Ella cerró los ojos, se llevó el dorso de la mano a la mejilla, se rió con risa sencilla y encantadora -todo era encantador en aquella menuda mujer- y dijo: -Me parece que estoy bebida... ¿De dónde ha salido usted?
Ivan Bunin
Ivan Bunin
La playa tenía un color invernal, como un día de sueño que antecede a un despertar de improviso y borroso. Entre la arena, la basura del verano estaba reunida en montoncitos por toda la playa en espera de que llegara el camión: la misma rutina de siempre. Al final de cada temporada, los turistas se marchaban y nos dejaban en la playa toneladas y toneladas de escombro que no servían nada más que para dar alimento a las alimañas. Alcé mis prismáticos y vi asombrosamente a una mujer haciendo el pino en la arena. Entre tanta basura, no me explicaba cómo podía guardar tal equilibrio que se supone sólo natural a los sueños: la verticalidad más absoluta. Vi que estaba desnuda. Me acerqué a trompicones, luchando entre las dunas para que la arena no se metiera en los zapatos. Decidí descalzarme y recuperarlos más tarde. Me acerqué, como digo, y le pregunté, no sin torpeza, cuál era la razón de semejante y grotesca incomodidad. Ella no respondió. Había algo en aquella mujer que me alentaba a continuar con un interés preocupado más bien por saber el motivo de semejante chifladura que un deseo de llevármela a la cama, quizá el extraño glamour de las diferentes. Ella no me respondió a pesar de mi insistencia. Probé a desnudarme y así colocarme en igual desamparo ante los espectadores que se amontonaban a nuestro alrededor. Quizá era timidez o mesura, porque ella continuaba con ese silencio palpable en el aire que ya comenzaba a cansar a la concurrencia. Mi solución de cambiar de estado y ver el mundo al revés no sirvió, sin embargo, para que ella me respondiera, más bien me hizo aprender el lenguaje de los sordos. Diez años después seguimos estando en el mismo lugar y en la misma pintoresca postura, alegrando cada verano a los miles de turistas que nos hacen fotografías y nos preguntan la razón de nuestro peripatético duelo.
Mateo de Paz
Pablo Gallo (ed.), El libro del voyeur, Ediciones del Viento, La Coruña, 2010, p. 139.
4 comentarios:
Muy buena elección.
Pese a ser un amor diferente no es un amor real...es estático y carece de comunicación, ni siquiera en su diferencia se haya esa unión especial, ya que él no es así...cambió por ella...pero ¿acaso esos cambios son permanentes? Amor artificial...
Me parece un microrrelato interesante por cuanto nos comunica. Curiosamente, creo que esa comunicación al lector es un contrasentido porque los personajes carecen de ella. Él se enamora al contemplarla, es una especie de espía que la sigue -un voyeur, digámoslo así- y se compromete con ella al permanecer en el mismo estado que la encontró. En mi opinión en toda relación siempre hay uno que cede y uno que es sordo: incomunicación y respeto. Este texto me parece estupendo.
Gracias.
Estefanía
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