Llueve. Oyes el sonido de la lluvia de fondo, casi imperceptible; es la banda sonora de la película de hoy. Tumbada en esa yacija, proyectas tus recuerdos hacia el frente, hacia ese techo blanco que te recibe cada mañana, nada más abrir los ojos. Ahora te gustaría despertar de esa pesadilla, descansar en una nueva realidad. Pero ya estás en la realidad, los sueños que tejes con hilos imposibles sólo existen dentro de ti. Sabes que no le importan a nadie, tú no le importas a nadie, y además, tampoco es posible entender nada. No se puede entender –tú misma tampoco entiendes- que te rompas cada vez que ves sufrir a una persona que nunca tendrá nada que ver contigo, totalmente ajena a ti, en el tiempo, en la distancia, en todo. Pero lo quieres, jamás habías estado tan segura de algo, y sabes que ese amor perdurará por siempre en tus entrañas. Sufres por él sin que siquiera se dé cuenta, en el punzante silencio, en esa oscura soledad. Y nunca podrás transmitirle tu pesar, ya lo has asumido: te pudrirás en el silencio de este lado. Sigue lloviendo. Las lágrimas se deslizan por tu rostro al compás de las gotas que golpean la ventana de tu habitación.
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