[Otro tiempo], Peter Handke

martes, 9 de octubre de 2012
¿Dios juega a los dados?, Adrian Borda


   (…) La mujer del bar dijo que su hijo estaba en el ejército y yo le dije que me gustaría echar otra partida de dados.
   Al tirar me pasó algo extraño: necesitaba unos puntos determinados, y cuando volqué el cubilete todos los dados menos uno se detuvieron en seguida; mientras ese dado rodaba todavía entre los vasos vi centellear en él un instante los puntos que necesitaba y desaparecer luego cuando el dado quedó inmóvil mostrando otros. Sin embargo, ese destello de los puntos exactos fue tan fuerte, que sentí como si hubieran salido realmente, pero no entonces, sino EN OTRO TIEMPO.
   Ese otro tiempo no significaba el porvenir ni el pasado, sino que era por esencia OTRO tiempo distinto del tiempo que de ordinario vivía y en el que se podía pensar hacia atrás y hacia adelante. Se trataba de un sentimiento agudo de OTRO tiempo distinto en el que también debía de haber otros lugares distintos de los que había entonces: en el que todo debía tener otro significado distinto del que tenía en mi conciencia actual, y en el que también los sentimientos eran distintos de los sentimientos actuales, y uno debía de estar en aquellos momentos en el estado en que quizá estuviera la tierra deshabitada cuando después de milenios de lluvia por primera vez cayó una gota de agua sin evaporarse en seguida. La sensación, aunque pasó muy rápidamente, fue tan aguda y dolorosa que seguía viva en la mirada breve y distraída de la mujer del bar, que me pareció en seguida una mirada no parpadeante pero tampoco fija, sólo infinitamente amplia, infinitamente despierta y, al propio tiempo, infinitamente apagada —nostálgica hasta desgarrar la retina y arrancar un pequeño grito— de OTRA mujer en ese OTRO tiempo. ¡Mi vida hasta entonces no podía serlo todo!  Miré el reloj, pagué y subí a mi cuarto.
   Dormí sin soñar nada y profundamente, pero durante la noche sentí en todo mi cuerpo que era esperanzadamente feliz. Solo al amanecer desapareció esa sensación, empecé a soñar y me desperté molesto. (…)



Peter Handke, Carta breve para un largo adiós, Alianza, Madrid, 1984, pp. 25-26.

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