[Es Noche Vieja...], Kojô

sábado, 31 de diciembre de 2011




Es Noche Vieja.
Sigue ajándose todo,
y suena el viento.

Kojô



Viento del mar, Andrew Wyeth



Antonio Cabezas (ed.), Jaikus inmortales, Hiperión, Madrid, 1983, 144.

[Me acuerdo]

viernes, 30 de diciembre de 2011

Me acuerdo de mi torpe forma de recordarte, desde el tropiezo original en un sueño, desde la intrépida lágrima que partía a buscarte sin haber anotado tu dirección. Me acuerdo de que imaginarte era conocerte y conocerte volver a imaginarte, como un viejo pingüino que palpando reconoce su hogar en el hielo. Me acuerdo de equivocarme y graznar palabras como escombros, el aire supo a tierra abandonada y mis ojos debieron replegarse y aprender de nuevo a volar. Me acuerdo de cuánto he deseado la alquimia, de cómo cambiaría mi voz por el pájaro que supiera susurrarte despacio la lluvia. Me acuerdo de soñarte hasta romperte, y qué importa cuando puedo tallarte eterno con mis manos rasgadas y tan turbias. Me acuerdo de la angustia que tatuó en mi piel el hueco de unas alas, de que bajo el hueso intenté lucir esta pluma tuya insomne, y el espejo sonrió al taquigrafiar tu rostro de kilómetros y el mío de años muertos o que no acertaron nunca por qué herida debían nacer. Me acuerdo de que te quise, de que aún te quiero si me permites haberte odiado alguna vez, por dejar que te ame en las astillas del abismo, por dejar en el escaparate tu piel y en mi mano la sombra, por tus ojos que regresan danzando al mismo cáliz y mientras en mi plato esa lágrima, tan distinta y tan igual a la primera, como la coreografía más exacta en mi memoria de tu luz y de tu tacto. Me acuerdo de ti, hoy y siempre y a pesar de. Me acuerdo.

[viajera de corazón...], Alejandra Pizarnik

miércoles, 28 de diciembre de 2011






viajera de corazón de pájaro negro
tuya es la soledad a medianoche
tuyos los animales sabios que pueblan tu sueño
en espera de la palabra antigua
tuyo el amor y su sonido a viento roto





Cuervo, Geoff Holt


Alejandra Pizarnik, Poesía completa, Lumen, Barcelona, 2000, p. 147.

[Con qué cuidado...], Francisco Onieva

martes, 27 de diciembre de 2011


Con qué cuidado marcas tus pisadas.
Quizá temes hundir tu pie
entre la hierba amarilla
de la memoria.



Hierba amarilla, Isabel Moore


Francisco Onieva, Perímetro de la tarde, Ediciones Rialp, Madrid, 2007, p. 25.

Ser como de la familia, Flavia Company

lunes, 26 de diciembre de 2011
Casa giratoria, Paul Klee


SER COMO DE LA FAMILIA

Me fui con ellos porque insistieron: «Que no puedes quedarte sola, que la Navidad hay que pasarla en familia, que ya verás qué casita más mona hemos alquilado», etcétera. Me dejé convencer. Las apariencias engañan y la propuesta tenía buena pinta. Debería haber recordado que hay películas de terror con comienzos aún más cándidos. En fin.
La casa era mona, es cierto. Estaba en lo alto de una colina, en medio de un manto de nieve blanca y pura. Se respiraba sosiego. Nada hacía sospechar la tormenta que se avecinaba. El mismo día de nuestra llegada, por la noche, ocurrió la primera inesperada catástrofe: después de insultarse sin ningún tipo de miramientos, el padre y uno de los hijos llegaron a las manos. Tuvimos que ir de urgencias al hospital. Yo no salía de mi asombro, claro está. Quién podía prever algo así. Además, sentía vergüenza ajena.
El segundo día, 24 de diciembre, la sangre corrió entre los esposos. Yo ya no daba crédito. Aquello era un escándalo. Pensé en irme, pero habría quedado fatal. Los acompañé de nuevo a urgencias. Para Navidad, el asunto no mejoró: uno de los hermanos empujó a otro con tan mala fortuna —o tan mala saña— que logró que cayera por las escaleras y entrara en coma.
Total que yo, que hasta entonces había sido una persona pacífica y que jamás había intuido el carácter oculto de mis amigos, el día de San Esteban, contagiada y eufórica, prendí fuego a la casa con todos adentro y me largué. «¿Son parientes suyos?», me preguntaron en el depósito cuando fui a reconocer lo que quedaba de ellos. «No —contesté—, pero puede considerarse que ya he pasado a ser como de la familia». De ahí.


Flavia Company, Trastornos literarios, Páginas de Espuma, Madrid, 2011, pp. 153-134.

Natividad 2000, Juan Armando Epple

domingo, 25 de diciembre de 2011
Tormenta, Foolish Monkey

NATIVIDAD 2000

María envolvió al bebé recién nacido en una manta y salió a la calle. Se le habían secado prematuramente los pechos y las monedas no le alcanzaban ni para comprar una lata de leche. Su marido la abandonó apenas supo que estaba embaraza, llevándose los únicos bienes que podían ser vendidos o empeñados: sus herramientas de carpintero.
Recorrió las calles buscando una esquina propicia para instalarse a pedir limosnas. Pero era un día feriado, las tiendas estaban cerradas, la gente se había recogido temprano a sus casas, y sólo pasaban autos apurados salpicando las pozas del pavimento.
Al llegar al centro de la ciudad, descubrió un pequeño establo de madera, iluminado con luces de colores, que adornaba la plaza principal, entre el edificio de la Gobernación y la Catedral. Vio que bajo el pesebre había una cama de paja, rodeada de animalitos de cartón.
Estaba por anochecer y se avecinaba otro temporal. En esas condiciones era peligroso seguir buscando con el bebé a cuestas.
Depositó a la niña en la cama de paja, y siguió su camino.
No esperaba ningún milagro.


