Un hombre, mientras paseaba despreocupadamente, percibió que se le había pegado algo a la suela del zapato. Después de probar, sin éxito, a desprenderse de esa inesperada carga frotando su calzado contra el bordillo de la acera, decidió levantar el pie y mirar de qué se trataba: era una amalgama de sueños, esperanzas e ilusiones que habían sido pisoteados una y otra vez, quizás por otro distraído transeúnte. Aunque le hubiera gustado hacer algo con ellos, recuperarlos, repararlos de algún modo, no tuvo más remedio que arrojarlos a la basura; estaban ya demasiado deteriorados.
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