Errores irreversibles

sábado, 31 de enero de 2009

Mientras se arrojaba al vacío, se atormentó al darse cuenta de que, en su nota de despedida, se le había olvidado poner una coma.



Carta de despedida

viernes, 30 de enero de 2009

CARTA DE DESPEDIDA

En nuestro primer encuentro, todos me decían que no me fijase en ti, que había otros mejores que tú. Pero ya no podía dejarte, desde el instante en que te vi supe que necesitaba tenerte conmigo.

Hemos pasado mucho tiempo juntos, languideciendo ante nuestros problemas. Siempre te cuidaba lo mejor que sabía. Y hablábamos todos los días, ¿te acuerdas? Te decía que había que ser fuertes, que teníamos que aguantar. Yo lloraba y tú, a tu manera, también lo hacías.

Te has ido mermando sin que apenas yo percibiera nada, pues siempre te he visto con buenos ojos. Parece que la vida se ha evaporado de ti. Todos, con absoluta frialdad, te dan por muerto, pero yo no puedo, no quiero creérmelo. Sé que todavía puedes despertar, todavía puedes florecer de nuevo.

Y lo que más me duele es que me digan que me busque a otro, no comprendo cómo pueden encerrar tanta insensibilidad entre sus raíces. Pero no tienes por qué preocuparte. Desde aquí sólo quiero prometerte que, pase lo que pase, tú siempre serás mi bonsái.

[De algún modo...], Alejandro Jodorowsky




De algún modo
cada nube
es eterna




Alejandro Jodorowsky, Todas las piedras, Ediciones Obelisco, Barcelona, 2008, página 85.

Te persiguen, Verónica Casais

miércoles, 28 de enero de 2009

TE PERSIGUEN

Caminas por una calle conocida, de ésas que transitas a menudo. Puede que estés yendo a clase, tal vez te dirijas hacia el café donde sueles quedar con tus amigos, o quizá te apresures a tus lecciones de pintura. Llueve, como de costumbre. Sientes que las gotitas de agua palpitan sobre tu paraguas. Por momentos te entra frío.

Vas mirando las baldosas grises, quizá estés triste. Te despistas. Piensas un segundo en un problema, en una persona, en un encargo. Tropiezas. Consigues mantener el equilibrio. Tu mano ha asido, instintivamente, el abrigo de una de esas personas que caminan junto a ti.

Le miras, al tiempo que sueltas su gabardina empapada. Ves a un tipo normal, de estatura media y rostro corriente, sin rasgos que destaquen. Le pides disculpas, y te clava una mirada molesta, grisácea. En cierto modo, te asusta. Su expresión firme condena el sencillo e impulsivo gesto de tu mano.

Te excusas de nuevo, y echas a andar. Se te han crispado los nervios. Piensas: tal vez sea un psicópata, y parece normal pero no lo es. Quizá sea un pobre desequilibrado. A lo mejor, es un tipo corriente que tiene un mal día. Pero, ¿y su mirada borrascosa, señal inequívoca de que no es lo que aparenta?

Sigues caminando. Te falta poco para llegar a tu destino. Decides, por casualidad, desviarte un par de calles. Aprovecharás para hacer un recado. Te diriges a recoger la ropa de la tintorería, o a comprar leche, y de nuevo estás a punto de caer. Sabes que ya has vivido ese momento. Miras la mano, que se te ha escapado para agarrarse, increíblemente, al mismo abrigo negro de aquel tipo.

Lo sueltas, y sigues andando. No reparas en sus ojos de plata envejecida. Oyes pasos. Los escuchas con más fuerza que los tuyos. Es él. Sabes que te persigue. Es una sombra negra que va tras tus pasos.

Te cohíbe, te asusta, te angustia. Comprendes que es sólo una ilusión. Es un cúmulo de las emociones que te paralizan. Son tus problemas, a los que has humanizado. Es la soledad, que espera a que estés en un callejón para asfixiarte. Es una cárcel, son cadenas.