Juan Armando Epple, Con tinta sangre, Thule, Barcelona, 2004, p. 67.

Oficios navideños, Fabián Vique

sábado, 24 de diciembre de 2011
Fotógrafo: Andrew Weiss

OFICIOS NAVIDEÑOS

Patricio siempre dice que el momento propicio para robar un banco es el 24 de diciembre a las doce de la noche, cuando el escándalo de los petardos disimula el estruendo de la molotov que hace añicos la caja fuerte.
Por lo general lo dice después de las doce, después del brindis con la familia, en el bar de siempre, con los amigos de toda la vida. Alguien le recuerda que es portero de escuela hace treinta años. Más a mi favor, dice, ¿quién va a sospechar de un portero de escuela?, y agrega nuevos detalles del golpe.


Fabián Vique, La vida misma y otras microficciones, Macedonia, Morón, 2010, p. 115.

Nueva campaña, Sergio Gaut vel Hartman

viernes, 23 de diciembre de 2011
Fotógrafo: Phil Cole

NUEVA CAMPAÑA

—Si no baja ya mismo de peso va a reventar —dijo el médico.
—Si bajo de peso la Coca Cola me despedirá —respondió el obeso personaje.
—En ese caso… Pongamos en marcha el Plan B —se corrigió el galeno—. Pepsi lo contratará para hacer el comercial de lanzamiento junto a Messi, Tévez, Cristiano Ronaldo y Drogba. Usted, todo vestido de azul, es el que hace el gol que remata el anuncio. ¿Qué le parece?


Lobotomías II, Juan Armando Epple

jueves, 22 de diciembre de 2011
Hemos ganado la lotería, Teresa Villegas

LOBOTOMÍAS, II

Le habían aconsejado que dejara los recuerdos sueltos por la casa o por las calles, protegiéndolos al paso para que no se lastimen. Pero un día que se sentía demasiado deprimido decidió pasar a la clínica para que le extirparan de una vez todos los recuerdos tristes y desorientadores. Hoy anda con una sonrisa permanente y está todo el día rodeado de gente. No es que haya ganado nuevas amistades: son los desconocidos de siempre, que creen que se ganó la lotería.


Juan Armando Epple, Con tinta sangre, Thule, Barcelona, 2004, p. 73.

El marino adulto, Aurora Luque

miércoles, 21 de diciembre de 2011
Marino con un banjo, Chad Elliott


EL MARINO ADULTO

No es cobardía acaso ni desconocimiento
la razón de este modo de vivir tan ausente,
despojado de vértigos, abúlico
como la niebla quieta que nadie ve de noche.
Le han preguntado a veces la razón de obligarse
a admitir esos días sin resistencias, lentos
y opacos junto a un libro, la prensa, copas solas.
¿Cuándo la decisión
de vivir lo leído —las pasiones
que podría estrenar, malignas y entreabiertas
como prendas de seda minuciosas,
horizontes supuestamente cálidos
las islas imantadas de los mitos
supuestamente eternos?

Era el miedo a saber del otro lado
del Deseo, la sospecha penosa del marino
cuando se sabe a punto de encerrar
en el círculo azul del viaje inútil
una isla pequeña, demasiado
pequeña para el mapa.
Porque los paraísos se desploman
al pisar el umbral, irremediables
con la primera huella del que acude
jubiloso a vivirlos.
Era el miedo a saber del otro lado.



Aurora Luque, Problemas de doblaje, Rialp, Madrid, 1990, p. 10.

[Cuando sepamos...], Elias Canetti

martes, 20 de diciembre de 2011
El tigre, Marc Franz


Cuando sepamos lo falso que es todo esto, cuando seamos capaces de medir el grado de falsedad, entonces y sólo entonces la obstinación será lo mejor: el ininterrumpido ir y venir del tigre ante los barrotes de su jaula para que no se le escape el único y brevísimo instante de la salvación.


Elias Canetti, Libro de los muertos, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2010, p. 76.

Contra las canciones de opósitos, Luis Alberto de Cuenca

lunes, 19 de diciembre de 2011
En la playa (con pingüinos), Euan Macleod


CONTRA LAS CANCIONES DE OPÓSITOS

Me he pasado la vida conciliando contrarios.
Pensando: bien y mal no son tan diferentes,
si es muchas veces no, mi amiga es mi enemiga,
el placer duele tanto que parece dolor
y los días de fiesta son días de fastidio.
Me he pasado la vida tiritando en agosto
y muriendo de sed al lado de una fuente.
Pero esto se acabó. No quiero que la risa
se disfrace de llanto, ni que los besos hieran,
ni que la muerte salve, ni que el sol del verano
sea en el fondo sombra y el océano el desierto.
Quiero volver atrás, al tiempo en que las cosas
no eran tan complicadas, y el amor no era odio
y la nieve era nieve, y la paz y la guerra
eran palabras únicas, distintas, inequívocas,
y no la doble cara de un mismo aburrimiento.
Ya no quiero sudar rodeado de pingüinos.


Luis Alberto de Cuenca, Antología poética, Castalia, Madrid, 2008, pp. 146-147.

[El amor dibuja...], Alejandra Pizarnik

domingo, 18 de diciembre de 2011


El amor dibuja en mis ojos el cuerpo anhelado
como un lanzador de cuchillos
tatuando en la pared con temor y destreza
la desnudez inmóvil de la que ama.

Así, en lo oscuro, fragmentos de los que amé,
lúbricos rostros adolescentes.
entre ellos soy otro fantasma.

A veces, en la noche,
me dijeron que mi corazón no existe.

pero yo escucho canciones ambiguas
de un país arrasado por las lluvias.


Alejandra Pizarnik, Poesía completa, Lumen, Barcelona, 2000, pp. 312-313.

