[Lo que pueda contaros...], Javier Egea

miércoles, 30 de octubre de 2013
Distancia, Pierre Pellegrini

Lo que pueda contaros
es todo lo que sé desde el dolor
y eso nunca se inventa.

Porque llegar aquí fue una larga sentina,
un extraño viaje,
una curva de sangre sobre el río,
mientras todo era un grito
y ya se perfilaba resuelto en latigazos
el crepúsculo.

Las historias se cuentan con los ojos del frío
y algún sabor a sal y paso a paso
—lengua y camino—
porque la sangre se nos va despacio,
sin borbotón apenas,
desmadejadamente por los labios.

Las historias se cuentan una vez y se pierden.


Javier Egea, Poesía completa (Volumen I), Bartleby, Madrid, 2013.

LXIX, Mario Levrero

lunes, 28 de octubre de 2013

LXIX

   —Capitán —le dije al idiota—, los hombres están agotados.
   El idiota se secó el sudor de la frente y me miró con cansancio esbozando una sonrisa triste.
   —Lo sé —respondió.
   Me mandó dar la orden de descanso. Los hombres se dispersaron, se sentaron en troncos o en el suelo, se quitaron las botas, se frotaban y acariciaban los pies llagados y cuarteados.
   —Capitán —le dije, en nuevo aparte—, ¿no sería mejor abandonar la lucha? ¿Volver al castillo? ¿Cuánto tiempo hace que estamos aquí, dando vueltas sin sentido?
   —Hace tiempo —respondió—, hace mucho tiempo que he abandonado la lucha. Hace mucho tiempo que lo único que busco es la forma de salir.
   —¿La brújula?
   —Enloquecida. Señala cualquier dirección. Todas las direcciones.
   —¿Las estrellas?
   —¿Quién ha visto una puta estrella desde este puto bosque?
   El Capitán se quitó la gorra ajada y sucia y la arrojó al suelo con furia. Quedé en silencio unos instantes.
   —¿Por qué razón era que habíamos venido? —pregunté, al fin.
   —Nadie lo recuerda exactamente. Había un enemigo contra quien luchar, pero ni siquiera sé, ahora, si alguna vez supimos de quién trataba.
   —Teníamos consignas.
   —Teníamos fe en el triunfo.
   —Sabíamos lo que queríamos.
   —Nuestra causa era justa.
   —¿Y ahora?
   —Ahora, hay que seguir luchando. Luchando contra el bosque. El enemigo verdadero es el bosque. El otro, la razón de que estemos aquí, ha desaparecido tal vez hace mucho. ¿Y cómo lo reconoceríamos?
   —Hemos perdido muchos hombres.
   —Hemos de perder muchos más todavía.
   —¿Y qué será de nuestras mujeres, de nuestros hijos en el castillo?
   —Tal vez nos hayan olvidado. Tal vez nos den por muertos. Tal vez ellas se hayan casado nuevamente. ¿Evaristo?
   —Muerto. Hace meses.
   —¿Humberto?
   —Muerto, también, hace años, creo.
   —¿Esteban?
   —Muerto o desaparecido.
   —Muerto por las fieras.
   —Este bosque parece infinito.
   —Tal vez lo sea.
   —¿Y el castillo?
   —¿Existió alguna vez el castillo?
   El Capitán dio la orden de formar filas y seguir adelante, abriéndose paso a machete. Algunos no pudieron obedecer. La fatiga, la fiebre.
   —¿Qué hacemos? —pregunté.
   —Adelante —respondió el Capitán.
   Y dando el ejemplo sacó el machete y comenzó a abrirse paso por centésima, por milésima vez en el bosque. Los hombres se tambaleaban o se arrastraban detrás de nosotros. Un ejército de desechos humanos.
   Y el otro enemigo era el silencio.


Mario Levrero, Caza de conejos, Libros del Zorro Rojo, Barcelona, 2012.