No te detengas. Seguirá tras de ti, pero has de seguir caminando. Mira al futuro, no vuelvas los ojos, y no podrá alcanzarte. Sólo es un pasado oscuro. Sólo sombra, sólo reflejo. Sólo es un fantasma.


[Los años de la vida], Kobayashi Issa

martes, 27 de enero de 2009

 Hoguera en el río, Aleksey Savrasov



Los años de la vida,
como ascuas de leña
se van quemando


Kobayashi Issa







Alberto Silva, El libro del haiku, Visor, Madrid, 2008, p. 299.

Es algo muy normal, Inmaculada Moreno

lunes, 26 de enero de 2009


ES ALGO MUY NORMAL

Una historia se acaba,
una edad, una casa, una manera
de contemplar el mundo y resolverlo.
Una historia se acaba y, como siempre,
no existe marcha atrás;
se abrió el abismo.
Fluyen los días nuevos con la inercia
de su monotonía diferente,
y en ellos van las horas componiendo
la urdimbre de la vida:
mañanas que prometen abundancia,
tardes que se reinventan su costumbre,
ocasos de abandono...
Al acecho,
un fantasma se queda, incorruptible,
para llenar de agujas las vigilias.




Inmaculada Moreno, Igual que lava oscura, Renacimiento, Sevilla, 2008, página 17.

Señales, Inma Pelegrín

viernes, 23 de enero de 2009

SEÑALES

Sus coches se detienen paralelos
en la señal de stop
unos pocos segundos, suficientes
para un breve vistazo
con el que descubrir
que el otro conductor es alguien familiar.

Los recuerdos se agolpan.

Como quien encontrase en el bolsillo
de un abrigo olvidado
un billete caduco,
continúan su marcha.


Inma Pelegrín, Óxido, Pre-Textos, Valencia, 2008, página 17.

Ára bátur, Sigur Rós

miércoles, 21 de enero de 2009

Propósito, Francisco Ruiz Noguera

domingo, 18 de enero de 2009


PROPÓSITO

Agarrarse a la vida
como en la tierra yerma
se agarran los espinos
a un pedregal reseco.

Agarrarse a la vida
como en días vacíos
se agarra la mirada
a una gota de azul
que brilla entre la niebla.



Francisco Ruiz Noguera, Arquitectura efímera, Visor, Madrid, 2008, página 13.

Cantad, Sacher Tortes, Woody Allen

jueves, 15 de enero de 2009

CANTAD, SACHER TORTES

Desde el evanescente Hubert, cuyo Circo de las Pulgas encandiló a los ingenuos en la calle Cuarenta y Dos, la zona de Broadway no ha conocido a un sinvergüenza capaz de rivalizar con Fabian Wunch, proveedor de morralla sin par. Calvo, fumador de puros y más flemático que la Muralla China, Wunch es un productor de la vieja escuela que, físicamente, se parece no tanto al dramaturgo y empresario teatral David Belasco como al asesino «Kid Twist» Reles. Dada la contumacia con que ha producido sonoros fracasos, ha sido siempre un enigma del calibre de la teoría de cuerdas cómo consigue reunir dinero para cada nuevo holocausto teatral.

Así las cosas, estaba yo el otro día examinando un disco de Rusty Warren en Colony cuando de pronto, mientras un fornido brazo enfundado en un traje de Sy Syms se enroscaba en torno a mis omóplatos, a la vez que mi hipotálamo quedaba trastocado por la mareante mezcla del tufo a caliqueño y el aroma a lilas del aftershave Pinaud, sentí que el billetero se contraía instintivamente en mi bolsillo como un abulón en peligro de extinción.

-Vaya, vaya -dijo una voz áspera y familiar-, precisamente el hombre a quien yo quería ver.

Me contaba entre las personas legalmente incapacitadas por enajenación mental que habían invertido en varios de los proyectos infalibles de Wunch a lo largo de los años, siendo El caso Beleño Negro la última de sus propuestas, una crónica importada del West End sobre la invención y fabricación de la ducha regulable.

-¡Fabian! -exclamé con fingida cordialidad-. No hablábamos desde tu desagradable altercado con los críticos la noche del estreno. A menudo me pregunto si rociarlos con gas pimienta en realidad no empeoró las cosas.