[La vileza, la bestialidad...], Sándor Márai

sábado, 17 de diciembre de 2011
Dos caballos azules, Franz Marc


La vileza, la bestialidad, la sed de sangre, la codicia, la indolencia no han cambiado en ninguna civilización, ni siquiera hoy en día. Quedan dos paréntesis, dos momentos en los que se puede ser algo más, algo diferente de lo que se es: los instantes de compasión y de placer, dos umbrales ante los que la bestia sanguinaria se detiene brevemente. La compasión no es amor, pues este último sentimiento puede esconder un egoísmo solapado: la compasión no exige correspondencia, no juzga. Es sencillamente piadosa, incondicional, momentánea, aunque quien la recibe no la «merezca». Y el placer. El placer físico, esa llama que consume todo egoísmo. Y el otro, el placer máximo del arte, del espíritu, de la música. El resto es mera zoología.


Sándor Márai, Diarios 1984-1989, Salamandra, Barcelona, 2008, pp. 148-149.

[Escalamos una torre nocturna], Jorge Riechmann

viernes, 16 de diciembre de 2011
Pájaro y torre de bloques, Jacqueline Jones


Escalamos una torre nocturna,
identidad quebrada.
Pájaros sometidos nos cuidan y devoran.

Esfera de sombra o saliva,
ruina tenaz que abato y reconstruyo,
necesario imposible.
Toda luz es relámpago:
picotazo de pájaros de luz.

Escalamos la torre que se derrumba
y escalamos y se derrumba y escalamos.


Jorge Riechmann, Amarte sin regreso, Hiperión, Madrid, 1995, p. 210.

[Se hunde el cuchillo...], Masajo Suzuki

jueves, 15 de diciembre de 2011





Se hunde el cuchillo
en el melocotón blanco
como en un cuerpo.



Masajo Suzuki




Melocotones con plato y cuchillo, John Francis Murray


Suzuki Masajo, Kamegaya Chie, Nishiguchi Sachiko, 70 haikus y senryûs de mujer, Hiperión, Madrid, 2011, p.

Caleidoscopio, Sandra Petrignani

miércoles, 14 de diciembre de 2011
CALEIDOSCOPIO

El tubo es de cartón decorado y tenerlo en la mano da una sensación de calor. Al más mínimo movimiento, dentro del tubo tiene lugar un ligero zapateo de patas en fuga, un rodar de pepitas. Es trabajoso y cansador mirar adentro. Porque tener un ojo cerrado y el otro abierto, y al mismo tiempo hacer girar el cilindro con los dedos, no es algo fácil para un niño. Las figuras no tienen una variedad infinita; de tanto en tanto, desordenadamente, los pedacitos de vidrio de colores componen dibujos ya vistos, y el observador sonríe para sí, satisfecho por haberlo reconocido. El juego consiste en formar una determinada figura, tratando de insuflarle a los fragmentos un movimiento en vez de otro; o bien uno se abandona a la casualidad, limitándose a registrar cuando determinada composición vuelve a aparecer; o bien espía en los ángulos del tubo para entender dónde comienza la realidad de los espejos y dónde termina la ilusión.



Sandra Petrignani, Catálogo de juguetes, La Compañía, Buenos Aires, 2009, p. 45.

[Cualquier ética...], Roger Wolfe

martes, 13 de diciembre de 2011
Naturaleza viva, Frida Kahlo


Cualquier ética que exija disciplina es en el fondo inválida. Nada que sea natural exige disciplina: comer, dormir, defecar, copular, reírse, llorar. Las cosas verdaderamente naturales no se hacen porque nos suene de repente una campana en la cabeza; se hacen porque es natural hacerlas. Por otra parte, si a lo que aspiramos es a convertirnos en seres humanos completos, ¿no deberíamos vivir el registro más amplio de emociones humanas posibles? ¿Por qué es aceptable el amor, y no el odio? ¿Por qué ha de cultivarse la mesura, o la castidad, y no el exceso, el derroche, la lujuria? En último término, todo aquello que nos ayude es bueno. El resto no es que sea malo; es que carece de importancia.


Roger Wolfe, Siéntate y escribe, Huacanamo, Barcelona, 2011, p. 73.

Ascensor, Mario Benedetti

lunes, 12 de diciembre de 2011
¡Despegue!, Pavel Horák

ASCENSOR

La muchacha y el hombre ingresaron en el ascensor en la Planta Baja. Ella marcó el 5º piso y él marcó el 7º. Pero de pronto sobrevino un apagón y el ascensor se detuvo, naturalmente a oscuras, entre el 2º y el 3º. Él dijo: «Caramba», y ella: «Qué miedo».
Permanecieron un rato en aquel lóbrego silencio, pero al fin el hombre dijo: «Al menos podríamos presentarnos. Mi nombre es Juan Eduardo».Y ella: «Soy Lucia».
Él decidió mover de a poco el brazo izquierdo, y así, a tientas, llegó a tocar algo que le pareció un hombro de la chica. Allí se quedó, esperanzado. Ella levantó una mano y la posó sobre aquel brazo intruso. «Tenés un lindo hombro —dijo él—, parece el de una estatua». Ella apenas balbuceó: «Tu mano me gusta, al menos es cálida».
Entonces, ya mejor orientado, el brazo masculino bajó hasta la cintura femenina. Ella tembló un poco, pero acabó sintiendo. En realidad, no tuvo tiempo de preguntar nada, porque él le cerró la boca con su boca. Lucía, un poco asombrada, sintió que aquel beso le gustaba y respondió con otro, éste de su cosecha.
Así quedaron un buen rato en aquella tenebrosa intimidad. Él preguntó: «¿Sos soltera?». «Sí, ¿y vos?»; «Viudo». Inauguraron un abrazo inédito, y así permanecieron, disfrutando.
De pronto se acabó el apagón, pero el ascensor todavía quedó inmóvil. Ambos, ya con luz, se estudiaron los rostros y sobre todo las miradas. Hubo un mutuo visto bueno.
Él dijo: «No estuvo mal, ¿verdad?». Y ella: «Estuvo lindo». Él «Me parece que el ascensor va a empezar a moverse. En Planta Baja marcaste el 5º. ¿Vas allí?». Y ella: «No, ahora voy al 7º».
Al final el ascensor arrancó y los llevó como lo haría un padrino.


