La caza del carnero salvaje, Haruki Murakami

martes, 27 de octubre de 2009

Hay sueños simbólicos, y hay una realidad simbolizada por tales sueños. O bien, hay una realidad simbólica, y hay sueños simbolizados por tal realidad. El símbolo es lo que podría denominarse el alcalde honorario del universo de las lombrices. En el seno de este universo, no resulta asombroso el hecho de que una vaca ande buscando unas pinzas. Y es probable que, si las busca sin desfallecer, llegue a encontrarlas, más pronto o más tarde. Aunque éste es un problema que no me concierne.

Sin embargo, en el supuesto de que la vaca pretenda hacerse con las pinzas valiéndose de mí, la situación cambia radicalmente. Sucede entonces que me veo forzado a penetrar en un universo regido por una lógica que no tiene nada que ver con la que rige en el mío. Y una vez dentro de este universo de lógica tan diferente, lo más angustioso es que las conversaciones son diálogos inacabables e incongruentes. Le pregunto a la vaca: «¿Para qué quieres unas pinzas?» Y ella responde: «Porque no tengo nada que llevarme al estómago.» Le pregunto: «Si lo que tienes es hambre, ¿para qué necesitas unas pinzas?» Ella responde: «Para sujetar la rama de un melocotonero.» Le pregunto: «¿Por qué de un melocotonero?» Ella responde: «Oye, ¿acaso no te he dado mi ventilador?» Y así podríamos seguir por los siglos de los siglos. De modo que, mientras se desarrolla esta conversación insoportablemente absurda, la vaca empieza a parecerme odiosa, y yo le resulto cada vez más antipático. Así es el universo de las lombrices. Para escapar de él, no hay más camino que tener otro sueño simbólico.




Haruki Murakami, La caza del carnero salvaje, Anagrama, Barcelona, 2009, páginas 76-77.

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