[Hay sólo fragmentos], James Salter

domingo, 27 de octubre de 2013
Sombra, Andy Warhol


   Un día perfecto comienza por la muerte, por la apariencia de la muerte, de una honda capitulación. El cuerpo está flojo, el alma se ha expandido, todo fortaleza, incluso aliento. No existe la facultad del bien o del mal, la luminosa superficie de otro mundo está cerca, envolvente, las ramas de los árboles tiemblan fuera. Por las mañanas él despierta despacio, como si el sol le tocara las piernas. Está solo. Huele a café. El pelaje tabaco de su perro absorbe la luz ardiente. [...]
   No hay una vida completa. Hay sólo fragmentos. Hemos nacido para no tener nada, para que todo se nos pierda entre los dedos. Y, sin embargo, esta pérdida, este diluvio de encuentros, luchas, sueños... hay que ser irreflexivo, como una tortuga. Hay que ser resuelto, ciego. Pues cualquier cosa que hagamos, incluso que no hagamos, nos impide hacer la cosa opuesta. Los actos demuelen sus alternativas, he aquí la paradoja. La vida, por tanto, consiste en elecciones, cada cual definitiva y de poca trascendencia, como tirar piedras al mar. Hemos tenido hijos, pensó; nunca podremos no tener hijos. Hemos sido mesurados, jamás sabremos lo que es despilfarrar nuestra vida... 


James Salter, Años luz, Muchnik, Barcelona, 1999, pp. 44-45.

La otra maja, Michel Gaztambide

sábado, 26 de octubre de 2013
Maja, bikini y Goya, Mercedes Casas Ocampo

LA OTRA MAJA

Mi amor
Tu cuerpo arqueándose por el placer
Está clavado en mi cabeza

Como un cuadro en un museo
Puedo verlo cada día
Pero no me lo dejan llevar a casa.


Michel Gaztambide, Moscas en los incunables, Huacanamo, Barcelona, 2011.

Cuna, José Luis Torres Vitolas

jueves, 24 de octubre de 2013
Bebé (cuna), Gustav Klimt

CUNA

   Sueña. El bebé llora. Se levanta exhausta, otra vez, como hace tres horas. Le da el pecho, le cambia el pañal, lo arrulla y lo acuesta. Siempre lo dicen: los primeros meses no se duerme. Vencida, se deja caer de nuevo sobre las mantas. En la oscuridad, por instinto, estira la mano hacia su hijo. Le acaricia con suavidad, como queriendo abrigar un recuerdo hasta que, finalmente, se rinde ante el cansancio. Y toda la noche permanece así, echada en la cama, sin querer despertar, soñando feliz junto a la cuna vacía.


José Luis Torres Vitolas, L, Albatros, Genève, 2010, p. 36.

[Libro prestado], Malcolm Lowry

lunes, 21 de octubre de 2013
Principio de la memoria que se toma prestada, Nina Todorović


   M. Laruelle contempló de nuevo las guardas del libro y luego lo cerró sobre el mostrador. Arriba la lluvia tamborileaba sobre el tejado del cine. Hacía dieciocho meses que el cónsul le había prestado el manoseado volumen marrón de teatro isabelino. En aquella época Geoffrey e Yvonne llevaban separados acaso cinco meses. Seis más transcurrieron antes de que ella volviera. En el jardín del cónsul erraban sombríos y a la deriva entre las rosas, el plúmbago y las ceriflores «como préservatifs dilapidados», según había firmado el cónsul dirigiéndole una mirada diabólica, una mirada casi oficial a la vez, que ahora parecía haber dicho: «Ya sé, Jacques, que quizá nunca me devuelvas el libro; pero imagina que te lo presté precisamente por esa razón, para que un día llegues a lamentar no habérmelo devuelto. ¡Ah! Entonces podré perdonarte, pero ¿podrás perdonarte a ti mismo? No sólo por no haberlo devuelto, sino porque, ya entonces, el libro se habrá convertido en emblema de lo que es imposible devolver».


Malcolm Lowry, Bajo el volcán, Tusquets, Barcelona, 1997, p. 49.

La caída, Julia Uceda

sábado, 19 de octubre de 2013
La caída de Ícaro, Marc Chagall
LA CAÍDA

Hay que ir demoliendo,
poco a poco, la sombra
que vemos. Que nos dieron.
Que nos dijeron: «eres».
Hay que apretar las sienes
entre los dedos. Hay
que asentir a ese punto
—comienzo, duda o hueco—
que yace dentro.
                         Y es preciso
que en una noche todo arda
—el «eres», el «seremos»—
y un terror polvoriento
nos muestre su estructura.
Es urgente bajarse
de los dioses. Tomar
el fuego entre las manos.
Destruir esos «yo» que nos presentan
una hilera de sombras agotadas.
Y dejarse caer sobre el principio
de la vida. O del sueño.
Ser solamente vida
presente. Sin recuerdo
de ayer ni de mañana.


