[El amor como acontecimiento], Byung-Chul Han

jueves, 21 de agosto de 2014


   El «acontecimiento» es un momento de «verdad» que introduce una nueva forma de ser, completamente distinta a lo dado, a la costumbre de habitar. Hace que suceda algo de lo que la situación no puede dar cuenta. Interrumpe lo igual a favor de lo otro. La esencia del acontecimiento es la negatividad de la ruptura, que da comienzo a algo del todo distinto. El carácter del acontecimiento une el amor con la política o el arte. Todos ellos exigen una «fidelidad» al acontecimiento. Esta fidelidad trascendental puede entenderse como una propiedad universal del Eros. 
   La negatividad de la transformación o de lo completamente diferente es extraña a la sexualidad. El objeto sexual permanece siempre igual a sí mismo. No le sobreviene ningún acontecimiento; pues el objeto sexual consumible no es el otro. Pero eso no me cuestiona nunca. La sexualidad pertenece al orden de lo habitual, que reproduce lo igual. Es el amor del uno al otro uno. Le falta por completo la negatividad de la alteridad, que imprime su sello a la «escena de lo dos». La pornografía agudiza la habituación, porque borra por entero la alteridad. Su consumidor ni siquiera tiene un enfrente sexual. Habita la escena del uno. De la imagen pornográfica no sale ninguna resistencia del otro o de lo real. Lo pornográfico tampoco lleva inherente ningún decoro, ninguna distancia. Es pornográfica precisamente la falta de tacto y de encuentro con el otro, a saber, el tacto autoerótico y la afección de sí mismo que protege al ego del contacto extraño o de la conmoción. De esta forma, la pornografía incrementa la dosis narcisista del yo. En cambio, el amor como acontecimiento, como «escena de lo dos», des-habitúa y reduce el narcisismo. Produce una «ruptura», una «perforación» en el orden de lo habitual y de lo igual.
   Inventar de nuevo el amor fue una preocupación central del surrealismo. [...] En los surrealistas, el Eros es el medio de una revolución poética del lenguaje y de la existencia. Es exaltado como fuente energética de una renovación, de la que ha de alimentarse también la acción política. A través de su fuerza universal une entre sí lo artístico, lo existencial y lo político. El Eros se manifiesta como aspiración revolucionaria a una forma de vida y sociedad completamente diferente. Es más, mantiene en pie la fidelidad a lo que está por venir.


Byung-Chul Han, La agonía del Eros, Herder, Barcelona, 2014, pp. 68-70.
  

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