Grieta, F. J. Irazoki

lunes, 23 de mayo de 2016

Tabla azul, Stoney Stone

GRIETA

   Uno de los libros que más me instruyeron fue una tabla rota. La encontré en el centro de la habitación de mi infancia. Sus estrías destacaban en el suelo.
   En aquel cuarto guardábamos cajas con utensilios, semillas y ropas, y también los recuerdos de un familiar que allí estuvo recluido. Desde la ventana del dormitorio miré los mismos paisajes de tejados, lindes, roderas y árboles que a él lo acompañaron en días de trastorno, furia o remanso.
   Nunca lo vi. En los años de estraperlo silencioso, tuvo que irse a otras tierras. Hermano de mi padre, trabajó de criado en la casa donde iba a conocer a su amante. La joven lo puso al cuidado de sus fincas y sentimientos, pero las pasiones acabaron en una ruptura súbita.
   Con desequilibrio mental, el hombre
 regresó a la vivienda en que después yo nací.
   Encerrado en las crisis, descargaba el dolor sobre los muebles. Con exasperación quiso romper la tarima de la alcoba.
   Su desengaño amoroso escarbó hasta encontrar descanso en la demencia. Antes que las medicinas la atenuaran, su ira me dio una página inagotable.
   Pasé muchas horas de juventud contemplando las hendiduras de la madera. A veces pisaba con suavidad su superficie, a la espera de que los sonidos me transmitiesen el fervor y la herida del pariente enamorado. Recogí las astillas en un cuenco de dudas; quizá aguardé que los cortes, venas y nudos de la madera fuesen el escondite de algún aviso.
   En su tabla rota leí por primera vez unas palabras escritas cerca de nuestros barrancos.


Francisco Javier Irazoki, Orquesta de desaparecidos, Hiperión, Madrid, 2015, pp 29-30. 
  

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