El partido

domingo, 27 de junio de 2010
EL PARTIDO

Suenan los acordes que inauguran un nuevo partido del Mundial, mientras en mi cabeza de náufrago despistado irrumpe el eco de unas palabras pronunciadas la pasada temporada por el entrenador del Almería, Juanma Lillo ­—nombre que, por cierto, da para algún chiste—­: el Madrid juega a golear, en cambio el Barça golea mientras juega. Ahora la sentencia, evidentemente, solo funciona en el pasado: el equipo que desplegará Mourinho sobre el campo solamente se parecerá al de Pellegrini en el nombre. No puedo ocultar mi desencanto en la destitución del chileno, pero, al menos, he encontrado cierta utilidad al ineficaz desfile de entrenadores en el banquillo blanco: sirve para medir el implacable asedio del tiempo.

Porque, mientras que en el Madrid lo permanente es el constante cambio, en mí todo sigue igual desde tiempos de Capello. Pasa un año, otro, y otro, y siento que asisto a un mismo partido interminable, que estoy viviendo un encuentro que creía acabado y en el que hasta comienzo a sentir fobia de la hierba que deshacen mis pisadas. Hasta hace un tiempo —­quizás un par de entrenadores atrás—­, mis amigos trataban de convencerme: que debía olvidarme de ella, que así no iba a ninguna parte... Ahora se limitan a escucharme, o a hacer que me escuchan, y me arrastran a tomar unas cervezas con el fútbol como innegociable plato estrella.

Hoy toca ración de octavos. Argentina-México. Aterrizo en el césped mundanal para la repetición del gol que acaba de anotar Higuaín. Me encanta este jugador. Reconozco que su técnica es limitada, físicamente se desploma al final de los partidos, no sabe jugar de espaldas y falla más que una escopeta de feria, pero tiene fe en lo que busca, en el gol, y su incansable tesón me parece más valioso que alguna exquisitez técnica rodeada de un mar de apatía y desgana. Me seduce su insistencia y su terquedad, luchando contra la falta de puntería que lo aquejaba a su llegada a Europa, contra la duda de los aficionados o la desconfianza de los entrenadores. La verdad es que quizás me guste porque me recuerda a mí. Bueno, en cuanto a intenciones, porque si la vida fuera un partido de fútbol no me aceptarían ni en el equipo de mi barrio. Ya no sé si soy yo, el balón, la portería, el portero, el campo, o todo y nada al mismo tiempo, sólo sé que cada vez que mis ojos se cruzan con el videomarcador beben las mismas cifras de la derrota, una carcoma que va cumpliendo en silencio con su devastador trabajo.

Así que ahora, mientras México aprieta en los últimos minutos —­cómo se marchaba el Chicharito de la vieja guardia argentina—­, intento aplicar una nueva táctica que aplaque la herida de la red rasgada a causa de las goleadas con las que amanezco cada día. En su frase, Lillo resume muy bien dos métodos para alcanzar un mismo fin. Quizás el hecho de que sea aficionado del Madrid haya favorecido decantarme por ese juego, por un ataque incansable, desordenado, épico por momentos, quizá medianamente efectivo con estrellas como Cristiano o el Pipita, pero nefasto en la vida real. Por tanto, toca probar con el juego de toque del Barcelona, aun sabiendo que, con mi torpeza y mis recursos, difícilmente rebasaré el medio campo. Saca Valdés, Valdés a Piqué, Piqué para Puyol, Puyol retrasa de nuevo al guardameta... y así hasta caer agotado yo, o el rival, o el público que se haya dignado a presenciar tal antítesis del espectáculo. Soñar con un gol... igual de realista que las esperanzas de México, perdiendo tres a uno en el tiempo de prolongación. Habrá que conformarse con jugar, combinar, seguir tocando, triangulando, y si alguna vez el balón lograra llegarle a Xavi o Iniesta o, en un milagro imposible, llegara a recibirlo Messi, sería suficiente como para pedirle al árbitro que, por favor, detenga un momento el juego, sólo un instante para alzar los brazos y dirigir al cielo una mirada, mientras un sonido de silbato ­—idéntico al que ahora inunda el Soccer City de Johannesburgo­— dibuje un paréntesis en el aire en el que descansar, para después volver a creer, para no dejar nunca de seguir jugando.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

A decir verdad apenas entiendo de fútbol y tampoco pongo mucho empeño en ello.

Me gustó tu blog.
Un saludo!