Encuentro, Rubén Abella

jueves, 18 de noviembre de 2010

ENCUENTRO

—¿Qué tal estás? —pregunta doña Lila, y suelta el carrito de la compra para dar dos besos a doña Aurora.

—Pues la verdad es que fatal —responde doña Aurora, y cuenta que tiene la tensión por las nubes—. Y eso que estoy tomando pastillas y no pruebo la sal desde que murió Federico, Dios lo tenga en su gloria.

—Pues a mí lo que me mata es el azúcar —dice doña Lila—. ¡Con lo que a mí me gustan los dulces!

Tanto, confiesa, que hace dos domingos en casa de su hijo Germán se comió seis petisús a escondidas y casi hubo que ingresarla.

—Me puse malísima —recuerda, entrecerrando los ojos.

—Pues a mí el otro día me dio un mareo muy raro —contraataca doña Aurora—. Me hicieron un escáner y un montón de análisis y me dijeron que había tenido un amago de embolia —susurra, enfatizando las palabras clave.

Doña Lila titubea, pero enseguida vuelve a la carga.

—Pues a mí —dice—, me duelen un horror las caderas. Me han hecho radiografías y tengo la espalda llena de picos...

—Pues a raíz de lo de la embolia —la interrumpe doña Aurora—, me encontraron coágulos en el corazón. Me han puesto Sintrom, para que la sangre no esté tan espesa, aunque me han dicho que es peligroso, porque puede darme por sangrar por cualquier sitio.

Doña Lila se queda muda ante la mención del órgano rey.

—Me alegro de haberte visto —dice por fin, vencida.

Luego da dos besos a doña Aurora, agarra el carrito de la compra y se bate en retirada.



Rubén Abella, Los ojos de los peces, Menoscuarto, Palencia, 2010, pp. 43-44.

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