[La herida], Eduardo Chirinos

sábado, 11 de abril de 2015
Herida abierta, John Clang


   Cuando me preguntan si sufro o disfruto cuando escribo recuerdo una historia que solía contar mi mamá sobre Fernando Iwasaki. Una tarde, jugando en los patios del colegio, Fernando se hirió la rodilla. La costra debió parecerle muy provocativa porque se entretenía sacándoseIa cuidadosamente con las uñas. Su mamá lo regalaba y le hacía prometer que dejaría la costra en paz. Pero ¿qué niño puede resistirse a la tentación de arrancarse una costra? Hasta que su mamá no tuvo más remedio que amenazarlo con un castigo ejemplar. La amenaza surtió efecto: la costra se formó y endureció como estaba previsto, pero al poco tiempo empezó a brotar de los bordes una pus amarillema acompañada de un insoportable mal olor. El médico no tardó en descubrir lo ocurrido: temeroso ante el castigo materno, Fernando no tuvo mejor idea que pegarse la costra con terokal. Años después he comprendido que esa actitud tan pueril revelaba por anticipado la naturaleza del escritor: la de alguien que desoye el consejo de preservarse del dolor porque disfruta abriéndose constantemente la herida.


Eduardo Chirinos, Anuario mínimo: 1960-2010, Luces de Gálibo, Girona, 2012, p. 89.
 

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