[Cada nota...]

jueves, 14 de agosto de 2014
 Fatiga de los sueños ebrios, Kiyoshi Koishi


   Cada nota hace que Ivan vaya perdiéndose. Durante la audición, la sonata avanza, ella al piano, él al violín. Los acordes arman una bola de nieve que rueda cuesta abajo por la colina del tiempo. No tardará en deshacerse.
   Sonreír es hacer de espejo ante los aplausos. Espejo ante Ivan, que la mira con alegría, con orgullo ante la interpretación tejida entre los dos: a través de la música, a través de todo en lo que la piel no interviene.
   Las palabras que quiere decir le llegan como el agua en forma de torrente: no puede volverlo hielo, apresar la solidez de al menos una idea. Sólo lo banal, algún monosílabo, encontrarse con más gente, enhorabuena, adiós, qué te parece si, gracias por haber venido. Los minutos visten traje gris, calzan una mirada insípida.
   Hasta que el reloj se delata con su esencia impaciente. Salen del auditorio juntos, se quedan delante del edificio, solos en la noche transversal. Yuki se calla. Calla demasiado. Sabría hablar si el tiempo se volviera un chicle interminable para poder hacerlo. Cada segundo se va triturando entre los dientes. Su garganta es un teclado infinito, por dónde comenzar para que el sonido no sea sacrilegio, y el silencio sólo se rompa porque va a nacer una melodía perfecta.
   —Bueno, Yuki. Me voy en esta dirección. Ya nos veremos.
   Digerir esas palabras convierte la despedida de Yuki en una mueca inútil en su boca. Esas palabras, y la mano de Ivan como una hoja caída sobre su brazo: apenas un regalo de algo que pertenece sólo al viento.
   Se alejan, cada uno por su raíl como dos trenes que sólo coinciden en desangrar el mismo paisaje. Los pies de Yuki hilan un réquiem para la calidez muerta en una noche húmeda. No existe abrigo suficiente cuando Ivan se ha marchado.

  

0 comentarios: