Canto V, Hans Magnus Enzensberger

miércoles, 1 de julio de 2015
Aislamiento, Dion Salvador Lloyd

CANTO V

Tomad lo que os han quitado,
tomad a la fuerza lo que siempre ha sido vuestro,
gritó, congelándose en su ajustada chaqueta,
su pelo ondeando bajo el pescante,
soy uno de vosotros, gritó,
¿qué esperáis? Éste es el momento,
echad abajo las barandas,
tirad a esos degenerados por la borda
con todos sus baúles, perros, lacayos,
mujeres, y hasta niños,
usad la fuerza bruta, los cuchillos, las manos.
Y les mostró el cuchillo,
y les mostró las manos desnudas.


Pero los pasajeros del entrepuente,
emigrantes, todos a oscuras,
se quitaron las gorras
y lo escucharon en silencio.

¿Cuándo tomaréis la venganza,
si no ahora? ¿O es que no podéis
soportar ver sangre?
¿Y la sangre de vuestros hijos?
¿Y la vuestra? Y se arañó la cara,
y se cortó las manos,
y les mostró la sangre.

Pero los pasajeros de entrepuente
lo escuchaban inmóviles.
No porque él no hablara lituano
(no lo hablaba), ni porque estuvieran ebrios
(hacía tiempo que habían vaciado
sus anticuadas botellas
envueltas en toscos pañuelos),
ni porque estuvieran hambrientos
(aunque estaban hambrientos):

Era otra cosa. Algo
difícil de explicar.
Entendían bien
lo que él decía, pero no lo
entendían a él. Sus frases
no eran las frases de ellos. Golpeados
por otros miedos y otras esperanzas,
aguardaban allí pacientemente
con sus bolsos, sus rosarios,
sus raquíticos hijos, recostados
en las barandas, dejaron
pasar a otros, prestándole atención
respetuosamente,
y esperaron hasta que se ahogaron.


Hans Magnus Enzensberger, El hundimiento del Titanic, Anagrama, Barcelona, 2015, pp. 23-24.

1 comentarios:

zUmO dE pOeSíA (emilia, aitor y cía.) dijo...

Mi impresión es que los parias de la Tierra tienen unas tragaderas enormes. No se revelan contra la injusticia, más que cuando ésta es tan extrema y atroz que les impide hasta lo más básico para la vida.

Por ejemplo, allí donde ha habido revoluciones comunistas ello se ha debido a que el proletariado estaba tan depauperado, tan carente de todo... que no tenían ni para comer. O sea, que sufrían auténtica hambre física.

Si los ricos no hubieran sido tan avariciosos y les hubieran proporcionado lo básico para vivir y no pasar hambre (un plato de comida al día), no habría habido revolución.

Pero los ricos tensaron la cuerda hasta extremos insoportables, sin importarles un carajo la inanición de los pobres, y por eso hubo revoluciones.

Por eso, también, hubo en España guerra civil.

Insisto:

Si los ricos hubieran sido un poquito generosos y hubieran asegurado a los pobres un plato diario de comida, éstos se habrían aguantado y no se habrían alzado en armas.

Porque, claro, las tragaderas de los pobres son enormes, grandísimas... pero no infinitas.

SANDRA SUÁREZ