cercadas, los temidos bajíos donde rompe el Mar de Fóra. Sólo se aventuraban allí los perceberos versados, los que saben leer el cabrilleo, las grafías que hace la espuma en las rocas. Y como cormorán o gaviota, hay que medir el reloj caprichoso del mar.
   El mar tiene muchos ojos.
   Cada vez que se aproximaban a las Cercadas, el muchacho recordaba esa frase repetida solemnemente por el padre en la primera salida, como quien transmite una contraseña para sobrevivir. Había otra lección fundamental.
   El mar sólo quiere a los valientes.
   Pero hoy el padre iba en silencio. No le había dirigido la palabra ni para despertarlo. Golpeó con el puño en la puerta. Bebió de un trago el café, con gesto amargo, como si tuviera sal.
   El padre tenía otra norma obligada antes de saltar a las Cercadas. Por lo menos durante cinco minutos estudiaba las rocas y seguía el vuelo de las aves marinas. Una costumbre que él, al principio, y cuando todo aparentaba calma, había considerado inútil pero que aprendió a respetar el día que descubrió lo que de verdad era un golpe de mar. El silencio total. El padre que grita desde la roca que maniobre y que se aleje. Y de repente, salido de la nada, aquel estruendo de máquina infernal, de excavadora gigante. Trastomado, temblando, con la barca inundada por la carga de agua, busca con angustia la silueta de las Penas Cercadas. Allí, erguido y con las piernas flexionadas como un gladiador, con la ferrada dispuesta como lanza que fuera a atravesar el corazón del mar, estaba el padre.
   Tantos ojos como el mar. Hoy el padre tiene la mirada perdida. Él va a decir algo. Mastica las palabras como un chicle. Oye, que. Ayer, no. Pero el padre, de repente, coge la horquilla y la manga, se pone de pie, le da la espalda y se dispone a saltar. Él sólo tiene tiempo de maniobrar para facilitarle la operación. Mantiene el motor al ralentí, con un remo apoyado en la roca para defender la barca. Aguarda las instrucciones. Un gesto. Una mirada. Y es él quien grita: ¡vete con cuidado!
   El mar está tranquilo. El muchacho tiene resaca. Bebió y volvió tarde a casa, con la esperanza de que la noche hubiera limpiado todo lo del día anterior, como hace el hígado con el licor barato.
   Mojó las manos en el mar y humedeció los párpados, apretándolos con la yema de los dedos. Al abrir los ojos, tuvo la sensación de que habían pasado años. El mar se había oscurecido con el color turbio de un vino peleón. Miró al cielo. No había nubes. Pero fue aquel silencio contraído lo que lo alertó.
   Buscó al padre. Incomprensiblemente, le daba la espalda al mar. Gritó haciendo bocina con las manos. Gritó con todas sus fuerzas, como si soplara por una caracola el día del Juicio Final. Atento a los movimientos del padre, se olvidó por completo de gobernar la barca. Escuchó un sonido arrastrado de bielas lejanas. Y entonces llamó al padre por última vez. Y pudo ver que por fin se volvía, afirmaba los pies, flexionaba las rodillas y empuñaba la ferrada frente al mar.
   El golpe pilló a la barca de costado y la lanzó como un palo de billarda contra las Cercadas. Pero el muchacho, cuando recordaba, no sentía dolor. Corría, corría y braceaba por la banda, electrizado como el espectro de Iron Maiden. Había esquivado a todos los contrarios, uno tras otro, había metido el tercer gol en el tiempo de descuento, y ahora corre por la banda a cámara lenta, las guedejas flotantes, mientras los Riazor Blues ondean y ondean banderas blanquiazules. Corre por la banda con los brazos abiertos para abrazar al entrenador de pelo cano.


Manuel Rivas, ¿Qué me quieres, amor?, Alfaguara, Madrid, 1996.