LXIX, Mario Levrero

lunes, 28 de octubre de 2013

LXIX

   —Capitán —le dije al idiota—, los hombres están agotados.
   El idiota se secó el sudor de la frente y me miró con cansancio esbozando una sonrisa triste.
   —Lo sé —respondió.
   Me mandó dar la orden de descanso. Los hombres se dispersaron, se sentaron en troncos o en el suelo, se quitaron las botas, se frotaban y acariciaban los pies llagados y cuarteados.
   —Capitán —le dije, en nuevo aparte—, ¿no sería mejor abandonar la lucha? ¿Volver al castillo? ¿Cuánto tiempo hace que estamos aquí, dando vueltas sin sentido?
   —Hace tiempo —respondió—, hace mucho tiempo que he abandonado la lucha. Hace mucho tiempo que lo único que busco es la forma de salir.
   —¿La brújula?
   —Enloquecida. Señala cualquier dirección. Todas las direcciones.
   —¿Las estrellas?
   —¿Quién ha visto una puta estrella desde este puto bosque?
   El Capitán se quitó la gorra ajada y sucia y la arrojó al suelo con furia. Quedé en silencio unos instantes.
   —¿Por qué razón era que habíamos venido? —pregunté, al fin.
   —Nadie lo recuerda exactamente. Había un enemigo contra quien luchar, pero ni siquiera sé, ahora, si alguna vez supimos de quién trataba.
   —Teníamos consignas.
   —Teníamos fe en el triunfo.
   —Sabíamos lo que queríamos.
   —Nuestra causa era justa.
   —¿Y ahora?
   —Ahora, hay que seguir luchando. Luchando contra el bosque. El enemigo verdadero es el bosque. El otro, la razón de que estemos aquí, ha desaparecido tal vez hace mucho. ¿Y cómo lo reconoceríamos?
   —Hemos perdido muchos hombres.
   —Hemos de perder muchos más todavía.
   —¿Y qué será de nuestras mujeres, de nuestros hijos en el castillo?
   —Tal vez nos hayan olvidado. Tal vez nos den por muertos. Tal vez ellas se hayan casado nuevamente. ¿Evaristo?
   —Muerto. Hace meses.
   —¿Humberto?
   —Muerto, también, hace años, creo.
   —¿Esteban?
   —Muerto o desaparecido.
   —Muerto por las fieras.
   —Este bosque parece infinito.
   —Tal vez lo sea.
   —¿Y el castillo?
   —¿Existió alguna vez el castillo?
   El Capitán dio la orden de formar filas y seguir adelante, abriéndose paso a machete. Algunos no pudieron obedecer. La fatiga, la fiebre.
   —¿Qué hacemos? —pregunté.
   —Adelante —respondió el Capitán.
   Y dando el ejemplo sacó el machete y comenzó a abrirse paso por centésima, por milésima vez en el bosque. Los hombres se tambaleaban o se arrastraban detrás de nosotros. Un ejército de desechos humanos.
   Y el otro enemigo era el silencio.


Mario Levrero, Caza de conejos, Libros del Zorro Rojo, Barcelona, 2012.

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