"A veces hay auténticos milagros". Bonita sentencia para escucharla en boca de un sacerdote pero no en la de un médico, como a él le acababa de ocurrir. Masticaba la horrible sentencia mientras conducía bajo una lluvia inclemente. Había exigido sinceridad brutal y desde luego, no podía quejarse al respecto. Sentía ahora su vida como una bomba de relojería con fecha de denotación imprecisa. ¿No era eso precisamente la definición misma de existencia? Pero no, para él ya no era tan imprecisa. Meses, quizás años le habían dicho, también. Inmerso en su angustia no tuvo tiempo material de esquivar a aquel inoportuno gato. Le pareció notar el momento exacto en que la cabecita del felino crujía bajo la rueda. No se bajó a mirar, como habría hecho tan sólo unas horas antes, ni siquiera aminoró la marcha, no tuvo ningún sentimiento de pena ni compasión. Sólo sintió envidia.
Ilustración: Alfonso Herrero
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