Mario Benedetti, Vivir adrede, Alfaguara, Madrid, 2008, pp. 117-118.

[En aquel cuarto...], Verónica Aranda

domingo, 11 de diciembre de 2011




En aquel cuarto
las palabras no dichas,
los arces rojos.




Arce japonés, Jason Neely



Verónica Aranda, Senda de sauces, Amargord, Madrid, 2011.

[La cápsula], Pablo Gutiérrez

sábado, 10 de diciembre de 2011
Hombre y ventana, Richard Diebenkorn


A valerme por mí mismo, no me enseñaron eso. Me cuidaron con mimo, me cobijaron, me convencieron de que todo iría bien, de que nunca estaría solo. Y de pronto, en el espejo de aquella celdita de la pensión, vi la herida antigua del espino, y dentro de la herida un espejo, y en el espejo los huecos, los agujeros que me faltaban, las otras heridas viejas que no sabía que tenía hasta que entendí que estaba solo, que todos estamos solos aunque nos acaricien la nuca y nos digan no pasa nada, sigue durmiendo. Nadie deja nunca de estar solo, metido en la cápsula de piel y pelo de la que apenas logras escabullirte, y sólo una vez de verdad y ya sin remedio ni regreso. La cápsula.


Pablo Gutiérrez, Rosas, restos de alas, La Fábrica, Madrid, 2008, pp. 39-40.

[Sirvo una cerveza...], Masajo Suzuki

jueves, 8 de diciembre de 2011
La camarera, Édouard Manet



Sirvo una cerveza
a un hombre
imposible de abrazar.
Masajo Suzuki



Suzuki Masajo, Kamegaya Chie, Nishiguchi Sachiko, 70 haikus y senryûs de mujer, Hiperión, Madrid, 2011, p. 27.

[una mirada desde la alcantarilla...], Alejandra Pizarnik

miércoles, 7 de diciembre de 2011






una mirada desde la alcantarilla
puede ser una visión del mundo

la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos









Alejandra Pizarnik, Poesía completa, Lumen, Barcelona, 2000, p. 125.

[Volver], Alberto Olmos

martes, 6 de diciembre de 2011
De regreso, Camilo Waxxman


Finalmente le cuento que me voy. «¿Vuelves a tu patria?», interpela. Le respondo que sí, aunque estoy muy tiquismiquis con la gramática. También le digo que «volveré» a este país fugazmente en un momento u otro. Y nos despedimos porque ya vale de hablar.
Entonces estoy en mi casa fumando y bebiendo café (lo que yo llamo: comer) y pensando en esa evidencia como fascinante de que me voy o me vuelvo. Por indagar en la verdad, por tentar al talento, enuncio: «Nunca se vuelve a ningún sitio; siempre se va». Es la típica frase que uno puede decir o escribir y, bueno, si adoptas el rictus adecuado a lo mejor alguien se la cree. Todo está ya dicho y es muy sencillo y la cosa va de que digas algunas chorradas y poses con esmero. Volver es volver, es un verbo con un significado, y se tiene que poder volver a algún sitio para que ese verbo no caiga en una crisis existencial. Volver, se me ocurre, es ir a un sitio en el que ya has estado.
De modo que quizá morirse también es volver.


Alberto Olmos, Trenes hacia Tokio, Lengua de Trapo, Madrid, 2006, pp. 187-188.

Señales, Mario Benedetti

lunes, 5 de diciembre de 2011
Tres niños bajo un poste indicador, Tadeusz Makowski

SEÑALES

A medida que vivimos, las señales nos orientan, pero a medida que morimos nos desorientan. A veces las encontramos en el sueño, pero ésas no son de fiar. Más confiables son las que nos asaltan en el insomnio o las que nos aluden cuando nos detenemos frente a un río y hay una orilla que nos conmueve.
Si en las manos flacas aparecen arrugas, las convertimos en puños, por las dudas. Las señales más inexorables las da siempre el espejo, ese cretino, y no hay morisqueta que lo desanime.
Un pájaro puede ser una señal, también lo puede ser un cocodrilo. Todas son señales: la música, un trueno, el silencio, un viento huracanado, el canto de una alondra, la barahúnda de los niños.
Cada estación tiene su señal. El invierno, la inclemencia; la primavera, sus golondrinas; el verano, su bochorno; el otoño, la parsimonia.
El universo es un torrente de señales. Hay algunas que estallan y nos doblan de miedo, otras que acarician y nos desvanecen. Hasta la liturgia creó la señal de la cruz, claro que sin el permiso del pobre Cristo.
La señal es vestigio, cicatriz, inminencia, vértigo a la intemperie, fijación del instante. Hay señales de socorro, como el tan mentado SOS (save our souls) que por algo nace el inglés imperial.
Las señales presagian y pobre de nosotros cuando nos señalan. Para vernos libres de señales, la única solución es el olvido, pero ¿quién se atreve a esa cirugía de la memoria?


Mario Benedetti, Vivir adrede, Alfaguara, Madrid, 2008, p. 80.

Tantear la noche, Rogelio Guedea

domingo, 4 de diciembre de 2011
Pequeña estación de tren por la noche, Paul Delvaux


TANTEAR LA NOCHE

El miedo es un buen consejero; el jardín, un buen amigo. Ir al jardín se ha hecho una costumbre, una tarea. Ahí uno junta sus partes abandonadas: la fe —cuando abunda—, el rostro de una mujer, un árbol. Sentarse en la banca, al lado de un hombre de mirada extraviada, es siempre reconfortante. Luego hablarle del calor que ha hecho en el día, mientras se rasgan las vestiduras o se alcanza una flor recién nacida pero muerta. Carraspear, sonreír, volver la vista al chorro de la fuente. Tan simple como colocar sobre la mesa las migas caídas al suelo y, con ellas, hacer del pan corriente un pan ácimo. La vida como una hoja que cae, como algo que vuela. Nada está más allá del acto de mirar, silenciosamente. Si en lugar de hombre fuera uno puerta cancel o mesa o campo de palomas, ¿desde qué lado entonces dolería la vida? Sólo se trata de levantarse y caminar hasta el final de la calle iluminada. Contar los pasos, no detenerse. Mantener correspondencia con la sombra que uno es, interpretar sus lluvias, dejarse seducir. Eso quizá sea lo valedero, si valedero es vivir a ciegas.


