Crónica de un viaje relámpago a Madrid

domingo, 9 de marzo de 2008
Después de una semana agotadora, repleta de exámenes y trabajos, por fin llegaba el fin de semana, en teoría para descansar. Sin embargo, a Sara, a María y a mí nos esperaba un sábado frenético, con un viaje a Madrid de apenas 24 horas. Hace unas tres semanas, comenzamos a pensar que por qué no viajábamos más por nuestra propia iniciativa, que podíamos ir en un fin de semana a alguna parte. Entonces, encontramos unos billetes asequibles de ida y vuelta a Madrid, y decidimos cogerlos, a pesar de que contaban con un pequeño inconveniente que por el cansancio acumulado ha resultado ser más grande de lo esperado: tener que pasar en el aeropuerto toda la noche del sábado al domingo.

Después de haber dormido no más de cuatro horas, llegamos al aeropuerto de Santiago poco antes de las seis. El avión despegó a las siete y veinte, y una hora más tarde habíamos llegado a la terminal 4 de Barajas, de la que ya tendríamos tiempo a cansarnos por la noche.

La primera visita de la mañana fue el Museo del Prado, donde tuvimos que decantarnos por ver las obras de los pintores más relevantes debido a la apretada agenda que habíamos diseñado para ayer. Después fuimos al museo Thyssen, en el que, a pesar de todas las veces que fui a Madrid, nunca había estado, y me he dado cuenta de lo que me había estado perdiendo hasta ahora, porque vi cuadros que me encantaron, como éste, Localización de móviles gráficos I, de Frantisek Kupka, o algunos de Marc Chagall o André Derain. Para mí, fue lo mejor del viaje. Además del museo, fuimos a la exposición de Modigliani que se encontraba en el mismo edificio.

Por la tarde visitamos el Museo Reina Sofía, en el que no nos detuvimos demasiado, básicamente por el cansancio de llevar tantas horas caminando y de ver tantos cuadros en tan poco tiempo, por lo que llega un momento en el que se dejan de apreciar. De aquí lo que más me gustó fueron los cuadros del surrealismo. Después fuimos al Museo de Cera, donde nos hizo ilusión ver figuras de personajes que habíamos estudiado en historia, sobre todo los reyes y presidentes de la España contemporánea, y también algunos de los grandes literatos del siglo XX.

A continuación fuimos a la exposición "Bodies", gran idea de Sara, que no sé cómo pudo convencernos para que fuésemos allí. Yo casi no podía mirar esos cadáveres, no entiendo cómo puede haber gente que disfrute viendo eso, me parece una total falta de sensibilidad. Lo peor eran los fetos que se mostraban, y algunos cuerpos cortados como si fueran lonchas de fiambre. Realmente era un espectáculo macabro, por el que aun encima tuvimos que pagar 20 euros y hacer una cola de hora y media.

Ya de noche, fuimos a la Puerta del Sol y anduvimos por la Gran Vía, intentando retrasar el inevitable regreso al aeropuerto. Llegamos allí a las once, por lo que nos aguardaban más de ocho horas de interminable espera. Además, los bancos, en su afán de guardar una estética acorde con el moderno diseño de la terminal, eran totalmente de metal, con unos afilados reposabrazos entre cada asiento, por lo que no invitaban al sueño. Pero al final sí que acabamos durmiendo algo las tres, el cansancio era tan grande que incluso pudo vencer la incomodidad de los bancos.

Finalmente, la hora de volver llegó, y a las ocho menos diez el avión despegaba hacia Santiago. Llegamos cansadas, claro, pero realmente el viaje había merecido la pena. Ya hemos pensado en repetir dentro de unos meses una experiencia de este estilo yendo a otro lugar pero, eso sí, sin escatimar gastos en un hotel donde poder pasar la noche.

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