-Aquí no puedo hablar -dijo furtivamente el simiesco empresario teatral-, no vaya a ser que algún tarado me oiga contarte una idea que con toda certeza metamorfoseará nuestros patrimonios netos a cifras a las que solo los astrónomos encontrarían sentido. Conozco un pequeño restaurante en el Upper East Side. Invítame a comer y te concederé el privilegio de participar en un espectáculo que dará tales ganancias que, solo con lo que generen las simples compañías itinerantes, los hijos de tus hijos vivirán rodeados de rubíes del tamaño del fruto del árbol del pan.

De haber sido yo un calamar, este preámbulo habría bastado para provocarme una eyaculación de tinta negra y, sin embargo, antes de que pudiera llamar a voces a la policía antidisturbios, me vi transportado, como quien cambia de escenario en la pantalla de una videoconsola, al otro lado de la ciudad, hasta un modesto restaurante francés donde, por la módica suma de doscientos cincuenta dólares el cubierto, uno podía comer igual que Iván Denisovich.

-He analizado todos los grandes musicales -explicó Wunch mientras pedía un Mouton del 51 y el menú de degustación-. ¿Y qué tienen en común? ¿A ver si lo adivinas?

-Una letra y una música extraordinarias -me aventuré a contestar.

-Pues claro, memo. Esa es la parte fácil. Cuento con un genio aún por descubrir que compone canciones de éxito como los japoneses producen Toyotas. Ahora mismo el chico se gana la vida paseando perros, pero he tenido acceso a su obra y es todo aquello que a Irving Berlin le habría gustado hacer si las cosas le hubieran ido de otra manera. No, la clave está en un gran libreto. Y ahí entro yo.

-No sabía que lo tuyo fuera la pluma y el papel -comenté mientras Wunch, succionando, vaciaba las conchas de sucesivos caracoles.

-Y volviendo a nuestro espectáculo... -prosiguió-. Fun de Siècle..., y notez bien el travieso juego de palabras: digo fun, «diversión», no fin. Es una alusión a Viena, donde transcurre la acción.

-¿La Viena contemporánea? -pregunté.

-No, bobo. Una época más antediluviana, con las titis en carruajes y vestidos al estilo My Fair Lady o Gigi, además de un sinfín de bohemios y bichos raros que cantan melodías de ayer y hoy por toda la Ringstrasse. Sólo Klimt, sólo Schiele, sólo Stefan Zweig, y un paleto con bastante buena presencia que atiende al nombre de Oskar Kokoschka.

-Todos ilustres personajes -intervine cuando los carrillos de Wunch se tiñeron de color carmesí enhomenaje a la región francesa de Burdeos.

-¿Y por qué hembra pierden el culo todos esos nombres de marca? -prosiguió-. ¿Cuál es el gancho romántico? Una bomba sexual de la ciudad llamada Alma Mahler. Habrás oído hablar de ella. Se los cepilló a todos: a Mahler, a Gropius, a Werfel... Tú di un nombre y seguro que también se lo pasó por la piedra.

-Pues no sé...

-Pues yo sí lo sé. Es decir, claro que me tomo sutiles licencias con la narración. Si no, chaval, traeríamos al mundo un peñazo. También estoy modernizando el lenguaje. Como cuando Bruno Walter se encuentra con Wilhelm Furtwängler y dice: «Eh, Furtwängler, ¿irás a la barbacoa de Rilke el sábado por la noche?». Y Furtwängler contesta: «¿La barbacoa?», como si fuera evidente que no lo han invitado, y Walter va y dice: «Uy, perdona. Me da que debería haber mantenido cerrado este buzón que tengo por boca». ¿Me explico? El diálogo ha de tener un ritmo urbano actual.

Mientras Wunch acometía su foie a la sartén, empecé a sentir un progresivo entumecimiento en varias de mis vértebras clave y me aflojé la corbata en un esfuerzo por respirar.

-Así pues -continuó-, primero viene la obertura, que yo veo como algo ligero y pegadizo, pero en la escala dodecafónica, a modo de guiño a Schönberg.