Rogelio Guedea, Del aire al aire, Thule, Barcelona, 2004, p. 36.

[El relámpago...], Chie Kamegaya

sábado, 3 de diciembre de 2011




El relámpago
deslumbrante, y luego...
la negrura del cielo.

Chie Kamegaya






Suzuki Masajo, Kamegaya Chie, Nishiguchi Sachiko, 70 haikus y senryûs de mujer, Hiperión, Madrid, 2011, p. 52.

Las dos mitades, Ana María Shua

martes, 29 de noviembre de 2011
Amantes, Marc Chagall

LAS DOS MITADES

Charles Tripp, el hombre sin brazos, se ganaba la vida como carpintero antes de entrar en circo. Eli Bowen, el acróbata sin piernas, tenía dos pequeños pies de diferente tamaño que nacían de sus caderas y era considerado el más buen mozo de los artistas de circo. En una de sus actuaciones conjuntas Bowen conducía una bicicleta mientras Tripp pedaleaba. Los espectadores aplaudían como tontos, sin darse cuenta de todo lo que podríamos hacer si tuviéramos esa otra mitad de la que nada sabemos, la mitad que nos falta, la otra parte de estos cuerpos inacabados que sólo por ignorancia imaginamos completos.


Ana María Shua, Fenómenos de circo, Páginas de Espuma, Madrid, 2011, p. 95.

[A veces arrastramos...], Andrés Neuman

lunes, 28 de noviembre de 2011






A veces arrastramos a los otros hacia nuestra oscuridad, cuando lo que queríamos era pedirles que encendieran la luz.








Bombilla ardiente, Erik Christian



Andrés Neuman, El equilibrista (Aforismos y microensayos), Acantilado, Barcelona, 2005.

El gran espectador, Flavia Company

domingo, 27 de noviembre de 2011
Teatro pobre, Gregori Maiofis

EL GRAN ESPECTADOR

Cuando Miriam conoció a Piotr tuvo la certeza de haber topado con su príncipe azul.
La primera vez que lo vio fue tras una actuación en el Teatro Principal. Piotr esperó junto a su camerino y, al verla salir, le ofreció un ramo de rosas blancas incontables y una sonrisa silenciosa, después de la cual desapareció hasta una semana más tarde, en que se presentó de la misma manera para hacer exactamente lo mismo.
Las ayudantes de Miriam observaban con cierto recelo el extraño comportamiento de aquel hombre singular, y no dejaban de aconsejarle que se anduviese con cuidado. Entre tanto, uno de los técnicos de luces se enteró de que Piotr era un multimillonario soltero conocido por sus imaginativas excentricidades, característica que nadie supo etiquetar, pues igual podía ser positiva que todo lo contrario.
La tercera vez que Piotr acudió al teatro, provisto también de un gigantesco ramo de flores —en esa ocasión se trataba de rosas rojas—, no solo esperó a la salida del camerino, no solo le ofreció a Miriam sus flores sino que, además, habló con ella para felicitarla por su fastuosa interpretación y declararle su más rendida y eterna admiración.
Halagada hasta el no va más, Miriam ansiaba que llegara el momento en que Piotr la invitara a cenar, a compartir unas horas con él. Lo habría invitado ella, pero era orgullosa como todas las divas y temía llevarse algún chasco, de modo que prefirió esperar.
Piotr siguió visitándola con el mismo ritual cada vez: la espera, la entrega de flores, las lisonjas. Miriam llegó a salir al escenario impaciente por acabar la obra y ver si, aquel día, se producía al fin algún cambio. Piotr ocupaba todos sus sueños, tanto los que tenía dormida como los que la invadían despierta.
Por fin una noche, al salir al escenario, Miriam se percató de que solo había un espectador. Supo inmediatamente que se trataba de Piotr. Se entregó como nunca a su arte. No le cabía ninguna duda de que su admirador había por fin decidido expresarle sus sentimientos.
Pero no fue así. Tras aquella mágica noche en que no hubo declaración ni petición alguna, Piotr siguió siendo, nada más, el gran espectador —así lo habían bautizado en la compañía—. Se convirtió en el platónico amor de Miriam quien, despechada no se sabía muy bien por qué, se casó con otro hombre que jamás acudió al teatro a verla actuar. Ya se sabe que la persona junto a la que alguien se pasa la vida no siempre es la misma que consigue llegarle al corazón.


Titular: «Un multimillonario serbio adquiere el aforo completo del mayor teatro belgradés para asistir a solas a la actuación de una artista».


Flavia Company, Trastornos literarios, Páginas de Espuma, Madrid, 2011, pp. 253-254.

[Dónde dejar...], Alejandra Pizarnik

sábado, 26 de noviembre de 2011
Huesos y flores, Maia Spall


Dónde dejar mis ojos,
cuándo augurarles una estación amable.
Quiero decir:
lo que muero cada noche,
mis huesos torcidos por abrazar una sombra.



Alejandra Pizarnik, Poesía completa, Lumen, Barcelona, 2000, p. 323.

Nos pasa a todos, Ana María Shua

viernes, 25 de noviembre de 2011
En el circo, Marc Chagall

NOS PASA A TODOS

Si la contorsionista tiene artrosis y el trapecista sufre de vértigo, si a la ecuyere se le rompió el menisco por desgaste y el mago perdió los reflejos, si el malabarista tiene presbicia y una tendinitis supraespinal le impida al domador hacer restallar el látigo, qué importa, la vejez no existe. Se tiene la edad de los sueños, la edad de los deseos, la edad de la más joven de tus amantes, la edad de tu corazón. Y siempre habrá algún lugar para nosotros en el circo: solo se trata de maquillarnos un poco más cuando los años nos conviertan a todos en payasos.


