Me acuerdo de mi torpe forma de recordarte, desde el tropiezo original en un sueño, desde la intrépida lágrima que partía a buscarte sin haber anotado tu dirección. Me acuerdo de que imaginarte era conocerte y conocerte volver a imaginarte, como un viejo pingüino que palpando reconoce su hogar en el hielo. Me acuerdo de equivocarme y graznar palabras como escombros, el aire supo a tierra abandonada y mis ojos debieron replegarse y aprender de nuevo a volar. Me acuerdo de cuánto he deseado la alquimia, de cómo cambiaría mi voz por el pájaro que supiera susurrarte despacio la lluvia. Me acuerdo de soñarte hasta romperte, y qué importa cuando puedo tallarte eterno con mis manos rasgadas y tan turbias. Me acuerdo de la angustia que tatuó en mi piel el hueco de unas alas, de que bajo el hueso intenté lucir esta pluma tuya insomne, y el espejo sonrió al taquigrafiar tu rostro de kilómetros y el mío de años muertos o que no acertaron nunca por qué herida debían nacer. Me acuerdo de que te quise, de que aún te quiero si me permites haberte odiado alguna vez, por dejar que te ame en las astillas del abismo, por dejar en el escaparate tu piel y en mi mano la sombra, por tus ojos que regresan danzando al mismo cáliz y mientras en mi plato esa lágrima, tan distinta y tan igual a la primera, como la coreografía más exacta en mi memoria de tu luz y de tu tacto. Me acuerdo de ti, hoy y siempre y a pesar de. Me acuerdo.
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