-Pero, en buena lógica, habiendo tantos y tan hermosos valses de Strauss... -atajé.

-No seas bucéfalo -dijo Wunch con un gesto de desdén-. Eso lo reservamos para la apoteosis final, cuando el público se muera por un respiro después de dos horas de atonalidad.

-Ya, pero...

-Entonces se levanta el telón y se ven los decorados, todo estilo Bauhaus.

-¿Bauhaus?

-En el sentido de que la forma sigue a la función. De hecho, en la primera canción, Walter Gropius, Mies van der Rohe y Adolf Loos cantan «La forma sigue a la función», igual que Guys and Dolls empieza con Fugue for Tinhorns. Acaba la pieza, ¿y quién entra si no la propia Alma Mahler? Y con un vestido que la mismísima Jennifer Lopez descartaría por exiguo. Acompaña a Alma su marido compositor, Gustav. «Vamos, agonías», dice ella, «andando.» Y el frágil tonadillero contesta: «Solo un strudel más. Necesito mantener alto el nivel de azúcar en la sangre para no sumirme en mi cotidiana obsesión por la mortalidad».

»Entretanto -se explayó Wunch-, resulta que Gropius le ha echado el ojo a Alma, cosa que a ella la pone, y canta «Cómo me gustaría tener a Gropius en la grupa». Acabada la primera escena, se apagan las luces y, cuando se encienden al principio de la segunda, ella vive con Gropius y lo engaña con Kokoschka.

-¿Y qué fue de Gustav, el marido? -inquirí.

-¿Y tú qué crees? Regodeándose en su cuelgue por Alma, contempla el Danubio desde un puente, listo para saltar, cuando pasa por allí en bicicleta el mismísimo Alban Berg.

-¡No!

-«Eh, colega, no estarás pensando en tomar la vía del cobarde, ¿verdad?», pregunta. Mahler desahoga sus penas conyugales con él, y Berg le dice que tiene la solución idónea. Le habla de un tío con barba, uno que vive en el número diecinueve de Bergasse y que por unos pocos pfennig la hora..., que por alguna razón el gurú ha reducido a cincuenta minutos, no me preguntes por qué..., le puede reajustar la mollera.

-¿El diecinueve de Bergasse? Un momento. Mahler nunca fue paciente de Freud -protesté.

-Da igual. Lo presento como un tartamudo compulsivo, cosa que despierta la curiosidad de Freud. Un trauma infantil. Una vez Mahler vio ahogarse en nata montada al burgomaestre de la ciudad. Ahora lo revive. En el centro del escenario baja un diván y Freud canta una extraordinaria pieza cómica, «Usted diga la primera gilipollez que le venga a la cabeza». Como es lógico, tratándose de Freud, todo son dobles sentidos y hacemos una pequeña sátira de las convenciones vienesas, mostrando que incluso a un gran compositor de sinfonías como Mahler, inconscientemente, lo único que le pone son los corsés, la cerveza y el ragtime, pese a que se gana las habichuelas explotando lo sublime. Freud desbloquea a Mahler para que pueda componer otra vez y, gracias a ello, Mahler vence su arraigado miedo a la muerte.

-¿Y cómo vence Mahler su miedo a la muerte? -pregunté.

-Muriendo. He llegado a esa conclusión: no hay otra manera.

-Fabian, veo en eso ciertas lagunas. No explicas nada del bloqueo creativo de Mahler. Sólo has dicho que estaba abatido por la pérdida de Alma.

-Exacto -confirmó Wunch-. Por eso mismo le pone una demanda a Freud por negligencia profesional.

-Pero si está muerto, ¿cómo puede poner una demanda?

