LAS PUERTAS DEL CIELO
Nuestro líder espiritual afirmó que aquella pócima nos llevaría al encuentro de Dios. Mis hermanos fueron cayendo uno detrás de otro, con una radiante sonrisa de oreja a oreja, pero yo no dejé que la pócima humedeciera siquiera mis labios: me tiré al suelo y simulé estar muerto. Cuando llegó la policía, era el único superviviente entre los más de doscientos acólitos cuyos cadáveres anegaban el templo. Como no había cumplido aún los quince años, pude rehacer mi vida: me casé, compré una casa y un coche, tuve tres hijos. Ahora trabajo para una empresa de electrodomésticos de nueve a seis, aunque diariamente empleo dos horas en ir y venir de la oficina. Cuando me hallo en mitad de algún atasco, suelo acordarme de las sonrisas beatíficas de mis hermanos en el instante de emprender su viaje. Tal vez —pienso entonces— también yo debí haber ingerido aquel veneno.
Manuel Moyano, Teatro de ceniza, Menoscuarto, Palencia, 2011, página 27.
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