Pese a que habitualmente era de muy buen dormir, Lucas Medina estaba desvelado. Decidió levantarse para leer un rato y prepararse una relajante infusión. De vuelta en la cama, encontró a alguien en ella. Pegó un alarido, mezcla de espanto e indignación. Sobre todo al observar que el durmiente se le asemejaba tanto que ni él mismo habría podido distinguirse. ¿Estaba acostado o de pie? ¿Era él quien dormía o era otro? Intentó despertarlo, ¿despertarse? ¡El sueño pesado de siempre! Armándose de paciencia, se echó en un sofá, donde se amodorró hasta el amanecer. Ya se exigiría cuentas cuando sonara el despertador.
Carlos Vitale, Descortesía del suicida, Candaya, Barcelona, 2008, p.68.
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