-Yo no he dicho que la historia no necesite pulirse, pero para eso están mis ayudantes Boston y Filadelfia. Bien, como te decía, Alma está liada con Kokoschka y se la pega a Gropius, con el que vivía. ¿Captas la ironía? Ella canta «Coqueteo con Kokoschka», pero los acordes menores de la música insinúan otra cosa. Además escribí una escena brutal en la que Gropius, en un café, acusa a Kokoschka de pintarrajear su edificio de oficinas recién construido. «Eh, Kokoschka», dice, «tú has embadurnado de un icor opaco mi último hito arquitectónico, las nuevas Torres Basura.» A lo que Kokoschka contesta: «Si a esas cajas de embalar las llamas arquitectura, pues sí, he sido yo». Encolerizado, Gropius le arroja su ración de Tafelspitz a Kokoschka, cegándolo por un instante, y exige una satisfacción.

-Un momento -dije-. Esos dos gigantes nunca se batieron en duelo.

-Tampoco se batirán en nuestra pequeña vaca lechera, porque justo en el último momento llega Werfel disfrazado de deshollinador, y Alma se marcha con él, dejando a los dos mozos con el corazón partido. Entonces ellos cantan lo que puede llegar a ser la pieza sarcástica más sofisticada en la historia de Broadway: «Mi preciosa Schnitzel, eres la Wurst». Fin del primer acto.

-No lo capto. ¿Por qué Werfel aparece disfrazado de deshollinador? Y sigo sin entender algo: ¿cómo es posible, si Mahler ha muerto, que Alma y él vuelvan a reunirse más adelante como ocurrió en la vida real?

Yo tenía un sinfín de perspicaces preguntas; más valía plantearlas en ese momento, antes de que un público de pago menos benevolente optase por repartir instrumental de destripamiento.

-Werfel tiene que camuflar su identidad -explicó Wunch- porque Kafka está en la ciudad y quiere que le devuelva la única copia de su nueva obra maestra, un relato que prestó a Werfel y que este, a falta de confetti para un desfile, se vio obligado a triturar. En lo que se refiere a la reconciliación de Alma y Gustav, ella primero engaña a Werfel con Klimt y luego traiciona a Klimt posando desnuda para Schiele.

-Pero...

-No me digas que eso no ocurrió. Todas esas titis en liguero que dibujó Schiele... ¿Por qué no podría ser Alma Mahler una de ellas? Pero da igual, porque, antes de que puedas decir «Francisco José», deja plantados a Schiele y a Klimt, y conforme nos acercamos a la mitad del segundo acto, la encontramos cohabitando nada más y nada menos que con su eminencia Ludwig Wittgenstein. Los dos cantan a dúo «Sobre aquello de lo que no podemos hablar debemos permanecer callados». Pero la cosa no prospera, porque cuando Alma dice «Te quiero» a Wittgenstein, él analiza sintácticamente la oración y rebate una por una la definición de cada palabra. El coro baila durante el nacimiento de la filosofía del lenguaje, y Alma, dolida pero con la libido intacta, entona a pleno pulmón: «Pálpame, Popper». Entra Karl Popper.

-¡Alto ahí! -dije, asaltado por la visión de un público huyendo en tropel por los pasillos como caribús en época de migración-. No me has explicado una cosa: ¿desde cuándo te dedicas a escribir guiones? Creía que te dabas por satisfecho con salir en los créditos como productor.

-Desde el accidente -contestó Wunch, llevándose meticulosamente la cuchara a la boca con las últimas moléculas de profiteroles-. Mi querida esposa y yo estábamos colgando un cuadro cuando ella intentó clavar un clavo en la pared: me dejó grogui con un martillo de punta redonda. Debí de estar fuera del mundo mis buenos diez minutos. Cuando desperté, descubrí que era capaz de escribir exactamente igual de bien que Chéjov o Pinter. Todas estas fantasías que te acabo de contar se me han ocurrido mientras me afeitaba. Oye, ¿ese que acaba de entrar no es Stevie Sondheim? Cuenta hasta cincuenta, y me tendrás de nuevo aquí. Quiero plantearle una idea antes de que vuelva a desaparecer. El pobre debe de estar haciéndose viejo. La última vez que me dio su número de teléfono faltaba un dígito. Ponte cómodo y te contaré con todo detalle la apoteosis de mi obra ante un Courvoisier.