Ana María Shua, Fenómenos de circo, Páginas de Espuma, Madrid, 2011, p. 72.

Protección, Julián Sánchez Caramazana

jueves, 24 de noviembre de 2011





PROTECCIÓN


Las luces no están lejos. Así se lo asegura su ángel de la guarda. Lástima que no sean las del aeropuerto.







Ángel falsificado, Teerawat Puttaworrachai



Julián Sánchez Caramazana, Venidos del miedo, Páginas de Espuma, Madrid, 2007, p. 66.

[Dormir], Carlos Edmundo de Ory

miércoles, 23 de noviembre de 2011



Cuando no puedas dormir de noche, recuerda que has estado alguna vez dormido.


Cuando estés dormido acuérdate de despertar.




Carlos Edmundo de Ory, Aerolitos, El Observatorio, Madrid, 1985.

After such pleasures, Julio Cortázar

martes, 22 de noviembre de 2011

AFTER SUCH PLEASURES

Esta noche, buscando tu boca en otra boca,
casi creyéndolo, porque así de ciego es este río
que me tira en mujer y me sumerge entre sus párpados,
qué tristeza nadar al fin hacia la orilla del sopor
sabiendo que el placer es ese esclavo innoble
que acepta las monedas falsas, las circula sonriendo.

Olvidada pureza, cómo quisiera rescatar
ese dolor de Buenos Aires, esa espera sin pausas
ni esperanza.
Solo en mi casa abierta sobre el puerto
otra vez empezar a quererte,
otra vez encontrarte en el café de la mañana
sin que tanta cosa irrenunciable
hubiera sucedido.
Y no tener que acordarme de este olvido que sube
para nada, para borrar del pizarrón tus muñequitos
y no dejarme más que una ventana sin estrellas.


Julio Cortázar

Ausencias, Mario Benedetti

lunes, 21 de noviembre de 2011

AUSENCIAS

Las cosas que nos faltan, cuántas cosas. Las que quedaron en el camino o nunca accedieron a él. Quien más, quien menos, todos llevamos una filatelia de las ausencias.
Hay partidas, adioses de los que no volvieron ni volverán. Aun en las mejores y conquistadas alegrías, sobreviene de pronto un vacío y nos quedamos taciturnos, solos, tiernamente desolados.
Por suerte cuando soñamos vuelven todos, los que todavía son y los que fueron. Y abrazamos fantasmas, almas en pena y almas en gloria. Ellos nos cuentan su impiadosa sobrevida, aunque, eso sí, marcando siempre su territorio, que es sólo invierno.
Su exilio tan pasivo, tan inerte, no está consolidado. Con su martirio, nos martirizamos, quizá porque sabemos que todo eso acaba en un opaco despertar. Viene entonces la fase de ojos abiertos, también llamada insomnio. Allá arriba esta el cielo raso, con la araña de siempre en su rincón de redes. Nos faltan manos para acariciar, labios para besar, cintura que estrechar, cuerpo que penetrar. Todo es ausencia.


Mario Benedetti, Vivir adrede, Alfaguara, Madrid, 2008, p. 56.

[Llamo dominguerismo...], Roger Wolfe

domingo, 20 de noviembre de 2011


Llamo dominguerismo al «ya se verá», a esperar hasta mañana, a guardar las cosas en el cajón. A vivir la vida como quien compra lotería, aguardando un respiro que jamás llegará. Hoy no es «siempre todavía»; hoy es siempre nunca más.


Roger Wolfe, Siéntate y escribe, Huacanamo, Barcelona, 2011, p. 74.

[Volver a empezar], Haruki Murakami

sábado, 19 de noviembre de 2011
Habitación oscura, Philip Guston


«¿Es esto un nuevo punto de partida?»
Metido en el saco de dormir, Ushikawa se encogió como una larva de cigarra y miró hacia el techo oscuro. Le dolían todos los músculos por haber permanecido tanto tiempo en la misma postura. Tiritar de frío, cenar un anpan frío, vigilar el portal de un viejo edificio a punto de ser demolido, sacar fotos a hurtadillas a esos infelices, orinar en un cubo de la limpieza: ¿era eso lo que significaba «volver a empezar»? Entonces cayó en la cuenta de algo. Se arrastró fuera del saco de dormir, vació la orina del cubo en el inodoro y tiró de la floja palanca de la cisterna. No tenía malditas ganas de salir del saco calentito, y había pensado en dejarlo como estaba, pero si, por despiste, tropezase con el cubo a oscuras, armaría un estropicio. Después regresó al saco y estuvo tiritando otro rato.
«¿Es esto lo que significa volver a empezar?»
Quizá sí. Ya no le quedaba nada más que perder. Excepto su vida. En medio de la oscuridad, Ushikawa esbozó una sonrisa semejante a una cuchilla muy fina.


Haruki Murakami, 1Q84 (Libro 3), Tusquets, Barcelona, 2011, p. 188.

[Vuelvo al origen...], Laura Rosal

viernes, 18 de noviembre de 2011
Origen, crecimiento y decisión, Ryan Buffington


Vuelvo al origen.
Vuelvo
Como un animal herido.
Como un poeta
Con la mano en la garganta.
Vuelvo.

Estoy donde debo.

Y sin embargo, nada me pertenece.
No es mío este jardín.
No estas ventanas sin respuesta.

Y entonces, el vino no me salva
Y el origen es solo
Un cerrar los ojos.
Mirar al vacío, desafiante.

Dejar caer la vida,
Rogarle que no duela.


Luna Miguel (ed.), Tenían veinte años y estaban locos, La Bella Varsovia, Córdoba, 2011.