Julia Uceda, En el viento, hacia el mar (1959-2002), Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2002 p. 96.

[La gente de la sala...], Steve Tesich

martes, 15 de octubre de 2013
 Océano Pacífico #302, Hiroshi Sugimoto


   La gente de la sala no había podido evitar oír lo que le había dicho la mujer y ahora se volvieron para mirarlo, preguntándose quién sería y qué debía de haber hecho.
   —Por favor —dijo la mujer, haciendo un gesto hacia la puerta.
   Saul cogió el sobre de papel manila que ella le ofrecía y se las apañó como pudo para bajar las escaleras y salir de la casa.
   Dentro del sobre estaba la carta que le había escrito al señor Houseman, suplicándole su perdón.
   Su necesidad de perdón había sido tan enorme que ni siquiera se le había ocurrido que existieran transgresiones imperdonables.
   La casa del Viejo estaba situada en el cañón de Topanga, y Saul bajó a toda velocidad el cañón, con los árboles resecos por la falta de lluvia elevándose por encima de él a ambos lados de la carretera y formando un túnel de árboles con las ramas entretejidas. Y luego, de pronto, vio cómo el océano Pacífico salía lanzado de aquel túnel. Su enormidad, recordándole a la enormidad humana y a su propia incapacidad para estar a la altura de ella, hizo que le doliera el corazón y que le ardieran de vergüenza las mejillas.


Steve Tesich, Karoo, Seix Barral, Barcelona, 2013, p. 508.

[Imposible reflejar], Joseph Conrad

sábado, 12 de octubre de 2013
 Niña con máscara de muerte (Ella juega sola), Frida Kahlo


  No, es imposible; imposible reflejar las sensaciones vivas de otro momento de la existencia, todo eso que le da verdad, y significado, su esencia penetrante y sutil. Es imposible. Vivimos como se sueña: solos…


Joseph Conrad, Alma negra, Espuela de Plata, Sevilla, 2006, pp. 57-58.

[A veces aconsejamos...], José Ovejero

miércoles, 9 de octubre de 2013
Norte Sur, Joan Miró


   —A veces aconsejamos a los demás que hagan justo aquello que hemos hecho nosotros y nos ha vuelto desgraciados.
   —Te ha quedado muy bien. ¿De quién es la frase?
   —Creo que mía. Pero no estoy seguro.
   —Un poco dura, dadas las circunstancias.
   —Las circunstancias son una mierda.
   —¿Sabes lo que encontré el otro día en un cajón? Una caja de píldoras anticonceptivas. Ni la había abierto. Y ¿sabes lo que encontré unos días antes? La tarjeta de embarque del último viaje de vacaciones que he hecho. Han pasado tres años. No creas que aspiro a mucho. A estar con alguien, hombre, mujer o perro, sentir que las cosas que me pasan no me pasan a mí sola.
   —Un perro no sería complicado.
   —Vale, tacha el perro. O al menos estar sola por decisión propia.
   Me levanto sin pensarlo y voy hacia ella. Ya se han encendido todas las luces alrededor y el perfil de las montañas se ha fundido con la noche.
   —Pero no lo has decidido aún.
   Sacude la cabeza muy seria, toda ojos y ceño fruncido, toda pesar y dientes apretados. La abrazo. Su cuerpo se tensa ligeramente y estoy seguro de que me va a rechazar, pero poco a poco se ablanda, se abandona y olvida, me acepta al menos para apoyarse y descansar unos segundos en los que ella mira al sur y yo al norte, pero tengo la impresión de que estamos viendo lo mismo.
  

José Ovejero, La invención del amor, Alfaguara, Madrid, 2013, pp. 140-141.

Ticket de estacionamiento

lunes, 7 de octubre de 2013
El aparcamiento del supermercado II, Jeffrey Smart

TICKET DE ESTACIONAMIENTO

   Decime, Aurelio, decime vos que salís de ahí, si viste a Laura, si seguía dentro del auto aún; el bolso abierto para agarrar un pañuelo o si recién se había secado aquel rímel como aluvión de tierra por su cara; decime, Aurelio, que sólo ese pañuelo, la billetera, un espejo en ese bolso, tal vez el libro que pensaba regalarme de ser otros sus labios; pero hasta ahí, Aurelio, y decime que lloraba agua y no cristal roto, decime que la palabra revólver era nomás un disparo al aire, decime que podrá torcerme la cara porque habrá una próxima vez que me vea, que su corazón latirá y se helará y volverá a latir para aquellos que aún sin saberlo la están esperando. Decime, Aurelio, sólo decime que podrías regresar ahorita mismo y ronronear a la orilla del auto, maullar mientras podés ver a Laura y tenés que apartar tu patita de la puerta porque ya está saliendo y te acaricia y en tu pelaje gris la huella de una mano triste.

