Masao Yamamoto
SOLO ES AUSENCIA
Verla aquí, a mi lado, pero con sus pensamientos tan lejos, me produce un dolor difícil de describir pero, en todo caso, insoportable. En ese momento me gustaría ser otra persona.
Ha pasado casi un año y las cosas no parecen mejorar. Ella sigue perdida en un lugar del que creo no quiere salir, y al que a mí no me permite acceder. De nada sirve mi insistencia. De nada me sirve el crédito que me da lo felices que hemos sido durante estos diez años de casados, o la promesa de lo mucho y bueno que nos queda aún por vivir juntos. De nada me sirve tampoco apelar, para elevar su ánimo, a la presencia alegre de nuestra hija pequeña. Desde que Dani murió, ella ni está nunca, ni es nadie. Solo es ausencia.
Se recuperó de las lesiones pero no regresó al trabajo. No ha vuelto a querer coger el coche, ha dejado sus clases de dibujo, y ha descuidado su vida social. Pasa las horas encerrada en casa, en un estado de silencio emocional que revela dolor intenso, pero que su austeridad convierte en imperceptible. Ya no sé qué puedo hacer para ayudarle. Al principio no la dejaba a solas ni un momento, le impedía con mis gestos amorosos que asumiera las culpas, le invitaba a que jugásemos juntos con la pequeña, y trataba constantemente de hacerle reír o hablarle de cualquier cosa para sacarla de su trance silencioso. Nada de ello sirvió de mucho.
Anoche intentamos hacer el amor. Fue un acto vacuo que hoy considero casi irresponsable. Ella no estaba. Desde el accidente, mis manos la tocan pero no la sienten, mis palabras le suenan mudas, y mis ojos la miran traspasándola.
Cuando la tengo a mi lado sin que esté, me gustaría ser otra persona. Un hijo muerto, por ejemplo.
Verla aquí, a mi lado, pero con sus pensamientos tan lejos, me produce un dolor difícil de describir pero, en todo caso, insoportable. En ese momento me gustaría ser otra persona.
Ha pasado casi un año y las cosas no parecen mejorar. Ella sigue perdida en un lugar del que creo no quiere salir, y al que a mí no me permite acceder. De nada sirve mi insistencia. De nada me sirve el crédito que me da lo felices que hemos sido durante estos diez años de casados, o la promesa de lo mucho y bueno que nos queda aún por vivir juntos. De nada me sirve tampoco apelar, para elevar su ánimo, a la presencia alegre de nuestra hija pequeña. Desde que Dani murió, ella ni está nunca, ni es nadie. Solo es ausencia.
Se recuperó de las lesiones pero no regresó al trabajo. No ha vuelto a querer coger el coche, ha dejado sus clases de dibujo, y ha descuidado su vida social. Pasa las horas encerrada en casa, en un estado de silencio emocional que revela dolor intenso, pero que su austeridad convierte en imperceptible. Ya no sé qué puedo hacer para ayudarle. Al principio no la dejaba a solas ni un momento, le impedía con mis gestos amorosos que asumiera las culpas, le invitaba a que jugásemos juntos con la pequeña, y trataba constantemente de hacerle reír o hablarle de cualquier cosa para sacarla de su trance silencioso. Nada de ello sirvió de mucho.
Anoche intentamos hacer el amor. Fue un acto vacuo que hoy considero casi irresponsable. Ella no estaba. Desde el accidente, mis manos la tocan pero no la sienten, mis palabras le suenan mudas, y mis ojos la miran traspasándola.
Cuando la tengo a mi lado sin que esté, me gustaría ser otra persona. Un hijo muerto, por ejemplo.
1 comentarios:
Con qué belleza describe un estado anímico tan vacío.
Besos.
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