Voluntad de estilo, Juan Armando Epple

jueves, 17 de noviembre de 2011
Libro de redacción, Kariann Blank


VOLUNTAD DE ESTILO
A Jorge Montealegre

Cuando descubrieron su asombrosa imaginación, los padres, los editores de revistas y hasta los agentes literarios comenzaron a asediarlo para que publicara sus textos. Vas a revolucionar la literatura, vas a ganar mucho dinero, vas a alcanzar la gloria. Entonces se dedicó a escribir para satisfacer las expectativas de sus benefactores, los parámetros de la crítica y las necesidades del mercado. Los relatos fueron publicados con la debida publicidad, participó en debates televisivos, autografió ejemplares, pero la inspiración y la fama se le agotaron muy pronto. Sólo cuando volvió al anonimato, ahora hambriento y decepcionado con la literatura, supo que su mejor obra la había escrito no para el público sino para la señorita Gloria, su maestra, que solía devolverle los textos marcando con su letrita doctoral Muy bueno, Bueno, Regular, saboreando de paso sus manzanas.


Juan Armando Epple, Con tinta sangre, Thule, Barcelona, 2004, p. 98.

Final, Rainer Maria Rilke

miércoles, 16 de noviembre de 2011



FINAL

La muerte es grande.
Somos los suyos
de riente boca.
Cuando nos creemos en el centro de la vida
se atreve ella a llorar
en nuestro centro.





Sin título (Máscara de la muerte), Arnulf Rainer



Rainer Maria Rilke, Nueva antología poética, Espasa Calpe, 2008 (1999), p. 129.

[La santera...], Rubén Abella

martes, 15 de noviembre de 2011
Bodegón con tarot, Carol Barbour


La santera le dijo que nunca conseguiría darle esquinazo a la pobreza. Se casaría tres veces, dos de ellas sin amor. Tendría cuatro hijos, todos sanos menos el último, que le saldría retrasado y cojo. Cerca del ecuador de su vida enfermaría gravemente por culpa de un pescado frito en mal estado. En las alucinaciones de la fiebre le vería el rostro a la muerte. Sin embargo, el final aún tardaría muchos años en llegar. Sobreviviría a todos los suyos y, fuera ya del tiempo, apergaminada por una vejez insólita, moriría sola en una casa sin muebles.
—Las cartas no mienten —le aseguró.
Yaisí salió a la calle acongojada por los designios de Orula. Caminó sin rumbo por las calzadas empedradas, convocando con todas sus fuerzas el olvido, anhelando el imposible retorno a la ignorancia.


Rubén Abella, No habría sido igual sin la lluvia, NH, Madrid, 2008, p. 102.

Siempre o nunca, Mario Benedetti

lunes, 14 de noviembre de 2011
Engranaje del reloj, Man Ray

SIEMPRE O NUNCA

Hay quienes confunden la palabra siempre con la eternidad. Antes que nada conviene aclarar que la eternidad es un cuento chino. En cambio, siempre sí existe: es una permanencia o más bien una rebanada de tiempo. Si uno dice: «En invierno siempre me resfrío», ya le está poniendo un límite, porque su vigencia no alcanza, digamos, a la primavera. O sea que se trata de una permanencia con límites. Si un hombre y una mujer se casan, creen estar unidos para siempre, y se olvidan de que en el peor de los casos ese siempre puede concluir en un divorcio, y en el mejor puede durar hasta que uno de ambos estire la pata o acaben juntos en un accidente aéreo.
Ahora bien, siempre es antónimo de nunca, y ésta sí es una palabra definitiva: cuando cierra el portal no pasa nadie, ni siquiera un misil.
Hay quienes consideran al reloj como un símbolo de siempre, porque su aguja da vueltas y vueltas y pasa y repasa por el mismo número, por la misma hora, pero en uno de sus giros puede agotarse la pila o atracarse la cuerda, y el reloj se queda sin siempre. O sea que esa palabra puede ser una vida o también un soplo instantáneo.
«Siempre fue antaño mejor que hogaño» dice el refrán, pero los refranistas a menudo exageran. Aun así, cuando en la infancia decimos siempre, la palabra abarca kilómetros y alegre pompa, pero cuando, ya octogenarios, decimos siempre, nos basta con un bostezo y también una pompa, pero fúnebre.
Lo más prudente es habilitar dos bolsillos del chaleco: uno para guardar a siempre y otro para esconder a nunca.



Mario Benedetti, Vivir adrede, Alfaguara, Madrid, 2008, p. 111.

Encuentro fugaz, Vladimir Holan

domingo, 13 de noviembre de 2011
Asurbanipal cazando, Jim Tzelepis


ENCUENTRO FUGAZ

Cuando la vida, la vida desaparecida hace ya mucho,
empieza a tostar avena para los caballos muertos en un lejano desierto
y luego, montada en ellos, viene hacia nosotros,
algún ser viviente toma en sus temblorosas manos
un ladrillo de la biblioteca de Asurbanipal
y meditando abandona el presente...
Tras un breve momento ambos se encuentran en algún lado del espacio,
pero sin detenerse siguen volando cada uno en distinta dirección,
ya que podrían reconocerse...


Vladimir Holan, Avanzando, Nacional, Madrid, 1982, p. 71.