[No es agradable el momento...], Steve Tesich

domingo, 6 de octubre de 2013
 El presente, René Magritte


No es agradable el momento en que para mejorar tu vida solamente te puedes derrocar a ti mismo.


Steve Tesich, Karoo, Seix Barral, Barcelona, 2013, p. 65.

[Cuando falten las palabras], Samuel Beckett

viernes, 4 de octubre de 2013
Tierra baldía, Man Ray


   Todavía lo tenue todavía aún. Siempre que todavía lo tenue todavía de algún modo aún. De cualquier modo aún. Con palabras que empeoren. Mirada que empeore. Para que se vea la nada. Hacia la nada por ver. Por ver tenue. Igual que ahora a modo de algún modo aún ¿dónde en ninguna parte todos juntos? Los tres juntos. ¿Dónde allí peor vistos los tres por última vez? Espalda encorvada sin más. Descalzo avanza lento el par. Cráneo y mirada sin párpados. ¿Dónde en la angosta inmensidad? Di sólo inmensidades de distancia. En ese angosto vacío inmensidades de vacío de distancia. Mejor peor más tarde.
   ¿Qué cuando falten las palabras? Ninguna para qué entonces. Pero di a modo de algún modo aún de algún modo que tenga que ver con la vista. Con menos vista. Todavía tenue y así y todo… No. En modo alguno así aún. Di mejor peor palabras que faltan cuando en modo alguno aún. Todavía tenue y en modo alguno aún. Todo visto y en modo alguno aún. ¿Qué palabras para qué entonces? Ninguna para qué entonces. Sin palabras para qué cuando falten las palabras. Para qué cuando en modo alguno aún. De algún modo en modo alguno aún.


Samuel Beckett, Rumbo a peor, Lumen, Barcelona, 2001, p. 51.

[Ahora], Ernest Hemingway

jueves, 3 de octubre de 2013
Pinos en la ciénaga, Vincent van Gogh


   Estaban tan juntos, que mientras se movía la manecilla que marcaba los minutos, manecilla que él ya no veía, sabían que nada podría pasarle a uno sin que le pasara también al otro; que no podría pasarles nada sino eso; que eso era todo y para siempre, lo que había sido y el ahora y lo que estaba por llegar. Esto, lo que no iban a tener nunca, lo tenían. Lo tenían ahora y antes y ahora, ahora y ahora. Ah, ahora, ahora, ahora; este ahora único, este ahora por encima de todo; este ahora como no hubo otro, sino solo este ahora y ahora es el profeta. Ahora y por siempre jamás. Ven ahora, ahora, porque no hay otro ahora más que ahora. Sí, ahora. Ahora, por favor, ahora; el único ahora. Nada más que ahora. ¿Y dónde estás tú? ¿Y dónde estoy yo? ¿Y dónde está el otro? Y ya no hay porqué; ya no habrá nunca porqué, solo este presente, y de ahora en adelante sólo habrá ahora, siempre ahora, desde ahora sólo un ahora; desde ahora sólo hay uno, no hay otro más que uno; uno que asciende, parte, navega, se aleja, gira; uno y uno es uno; uno, uno, uno. Todavía uno, todavía uno, uno que desciende, uno suavemente, uno ansiadamente, uno gentilmente, uno felizmente; uno en la bondad, uno en la ternura, uno sobre la tierra, con los codos pegados a las ramas de los pinos, cortadas para hacer el lecho, con el perfume de las ramas del pino en la noche, sobre la tierra, definitivamente ahora con la mañana del día siguiente que va a venir.
  
  
Ernest Hemingway, Por quién doblan las campanas, DeBolsillo, Barcelona, 2012, pp. 502-503.

[Las esperanzas...], Yukio Mishima

martes, 1 de octubre de 2013
Esperanza, Tōkō Shinoda


   Las esperanzas por cuya fruición no se teme no son realmente esperanzas, sino, y en último análisis, una de las formas en que se manifiesta la desesperación.

 
Yukio Mishima, Sed de amor, Alianza, Madrid, 2008.