[Sin sujeto ni pronombre], Carlos Rubio

domingo, 17 de febrero de 2013
 Noche #8, Ayao Nakamura


   La presencia constante que hay en la lengua japonesa de expresiones de cortesía hace superfluo el uso de pronombres, de posesivos, de terminaciones verbales, de sujetos. La acción verbal simplemente se entiende. En el arquetipo de una frase de la mayoría de las lenguas europeas suele haber un sujeto —un ente muy individualizado y rey de sus actos— que afirma una verdad, pero en la oración japonesa la verdad surge de manera espontánea y natural sin un ser exterior a la situación comunicativa. Es como si surgiera de la nada. Según cuenta el filósofo Nakagawa Hisayasu, Augustin Berque en su libro Vivre l'espace au Japon describe el choque cultural que experimentó cuando vio una película bélica nipona siendo todavía estudiante de japonés. En una de sus escenas finales, una enfermera joven se niega a abandonar su puesto de trabajo en el hospital militar a pesar de que las tropas enemigas van a irrumpir de un momento a otro. «¿Por qué?», le pregunta el joven y apuesto médico que está en la misma sala. La enfermera se queda callada. Pero después con brusquedad le dice sin mirarlo: Suki desu. En el subtitulado, dice Berque, aparece esta traducción: «Yo te quiero». Buena traducción, bien clara: el sujeto («yo»), el objeto directo («te»), el verbo con su desinencia en primera persona para que no haya duda alguna de quién ejerce la acción de amar («quiero»). Pero en la frase japonesa no había ni sujeto, ni desinencia personal, ni siquiera objeto o destinatario de la acción de amar. ¡Y la mujer ni siquiera miraba al hombre! El empleo del sufijo verbal de cortesía desu indica que el mensaje se dirige a una persona de estatus superior en el universo lingüístico nipón (hombre, médico) con lo cual se entiende que el sujeto latente es la persona de estatus social inferior (mujer, enfermera). El enunciado japonés no indica estrictamente nada más que la existencia de un sentimiento amoroso flotante en alguna parte de la escena… Pero ¡qué evidente así, sin sujeto ni pronombre, para cualquier japonés! Por eso, un japonés como Nakagawa apostilla este comentario: «¿De qué otra manera hubieses podido actuar la enfermera? Para designar que el sentimiento que la invadía era irreprimible, que su amor era verdadero, estaba en la obligación de no nombrarse: la verdad [en el enunciado japonés] reside en este surgimiento espontáneo y natural».


Carlos Rubio, El Japón de Murakami, Aguilar, Madrid, 2012, pp. 122-123.

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