Direcciones, Dariusz Klimczak
Como dijo no sé quién (puede que fuera Mafalda, la gran apócrifa), lo urgente nunca deja tiempo para lo importante. Siempre se expresa este tópico como queja o disculpa, pero yo lo siento como una ley física, un axioma que permite que el mundo siga funcionando. Si lo urgente nos dejara atender alguna vez lo importante, moriríamos saturados de intensidad. Por eso, los poetas y los filósofos implosionan. Por eso al hidalgo se le secaron los sesos. Porque lo urgente es todo aquello que nos permite desentendernos y seguir vivos. Somos nuestras tareas. Somos los platos sucios, los artículos por escribir, las casas por barrer, los polvos por echar y los recados por cumplir. Somos los plazos de nuestra hipoteca, la declaración de la renta y la llamada al fontanero para que repare la caldera. Somos lo urgente. Sin ello, quedamos reducidos a pura carcasa conceptual, a un cuerpo que pide ser guillotinado por un Robespierre enloquecido.
Escribió Umbral que apreciaba la ética del trabajo porque su estética es mejor que la del ocio. La estampa de un hombre trabajando es mucho más inspiradora y honda que la de uno en huelga. El ocioso es repelente, pero no sólo en la estética que proyecta. De nuevo, la forma es el fondo. (...)
Yo no podría quedarme en lo importante. ¿Qué mente resistiría un abrazo eterno con la mujer que quiere. ¿Qué cuerpo soportaría la tensión extrema constante, el dolor inalterable y plano, homogéneo e infinito, de un amor inabarcable e indomable? Es posible que alguien haya sido capaz alguna vez. Titanes ha habido con psiques indestructibles. Pero desearlo es propio de imbéciles. Esos poetas locos que persiguen la intensidad del dolor, inventándose su propia desdicha. Esos imberbes e insoportables que ansían librarse de lo urgente para atender a la importancia de su ombligo. Todos esos aburridos desconocen el poder de lo que invocan y, si se les presentara finalmente la transcendencia que tanto anhelan, no la aguantarían ni un segundo. Huirían dejando una estela de humo como en los dibujos animados. No saben que lo urgente nos libera. La vida nos previene de la propia vida. Por suerte, siempre hay demasiadas tareas por hacer. No es mejor la estética del trabajo. Simplemente, es la única soportable.
Escribió Umbral que apreciaba la ética del trabajo porque su estética es mejor que la del ocio. La estampa de un hombre trabajando es mucho más inspiradora y honda que la de uno en huelga. El ocioso es repelente, pero no sólo en la estética que proyecta. De nuevo, la forma es el fondo. (...)
Yo no podría quedarme en lo importante. ¿Qué mente resistiría un abrazo eterno con la mujer que quiere. ¿Qué cuerpo soportaría la tensión extrema constante, el dolor inalterable y plano, homogéneo e infinito, de un amor inabarcable e indomable? Es posible que alguien haya sido capaz alguna vez. Titanes ha habido con psiques indestructibles. Pero desearlo es propio de imbéciles. Esos poetas locos que persiguen la intensidad del dolor, inventándose su propia desdicha. Esos imberbes e insoportables que ansían librarse de lo urgente para atender a la importancia de su ombligo. Todos esos aburridos desconocen el poder de lo que invocan y, si se les presentara finalmente la transcendencia que tanto anhelan, no la aguantarían ni un segundo. Huirían dejando una estela de humo como en los dibujos animados. No saben que lo urgente nos libera. La vida nos previene de la propia vida. Por suerte, siempre hay demasiadas tareas por hacer. No es mejor la estética del trabajo. Simplemente, es la única soportable.
Sergio del Molino, La hora violeta, Mondadori, Barcelona, 2013, pp. 125-126.
1 comentarios:
¡Qué bueno!
Entrar en este blog es reflexionar sobre el mundo.
Gracias.
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