Sombra, Andy Warhol
Un día perfecto comienza por la muerte, por la apariencia de la muerte, de una honda capitulación. El cuerpo está flojo, el alma se ha expandido, todo fortaleza, incluso aliento. No existe la facultad del bien o del mal, la luminosa superficie de otro mundo está cerca, envolvente, las ramas de los árboles tiemblan fuera. Por las mañanas él despierta despacio, como si el sol le tocara las piernas. Está solo. Huele a café. El pelaje tabaco de su perro absorbe la luz ardiente. [...]
No hay una vida completa. Hay sólo fragmentos. Hemos nacido para no tener nada, para que todo se nos pierda entre los dedos. Y, sin embargo, esta pérdida, este diluvio de encuentros, luchas, sueños... hay que ser irreflexivo, como una tortuga. Hay que ser resuelto, ciego. Pues cualquier cosa que hagamos, incluso que no hagamos, nos impide hacer la cosa opuesta. Los actos demuelen sus alternativas, he aquí la paradoja. La vida, por tanto, consiste en elecciones, cada cual definitiva y de poca trascendencia, como tirar piedras al mar. Hemos tenido hijos, pensó; nunca podremos no tener hijos. Hemos sido mesurados, jamás sabremos lo que es despilfarrar nuestra vida...
James Salter, Años luz, Muchnik, Barcelona, 1999, pp. 44-45.
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