Y dicho esto, se dirigió entre las mesas hacia un hombre que se parecía al autor del musical A Little Night Music. La última imagen que vi cuando me pinché el dedo y firmé la cuenta con sangre del grupo O negativo fue la de Wunch en ademán de sentarse en un reservado, sin invitación previa, ante las protestas cacofónicas del abochornado ocupante. En lo que se refiere a mi apoyo a Fun de Siècle, en el mundo de las tablas existe la antigua superstición de que cualquier obra en la que Franz Kafka esparce arena por el escenario y ejecuta un número de claqué con zapatos de suela blanda entraña demasiado riesgo.




Woody Allen, "Cantad, Sacher Tortes", Pura anarquía, Tusquets, 2007.

[En la salida de la M-40...], Olvido García Valdés

miércoles, 14 de enero de 2009


En la salida de la M-40, dirección A-6,
en los desmontes entre la autopista
y el acceso –tierra de nadie–,
un pequeño huerto cultivado.
Al lado del chamizo
arranca malas hierbas. Pide
a la tierra la vida, quizá setenta años,
ruega a Perséfone. Casa y huerto. Sentir
el sol. El túnel enseguida húmedo y largo.




Olvido García Valdés, Y todos estábamos vivos, Tusquets, Barcelona, 2006.

[Vuelan gaviotas...]

lunes, 12 de enero de 2009


Vuelan gaviotas
buscando su lugar
allí en el cielo.



[No hay cielo ni tierra..], Hashin

domingo, 11 de enero de 2009



No hay cielo ni tierra
Sólo nieve
que cae eternamente




Alberto Silva, El libro del haiku, Visor, Madrid, 2008, p. 282.

Cursilina, Jorge Llopis

jueves, 8 de enero de 2009

CURSILINA

Margarita está frita. ¿Qué tendrá Margarita?
Su boquita chiquita se marchita contrita
con bostezos de triste e infeliz boquerón.
Margarita no dice más que cosas vacías,
y al que coge por banda la mitad de los días
o le da la tabarra o le atiza un tostón.

El crepúsculo dora la discreta persiana;
ferroviaria, la tarde con su luz provinciana,
en el río se rasca sus narices de añil,
y en la calle despierta con rebuznos de establo,
se pasea don Lucas, se pasea don Pablo,
se pasea don Cosmeo, se pasea don Gil.

Margarita se aburre en su silla de enea;
vocinglera, su madre, por la casa pasea,
y su padre se toma una caña en el bar.
Margarita no tiene pebeteros ni pomos,
y en lugar de los sándalos y de los cinamomos,
el olor del repollo embalsama su hogar.

¿Piensa acaso en el príncipe de una tierra confusa
(Margarita es tontarria, Margarita es obtusa),
o en un hombre maduro o en un tierno doncel?
¿O en el rey del boato y la dulce fanfarria
(Margarita es obtusa, Margarita es tontarria),
que la lleve a los toros de Cacarabanchel?

¡Ay, la pobre muchacha de los senos homófonos,
quiere ser una artista y comerse micrófonos,
como todo el que piensa que maullar es cantar,
y almorzar con caviares y cenar con mariscos,
y firmar mil autógrafos, y grabar muchos discos,
que a comprar va su padre, el que estaba en el bar!

Margarita no tiene refulgentes joyeles,
ni dragones rampantes, ni fogosos corceles,
ni románticas dueñas de brial y runrún;
Margarita no cumple treinta y siete castañas,
y ha de darse prisa con truquitos y mañas,
si no quiere quedarse a the Valencia's moon.

Y no reina en las tierras del País de las Brumas,
ni en los vastos imperios de las Blancas Espumas,
con sus olas que vienen y sus olas que van.
En su vida son pocos los momentos triunfales;
solamente fue reina de unos juegos florales,
que mantuvo y retuvo, como siempre, Pemán.

¡Oh, quién fuera el lirófono que en la noche rechina
(Margarita es idiota, Margarita es cretina),
mariposa que sueña en un cielo ideal,
y si piensa que a tientas va a palpar el nelumbo,
al buscarlo sus manos, se le vuelve higo chumbo,
que es la máxima gala de la flora local!

