Camino entre la espuma cristalizada de una civilización. Se secó mil quinientos años a.C. nadie sabe por qué. Y no veo rastro de grandes templos que reflejaran la amenaza de dioses, ni vestigios de ejércitos y esclavos; tampoco dibujos musculados, sino de trazo aristocrático. Knossos. Si por este agujero se coló en Occidente la primera cultura volcada en los sentidos, ¿qué queda hoy de todo aquello? ¿Dónde hallar la mirilla de este palacio, neocortex de Occidente? —alguien rastrea con videocámara; se confunde—. ¿Es el voyeur aquel atrofiado que no supo aprender de los sonidos? ¿Y qué nos contaría el opuesto, que puede escuchar lejanísimas voces? ¿Acaso que no fue Teseo quien desanduvo el hilo sino el Minotauro disfrazado de Teseo, y que por eso heredamos este mundo metastático e inverso? Pero corresponde a las ruinas interrogar, ya que son el argumento del tiempo. Llevé el oído al suelo; escuché un bisbibeo de hombres y mujeres. Ensimismados, como la luz bajo la lupa, decían que el tiempo cuando es Tiempo nunca escoge para viajar la línea recta, pero tampoco la curva; se anuda sobre cualquier objeto —una taza, una idea, un pigmento— y permanece.
Agustín Fernández Mallo, Creta Lateral Travelling, Sloper, Palma de Mallorca, 2008,páginas 18-19.
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