A Concepción Cantelar
Abro una puerta: hay cielo, espigas en los calcetines, una cometa, el aroma a madera dulce de un lápiz, canicas, cuadernos rayados, el mercurocromo que no cesa, una pulida piedrecita de playa.
Abro otra: hay renuncias, un despertador, el llanto del niño-jabato, manos sobre un cuerpo desnudo con piel de naranja sanguina, ráfagas de risa, la sirena en la fábrica, el ímpetu entendido como los rápidos de un río, una llamada de teléfono, ilusiones lastimadas.
Abro una más: hay caminos surcados y acatamientos, ritos de despedida, un banco al sol, la cal de las venas, un médico musitando algo en el pasillo blanco, recuerdos como heno quebradizo, temor.
Abro la última puerta: hay oscuridad inmaculadamente blanca.
Abro una más: hay caminos surcados y acatamientos, ritos de despedida, un banco al sol, la cal de las venas, un médico musitando algo en el pasillo blanco, recuerdos como heno quebradizo, temor.
Abro la última puerta: hay oscuridad inmaculadamente blanca.
Ángel Olgoso, La máquina de languidecer, Páginas de espuma, Madrid, 2009, página 121.
1 comentarios:
Si en lugar de puertas prefieres ventanas, no dejes de visitar:
http://tristezadetren.blogaliza.org/
Publicar un comentario