Orfeo y Eurídice, Auguste Rodin
La poesía, la palabra encontrada, es el lenguaje que permite ver de nuevo el mundo, que hace reaparecer la imagen intransmisible que se oculta detrás de cualquier imagen, que hace reaparecer la palabra en su espacio en blanco, que reanima la nostalgia del hogar siempre demasiado ausente en el lenguaje que le ciega, que reproduce el cortocircuito en acto en el seno de la metáfora. Las imágenes necesitan a las palabras encontradas del mismo modo que los hombres, en quienes el lenguaje es secundario, caen perpetuamente en la necesidad de ser recompuestos por el lenguaje, de ser adictos de nuevo a la idea del lenguaje, deben encontrar el lenguaje; es decir, el verdadero lenguaje; es decir, el lenguaje en el que lo real falta, en el que el infierno asciende al mismo tiempo que Eurídice, en el que la privación les persigue a sus espaldas, en el que el deseo endereza de nuevo el cuerpo hacia adelante, erige; es decir, el lenguaje en el que la palabra falta.
Pascal Quignard, El nombre en la punta de la lengua, Debate, Madrid, 1994, pp. 71-72.
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