REGURALIDAD
El sentido de la realidad se basa en la repetición. O al menos eso afirmaba Roberto R. R., quien, una vez jubilado, decidió organizar su existencia de forma todavía más metódica que la que había marcado los cuarenta años precedentes de ordenada vida laboral. Sus días eran todos iguales (la recurrencia es orden, se decía), nada alteraba el programa que había diseñado. Ni su mujer, que había adoptado sin protestar sus manías más por amor que por convencimiento de que esa fuera la forma ideal de enfrentarse a su vejez.
Roberto R. R. cumplía su plan diario a rajatabla. Todo tenía un horario y un ritmo fijos: levantarse, acostarse, comprar el pan y el periódico (las gentes del pueblo ajustaban sus relojes al verlo pasar), los tres paseos por la montaña (el primero, por la mañana, a solas; el resto por la tarde y en compañía de su mujer), la distancia exacta a recorrer en esos paseos, la duración de la siesta (nunca más allá de treinta minutos)... Un plan diario donde no había espacio para la improvisación y que Roberto R. R. acometía siempre con la misma voluntad y regocijo. Era feliz en esa monotonía cotidiana compuesta de instantes eternizados.
Tan cartesiano sistema se vio alterado hace un mes: la muerte lo sorprendió en cama pocos minutos antes de las 7.30 a. m., hora a la que se levantaba como un resorte cada día sin necesidad de despertador. Esa mañana, su mujer pudo dormir un rato más.
David Roas, Distorsiones, Páginas de espuma, Madrid, 2010.
Roberto R. R. cumplía su plan diario a rajatabla. Todo tenía un horario y un ritmo fijos: levantarse, acostarse, comprar el pan y el periódico (las gentes del pueblo ajustaban sus relojes al verlo pasar), los tres paseos por la montaña (el primero, por la mañana, a solas; el resto por la tarde y en compañía de su mujer), la distancia exacta a recorrer en esos paseos, la duración de la siesta (nunca más allá de treinta minutos)... Un plan diario donde no había espacio para la improvisación y que Roberto R. R. acometía siempre con la misma voluntad y regocijo. Era feliz en esa monotonía cotidiana compuesta de instantes eternizados.
Tan cartesiano sistema se vio alterado hace un mes: la muerte lo sorprendió en cama pocos minutos antes de las 7.30 a. m., hora a la que se levantaba como un resorte cada día sin necesidad de despertador. Esa mañana, su mujer pudo dormir un rato más.
David Roas, Distorsiones, Páginas de espuma, Madrid, 2010.
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