Parábola de Cervantes y de Quijote, Jorge Luis Borges & Agustín Fernández Mallo

jueves, 24 de marzo de 2011
PARÁBOLA DE CERVANTES Y DE QUIJOTE

Harto de su tierra de España, un viejo soldado del rey buscó solaz en las vastas geografías de Ariosto, en aquel valle de la luna donde está el tiempo que malgastan los sueños y en el ídolo de oro de Mahoma que robó Montalbán.
En mansa burla de sí mismo, ideó un hombre crédulo que, perturbado por la lectura de maravillas, dio en buscar proezas y encantamientos en lugares prosaicos que se llamaban El Toboso o Montiel.
Vencido por la realidad, por España, Don Quijote murió en su aldea natal hacia 1614. Poco tiempo lo sobrevivió Miguel de Cervantes.
Para los dos, para el soñador y el soñado, toda esa trama fue la oposición de dos mundos: el mundo irreal de los libros de caballerías, el mundo cotidiano y común del siglo XVII.
No sospecharon que los años acabarían por limar la discordia, no sospecharon que la Mancha y Montiel y la magra figura del caballero serían, para el porvenir, no menos poéticas que las etapas de Simbad o que las vastas geografías de Ariosto.
Porque en el principio de la literatura está el mito, y asimismo en el fin.


Jorge Luis Borges, El hacedor, Alianza Editorial, Madrid, 1997 (1972), pp. 45-46.

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PARÁBOLA DE CERVANTES Y DE QUIJOTE

Estoy durmiendo, en mi cama. A mi lado, un cuerpo. Algo me despierta, quizá un ruido. Estaba soñando, imágenes dispersas, no recuerdo cuáles. Miro el reloj, las 5.30 de la madrugada. Me recoloco en el colchón, con pereza, tengo la sensación de que estos músculos ya nunca más podrían responder. La luz de las farolas pierde intensidad al entrar en la habitación, pero alarga las sombras. Distingo, al fondo de mi mesa de trabajo, un lote de DVDs vírgenes que creo que nunca usaré; tengo esa corazonada. Cierro los ojos con intención de dormirme pero me viene una idea a la mente, algo que nunca había pensado, es una pregunta: ¿cuánta gente, en este preciso instante y en todo el planeta, está soñando conmigo? ¿En cuántos sueños estoy haciendo y diciendo cosas, sean éstas cuales sean? De repente, ese pensamiento me inquieta, no tanto por imaginar que tengo muchas otras vidas y que estoy ahora mismo viviéndolas al margen de este amanecer, de esta cama, de estos músculos que no responden, de este cuerpo que respira a mi lado, sino por imaginarme a todos esos cuerpos que ahora yacen como muertos, conmigo dentro. ¿Por qué nunca me había venido este pensamiento a la cabeza?, me digo, y esa segunda pregunta me despeja aún más. Tengo que ir al lavabo.

Descalzo, sin encender la luz, cruzo el umbral del dormitorio en dirección al pasillo. A través de la ventana de mi estudio veo un resplandor, no debe de faltar mucho para que amanezca, me digo mientras camino a tientas. Antes de llegar al baño, justo al borde de las escaleras [mi casa se compone de 2 pisos; duermo en el de arriba], veo un objeto en el suelo, algo que en la penumbra de las 5.30 de la madrugada se me hace irreconocible, y tengo la certeza de que aunque encendiera la luz no podría reconocerlo. Tiene unas dimensiones no más grandes que un libro de bolsillo, no de las editoriales Punto de Lectura o DeBolsillo, sino alargado, de los de Alianza Editorial, hasta quizá un poco más grande que éstos, no lo sé. La visión de ese objeto, extraño para mí, no aleja de mi cabeza la inquietud que me produce la pregunta, ¿en los sueños de cuánta gente estaré yo ahora haciendo algo?, pero sí la desvía por unos instantes. Inducido por la curiosidad, y para no despertar al cuerpo que yace en la cama, cierro la puerta del dormitorio antes de encender la luz del pasillo. Ahora veo de qué se trata. El objeto es una rebanada de pan. Pan integral. Tiene la particularidad de que le falta un trozo de miga casi en su centro, un agujero circular. Bajo las escaleras. En el salón, junto a la tele, está mi teléfono móvil, que tiene una cámara fotográfica incorporada, lo cojo y subo inmediatamente. Le hago una fotografía al objeto. Aquí la muestro:


Acto seguido, me agacho, tomo la rebanada entre mis manos, y detecto que es perfecta, como cortada con un afiladísimo cuchillo, un bisturí o un láser, diría. La miga del pan está muy esponjada, es flexible, parece pan recién hecho, aún conserva cierta calidez. Apago y enciendo la luz varias veces, On-Off, On-Off, On-Off, para comprobar el efecto que la penumbra hace sobre la rebanada, convirtiéndola, así es, en un objeto extraño, irreconocible. Lo curioso es que yo no compro ese tipo de pan, nadie en esta casa compra ese tipo de pan. A través de la ventana, el resplandor que antes era lejano llena el cielo, aún no es de día pero este resplandor alumbra no sólo la pila de DVDs vírgenes que hay en mi mesa de trabajo y que tengo la corazonada de que nunca usaré, sino también los lomos de varios libros, entre los que distingo Analógica y digital (edit. GG), de Otl Aicher, un libro que trata de esa rama del conocimiento llamada diseño industrial y que diserta en sus páginas sobre las relaciones entre el diseño industrial y Wìttgenstein, Vico y Kant.

No sé qué hacer con la rebanada.

