El gran espectador, Flavia Company

domingo, 27 de noviembre de 2011
Teatro pobre, Gregori Maiofis

EL GRAN ESPECTADOR

Cuando Miriam conoció a Piotr tuvo la certeza de haber topado con su príncipe azul.
La primera vez que lo vio fue tras una actuación en el Teatro Principal. Piotr esperó junto a su camerino y, al verla salir, le ofreció un ramo de rosas blancas incontables y una sonrisa silenciosa, después de la cual desapareció hasta una semana más tarde, en que se presentó de la misma manera para hacer exactamente lo mismo.
Las ayudantes de Miriam observaban con cierto recelo el extraño comportamiento de aquel hombre singular, y no dejaban de aconsejarle que se anduviese con cuidado. Entre tanto, uno de los técnicos de luces se enteró de que Piotr era un multimillonario soltero conocido por sus imaginativas excentricidades, característica que nadie supo etiquetar, pues igual podía ser positiva que todo lo contrario.
La tercera vez que Piotr acudió al teatro, provisto también de un gigantesco ramo de flores —en esa ocasión se trataba de rosas rojas—, no solo esperó a la salida del camerino, no solo le ofreció a Miriam sus flores sino que, además, habló con ella para felicitarla por su fastuosa interpretación y declararle su más rendida y eterna admiración.
Halagada hasta el no va más, Miriam ansiaba que llegara el momento en que Piotr la invitara a cenar, a compartir unas horas con él. Lo habría invitado ella, pero era orgullosa como todas las divas y temía llevarse algún chasco, de modo que prefirió esperar.
Piotr siguió visitándola con el mismo ritual cada vez: la espera, la entrega de flores, las lisonjas. Miriam llegó a salir al escenario impaciente por acabar la obra y ver si, aquel día, se producía al fin algún cambio. Piotr ocupaba todos sus sueños, tanto los que tenía dormida como los que la invadían despierta.
Por fin una noche, al salir al escenario, Miriam se percató de que solo había un espectador. Supo inmediatamente que se trataba de Piotr. Se entregó como nunca a su arte. No le cabía ninguna duda de que su admirador había por fin decidido expresarle sus sentimientos.
Pero no fue así. Tras aquella mágica noche en que no hubo declaración ni petición alguna, Piotr siguió siendo, nada más, el gran espectador —así lo habían bautizado en la compañía—. Se convirtió en el platónico amor de Miriam quien, despechada no se sabía muy bien por qué, se casó con otro hombre que jamás acudió al teatro a verla actuar. Ya se sabe que la persona junto a la que alguien se pasa la vida no siempre es la misma que consigue llegarle al corazón.


Titular: «Un multimillonario serbio adquiere el aforo completo del mayor teatro belgradés para asistir a solas a la actuación de una artista».


Flavia Company, Trastornos literarios, Páginas de Espuma, Madrid, 2011, pp. 253-254.

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