¡Calla, calla, monada! -dice el Hada Violante-
(Margarita es pesada, Margarita es cargante),
en un ocho cilindros llega ya triunfador
el gentil financiero que tu amor presentía,
don José Iparraguirregorritiechevarría,
que maneja "Iberduero", "Marcabril" y "Exterior".


Jorge Llopis, Las mil peores poesías de la lengua castellana, Ediciones Espuela de Plata, Sevilla, 2008, páginas 339-341.

[Había penetrado profundamente...], Sam Shepard

martes, 6 de enero de 2009
Campo abierto, Eric Lowenbach


Había penetrado profundamente en las treinta y dos hectáreas de pastos que acababan de brotar y la cabeza no paraba. Podía ver a través de las verdes hojas las marcas dejadas por el tractor en su última pasada. Las profundas depresiones de las huellas del ganado en los sitios en donde el suelo estaba embarrado y se lo habían comido todo y sólo quedaba un corto rastrojo amarillo. Más o menos cuando atajaron el incendio. Oía a mi cuerpo que quería irse y tenderse, pero mi cabeza no le hacía caso. Vi que aquí, al aire libre, era mucho más fácil determinar la hora. Todo aquí entendía íntimamente que el sol se estaba yendo. Hasta los halcones lo dejaban para el día siguiente.

Seguí pensando que allá en el establo había alguien que me llamaba. Oía en realidad su voz y me volví a mirar. No había nadie.

Me volví hacia la extensión de tierras y me pregunté hasta dónde ir. Exactamente la misma pregunta que me hice antes, cuando nadaba en el océano. ¿A partir de qué lugar empieza a ser peligroso seguir alejándose? Y comprendí que uno se lo pregunta cuando ya empieza a creer que ha ido demasiado lejos.

18/12/79
Petaluma, Ca.



Sam Shepard, Crónicas de motel, Anagrama, Barcelona, 1985, página 116.

[No sabiendo si existo...], Leopoldo María Panero

lunes, 5 de enero de 2009

No sabiendo si existo
no sabiendo
a solas no sabiendo, rodeado de flores pálidas
que habitan el cemento
y la áurea paloma a la que embisto
sin saber todavía si yo existo.

Diciembre, Ángel González

sábado, 3 de enero de 2009


DICIEMBRE

Diciembre vino silenciosamente,
estirando las noches hasta casi
juntarlas:
el alba a pocas horas de distancia
del crepúsculo lleno de tristeza,
y un mediodía sin sol,
un mediodía
de pájaros ocultos y apagados
ruidos,
con bajas nubes grises recibiendo
el sucio impacto de las chimeneas.

Diciembre vino así, como lo cuento
aquel año de gracia del que hablo,
el año aquel de gracia y sueño, leve
soplo de luces y de días,
encrucijada luminosa
de lunas hondas y de estrellas altas,
de mañanas de sol, de tardes tibias
que por el aire se sucedían lentas
como globos brillantes y solemnes.

Pero diciembre vino de ese modo
y cubrió todo aquello de ceniza:
lluvia turbia y menuda,
niebla densa,
opaca luz borrando los perfiles,
espeso frío tenaz que vaciaba
las calles de muchachas
y de música,
que asesinaba pájaros y mármoles
en la ciudad sin hojas del invierno.

Pájaros muertos, barro, nieve sucia,
lanzó diciembre sobre el año, y todos
abandonamos en silencio
su ámbito feliz, pisando indiferentes
los restos consumidos de sus cosas,
el envoltorio de sus alegrías,
dejándolo cubierto de papeles
y rotas luces,
oquedad sumergida
en decepción y desfallecimiento,
como la sala de un teatro, cuando
el telón cae, finalizando el drama.

De esa forma dejamos aquel año,
sórdido
recinto
manchado de recuerdos derribados
y deseos oscuros
y nostalgia
-y por qué no también remordimiento-
sin mirar para atrás,
sin querer enterarnos
de su agonía lívida a las puertas de enero.




Ángel González, Antología poética, Alianza Editorial, Madrid, 2007, pp. 61-63.