La lectora, Juan Rodolfo Wilcock

miércoles, 15 de diciembre de 2010
LA LECTORA

Una gran gallina ocupa el departamento; es tan grande que, en el intento de pasar de una habitación a otra, ya ha derribado algunas puertas. No es que sea muy inquieta; es una gallina intelectual, y pasa casi todo el tiempo leyendo. De hecho, es consultora de la editorial A; el editor le manda todas las novelas que aparecen en el extranjero, y la gallina pacientemente las lee con el ojo derecho, porque no puede leer con los dos ojos al mismo tiempo: el izquierdo permanece cerrado, bajo su hermoso párpado gris aterciopelado. De tanto en tanto la gallina refunfuña algo, porque la letra es demasiado pequeña para ella; o bien hace clo-clo y bate las alas, pero nadie puede decir si lo hace de placer o de aburrimiento. De cualquier forma, cuando un libro no le gusta, la gallina intelectual se lo come; después la editorial A manda a un inspector a recoger el resto –que ella deja esparcido por toda la casa– y lo publica. Esto, en el pasado, dio origen a algunos equívocos: libros que eran encontrados dentro de un armario, cuando ya habían sido publicados por otro editor, con un éxito deplorable. No obstante esto, es la gallina más autorizada de la industria literaria.

No sabemos cómo deshacernos de ella; además de derribar las puertas nos ensucia las habitaciones; y la sirvienta amenaza con irse si no se va la gallina. Y sin embargo es un animal tan inteligente, sus juicios son tan exactos, sus costumbres tan inofensivas; a las seis de la tarde se sube a su diván, se instala, cierra los ojos y duerme, sin molestar más a nadie; ni siquiera se mueve para hacer sus necesidades. Por la mañana nos levantamos y la encontramos ya en el comedor, ocupada en leer al último ruso de Siberia o al último sudamericano. Y nunca puso un huevo.




Juan Rodolfo Wilcock, El estereoscopio de los solitarios, Edhasa, Barcelona, 2000, pp. 53-54.

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