Sandra Mailbox es una mujer solitaria, abstraída, pasiva, servicial, cuerpo recio y saludable, querencia irresistible por los trajes de chaqueta amarillos.
Sandra Mailbox tiene una boca amplia, turgente en labios, una abertura horizontal que le recorre la cara de oreja a oreja con generosidad de ranura.
Si se la observa bien, Sandra Mailbox parece un buzón.
Cuando cada mañana se mira al espejo, Sandra Mailbox busca y asume en el reflejo, resignada, su perfil postal.
A veces, Sandra Mailbox se detiene en plena calle, estática, la bocaza bien abierta durante horas, casi por capricho, también por consecuente asunción identitaria.
Por la noche, el estómago de Sandra Mailbox amortigua a cada giro sobre el colchón el sonido rugoso de las cartas, los paquetes, las postales que nunca llegarán a su destino.
Miguel Ángel Zapata, Baúl de prodigios, Traspiés, Granada, 2007, p. 30.
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