Hace unos días compré un bonsái, para convertirlo, sin habérselo advertido previamente, de un simple árbol anónimo a sucedáneo de compañero de habitación. Tras llegar a casa con mi flamante nueva adquisición, me dediqué a buscar cómo debía regarlo, cuándo, en qué cantidad; me enteré de qué especie concreta se trataba (un acebo japonés, si mal no recuerdo), y de las peculiaridades propias de todos sus hermanos arbóreos. Pero hasta hoy no me había percatado de una cosa, no había pensado en una cuestión básica que ahora, por no tener solución, me produce una honda sensación de angustia que me acompaña como una sombra bajo los rayos de sol del mediodía. Y es que, en ningún momento, llegué a preguntarle al bonsái si quería venirse conmigo, si quería formar parte de mi vida. ¿Cómo he podido cometer semejante atrocidad? Quizás él hubiese encontrado su hábitat ideal en la tienda donde estaba en venta, quizás quisiera permanecer allí siempre y yo, en mi torpe decisión, le rompí su sueño, igual que las macetas cuando se deslizan de las manos. O puede ser que solamente desease volver a un lugar anterior de su existencia vegetal, y que yo todavía lo arrastrase más lejos, adonde su vista no alcanzase nada más que un paraje abrasado, sin vida. Pero, quizás, su ilusión más recóndita fuera abandonar la maceta que lo encadena a una triste y pequeña porción de tierra, y crecer, en libertad, rodeado de otros árboles que fueran espejos en los que mirarse cada mañana, y creer en seguir y seguir creciendo, como los pinos y los abetos, hasta un día tocar con las puntas de sus ramas un pedazo de cielo, y abrazarlo.
Pero ahora ya es demasiado tarde, ya nunca podré saberlo, ya nunca podré cambiar nada. Ahora está aquí, conmigo, y no entiendo qué puede significar su silencio. Sólo me queda cargar indefinidamente con este sentimiento de culpa, de incertidumbre, de desasosiego. Y creo que lo único que puedo hacer es tratar de meterme en su piel (mejor, en su corteza) para cuidarlo de la misma forma que me gustaría si yo algún día no fuera más que un bonsái.
2 comentarios:
Bonito relato el que haces, Raquel, sobre lo que puede pensar tu bonsái.
Profundo también, en tu línea, en tu forma particular de escribir, que a mí (no sé si es pasión de madre), casi siempre me encanta.
No te preocupes, seguro que estará encantado, compartiendo muchas horas contigo en tu nueva residencia. Además, sabrás cuidarlo perfectamente si le pones todo ese empeño del que haces gala cuando algo te interesa.
Un beso. Mamá.
Hola Raquel, pobre bonsai mria que no preguntarle...jeje seguroq ue está genial aunqeu está un poco seco eh jaja
estoy segura que cuando vas a calse se pega unas juergas...
nos vemos, saludos
lu
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