De momento, la cojo con la mano izquierda, bajo las escaleras, y la pongo sobre la encimera de la cocina sin otra intención que dejarla ahí hasta que el cuerpo que duerme en la cama de arriba se despierte y consensuemos qué hacer con esa rebanada de pan integral. Extraigo una taza del mueble de las tazas. Pongo agua a calentar para hacer un Nescafé descafeinado. Antes he encendido un Lucky Strike, que se consume mientras todas estas operaciones también lo hacen. Es hermoso, me digo, el momento del amanecer en el que en las ciudades el silencio, hecho de azar, comienza a dejar paso a los sonidos organizados. Bebo el café sentado en un taburete, en una especie de barra que hay en la cocina, abierta al salón. Bebo el café en mi taza favorita. es una serie especial, estampada con la silueta de la montaña El Capitán, Parque Nacional de Yosemite, California. Una taza que rememora el 50 aniversario de su primera ascensión, y que tiene estampado el croquis técnico de la vía. Me encanta seguirlo con la mirada, y detalla cosas como que la pared es de toca, granito, y mide 1.000 m de altura, y que tardaron 35 días en hacer cima, hecho que ocurrió el 11/ 12/ 1958 a las 6.00 am, pone textualmente; más o menos, a esta misma hora. Me encanta esta taza, es atómica, sin duda es la mejor taza que he tenido jamás. Y sin girar la cabeza muevo los ojos, la mirada se detiene en la mesa de cristal del salón, a tres pasos de mí. Allí, hay un papel. Ese papel no estaba ayer cuando, como siempre, apagamos la tele con el mando remoto, ella subió las escaleras, se metió en el baño para desmaquillarse los ojos y yo apagué la calefacción y las luces y también subí las escaleras, no, ese papel no estaba allí ayer, así que dejo la taza de café en la encimera, me acerco a la mesa, y veo que se trata de un dibujo. Un dibujo hecho en un folio blanco, a bolígrafo, parece. El dibujo muestra una figura abstracta; me resulta familiar. No tardo en darme cuenta de que se trata de la silueta de la rebanada de pan que hace unos minutos he dejado sobre la encimera. No sé qué pensar. Le hago una fotografía. Aquí la pongo:

Allí, de pie, pienso un que tengo dos objetos extraños, y que no sé que hacer con ellos, una rebanada de pan con un agujero, y el dibujo de la silueta de esa rebanada de pan. En esta casa nadie ha comprado este pan, me digo, y por lo tanto nadie ha podido hacer este dibujo de la silueta de la rebanada de pan, por lo que este dibujo sólo ha podido hacerlo la propia rebanada, este dibujo se lo ha hecho la rebanada a sí misma, este dibujo es un autorretrato de la rebanada de pan, una rebanada de pan autorretratada, me digo. No puede ser de otra manera. ¿No es raro este dibujo, si cabe aún más raro que la propia rebanada?, me digo también. Y de pronto tengo una visión, recibo una luz, algo que se me presenta con una fuerza y verosimilitud imposibles de refutar: la rebanada de pan es un ovni, un ovni tirado en el suelo de mi casa. A ver, no un ovni en sí, afirmar eso es una tontería, sino que es la representación de un ovni, visto en sección. Uno o varios, no sé, seres de otros mundos, por algún método que desconozco, han entrado en casa y me han dejado en el suelo esa rebanada de pan recién hecho que tiene la forma, vista en sección, de un ovni, y después decidieron hacer el retrato del ovni en un papel, para que me diera cuenta de que es un ovni, para que el hecho de que sea un pedazo de pan no influyera para que no pensara en lo que realmente es, un ovni. en efecto, sólo al ver el retrato en papel del ovni me he dado cuenta de que es un ovni, y pienso entonces que hasta quizá sea su propio ovni, el ovni con el que, horas atrás, aterrizaron, quizá el ovni con el que bajan al burguer del planeta vecino, como decía aquella canción de La Mode. O quizá es un bus-ovni, o un AVE-ovni, es decir, un objeto que hace determinadas rutas por la galaxia llevando y trayendo alienígenas. Argumento que se ve reforzado por el hecho de que la puerta no está violentada, sino cerrada por dentro con pestillo, como siempre, y que vivo en un 8° piso al que, naturalmente, no se puede acceder por la fachada del edificio, un edificio moderno, del año 1978, de formas rectas y sin repisas ni balcones ni balaustradas por las que poder escalar y colarse en las viviendas. Los detalles circunstanciales también encajan: los alienígenas saben que en esta casa no comemos pan, con eso se preservan del riesgo de que, en un acto de hambre o de picoteo entre horas, la rebanada termine en un estomago, puede que hasta quieran que la meta en celofán, al vacío, y la conserve. Y después esta el detalle de que sea pan integral, me digo mientras observo ambos objetos, en efecto, integral es una palabra hecha a medida para las intenciones de esos seres de otros mundos, que no son alienígenas, no quieren alienar, sino que son integradores, quieren una solución integral al problema de la convivencia de todos los mundos, todas las galaxias, eso me digo, motivo por el cual no me han despertado, no me han agredido ni a mi ni a la mujer que aún yace en la cama, en el cuarto de arriba, ni a los vecinos de escalera, ni a los de los edificios de enfrente, cientos, miles de hombres y mujeres que ahora duermen, que ahora yacen como yacen los muertos, y que quizá en este justo momento estén soñando conmigo. ¿Cuánta gente en el planeta estará ahora mismo soñando conmigo?

Yo vigilo.


Agustín Fernández Mallo, El hacedor (de Borges), Remake, Alfaguara, Madrid, 2011, pp. 100-105.

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