Hay buzones al borde
de la arcada,
pero esos no.
No esos.
Seguir un buzón
expedito, sin nombres.
Seguirlo a diario, con gafas oscuras.
Observar al cartero,
que sin mirar,
pasa de largo, dejándolo aún
más vacío.
Y seguir siguiendo,
otro día,
y otro más y seguir
custodiando una ausencia.
O escribir.
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Virginia Aguilar Bautista, Seguir un buzón, Renacimiento, Sevilla, 2010, página 11.
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