Nadie es perfecto, Flavia Company

sábado, 12 de noviembre de 2011
Enlace peligroso, René Magritte

NADIE ES PERFECTO

«Tengo los ojos verdes, de un verde muy oscuro, rasgados, grandes. Hay gente que dice que dan miedo, porque miro con mucha intensidad. ¿Qué más? Pues tengo la boca un poco grande, con los labios bastante gruesos. Cuando me río parezco qué sé yo qué. Pelirroja, con una melena rizada hasta la cintura, muy abundante, sedosa. Casi siempre llevo el cabello recogido con cintas negras. No soy demasiado alta, la verdad, un metro sesenta y ocho. Más bien delgada, pero proporcionada, ya me entiendes. No soy especialmente huesuda. O sea, tengo de todo. No es que sea musculosa, pero he hecho bastante gimnasia y estoy en forma. Piernas largas, manos finas, pies estrechos, vientre liso. No sé si me imaginas. La piel... suave, tirando a morena. Y en verano, dorada. Me paso horas tumbada al sol. Con cremas protectoras, claro. Me encanta. Tengo veintitrés años recién cumplidos, aunque aparento alguno menos. Visto ropa casi siempre ajustada, vaqueros, minifaldas y prendas cómodas de algodón, excepto en ocasiones especiales, en que me pongo mis zapatos negros con tacones y demás. ¿A ti cómo te gusta que vistamos las mujeres, Kike? ¿Y tú, cómo eres?».
Pedro le dio al «Enter» y vio aparecer el texto que acababa de escribir en la ventana del privado que le había abierto al tal Kike. El «nick» de Pedro era Selma, y siempre daba resultado. El tío había picado enseguida y llevaban un rato «chateando». Mientras esperaba la respuesta, Pedro evitó, como tantas otras veces, mirar hacia el espejo.


Diagnóstico: Prosopografía (Descripción del aspecto físico externo de un personaje. Se opone a etopeya).


Flavia Company, Trastornos literarios, Páginas de Espuma, Madrid, 2011, pp. 83-84.

Instante, Federico Fuertes Guzmán

viernes, 11 de noviembre de 2011
Las dos caras del tiempo, R. R. Brannock

INSTANTE

A mi derecha, con un peso aproximado de noventa y seis kilogramos y un metro ochenta de estatura, toma un café solo Basilio Patiño, padre ejemplar hasta las ocho y veintitrés minutos de la pasada tarde cuando un camión se estrelló contra el automóvil en el que viajaba su hija. A mi izquierda, ochenta y cuatro kilogramos y metro setenta y uno, Ricardo Abadía, cuyo bolsillo trasero todavía guarda el pequeño cupón de cinco cifras, todas ellas coincidentes con las extraídas del bombo en el último sorteo, celebrado también a las ocho y veintitrés minutos.
Uno de ellos habla de ese instante como el último de su vida. Otro como el placentero inicio de una nueva existencia. Yo soy el instante y no estoy seguro de poder mantenerme imparcial en el combate a doce asaltos que han iniciado el horror y la dicha que Basilio y Ricardo pretenden asignarme.


Federico Fuertes Guzmán, Los 400 golpes, e.d.a., Benalmádena, 2008, p. 93.

Al teclado, Juan Romagnoli

miércoles, 9 de noviembre de 2011
AL TECLADO

El hombre escribía reconcentrado frente a la pantalla. Si los dos muchachos que irrumpieron en el departamento hicieron algún ruido, no lo advirtió. A tal punto, que dispusieron de varios minutos para hurgar en los muebles de la sala. Estaban armados. Luego ingresaron al escritorio pateando la puerta. El hombre se vio sorprendido e intentó reaccionar. Recibió algunos golpes y se tranquilizó. Los muchachos buscaban cosas de valor e insistían que dijera dónde guardaba el dinero.
—Un escritor no tiene dinero... —repetía él.
La hija abrió la puerta con su llave y entró. Los hechos ocurrieron abruptamente. Uno de los muchachos se asustó y le disparó al pecho. Cayó redonda. El otro debió contener a golpes al hombre, pero sólo pudo detenerlo con un culatazo de pistola en la nuca.
Dueños de la situación, se dedicaron a revisar el cuarto minuciosamente. Destruyeron todo. Finalmente, con las manos vacías, se marcharon.
Aturdido y dolorido, con sus últimas fuerzas, el hombre se arrastró hasta la mesa de trabajo, se estiró, tanteó el teclado y oprimió la tecla «deshacer».

La hija abrió la puerta con su llave y entró.
—Hola papá, ¿cómo estás...? —preguntó.
—Bien —dijo—; aquí, intentando escribir...



Juan Romagnoli
, Universos ínfimos, Tres fronteras, Murcia, 2009, página 37.

Disparate, Mario Benedetti

martes, 8 de noviembre de 2011
DISPARATE

En primera instancia somos un desatino y en última instancia un disparate. No sé quién se habrá ocupado de crearnos, tan indefensos, tan soberbios, tan inauditos, tan curiosos.
Sin embargo sin embargo y con embargo somos un misterio que está siempre en el borde del abismo. El universo sólo sabe burlarse de nosotros, nos abanica con la pantalla de la muerte como si fuera una novedad. ¡Si sabremos que el no existir existe!
Somos un disparate porque así y todo buceamos en la fe, buscamos el cielo cuando la lluvia lo desaparece y abrimos los brazos cuando las catástrofes nos cercan.
Somos un disparate porque elegimos el crepúsculo desde la terraza y nos metemos en la noche sin ninguna exigencia.
Aquí y allá enfrentamos paradojas, inventamos palabras de locura, paréntesis de ansiedad. Y así andamos, descalzos, por las piedras, sin que el alrededor nos haga mella.
Y mientras tanto, el mundo mudo nos contempla y el corazón nos sigue.
Qué disparate.




Mario Benedetti, Vivir adrede, Alfaguara, Madrid, 2008, p. 55.

[Justo aquí...], Tomas Tranströmer

lunes, 7 de noviembre de 2011






Justo aquí ardió el sol...
Mástil de negra vela
de hace mucho tiempo.








Velas negras a medianoche, Joshua Kruger



Tomas Tranströmer, Deshielo a mediodía, Nórdica, Madrid, 2011, p. 211.

Moradas, Alejandra Pizarnik

domingo, 6 de noviembre de 2011


MORADAS

A Théodore Fraenkel


En la mano crispada de un muerto,
en la memoria de un loco,
en la tristeza de un niño,
en la mano que busca el vaso,
en el vaso inalcanzable,
en la sed de siempre.




Vaso con flores y pared, Antonio López


Alejandra Pizarnik, La extracción de la piedra de la locura. Otros poemas, Visor, Madrid, 2007, página 30.