Pero no habíamos ido lo bastante lejos. Sólo nos servía el extremo
opuesto del mundo para lo que buscábamos: un horizonte en el que
desaparecer, en el que volvernos lo bastante extranjeros a nosotros
mismos como para no tener que rendir cuentas a nadie, como instalados en
otro planeta o trasladados a otra existencia donde cualquier resto de
dramas, de crímenes y de vergüenzas pasadas, aún sin desaparecer del
todo, perdieran casi todo su significado. Tal es la banal aventura de
los que se van. Si a pesar de todo en la otra punta del mundo alguien
les preguntara, les gustaría poder decir: sí, ocurrió, pero en otro
sitio, en otro tiempo, y a alguien que no era yo; y ya no tiene quizás
más consistencia que una historia contada demasiadas veces, desgastada
por tan largo viaje.
Philippe Forest, Sarinagara, Sajalín, Barcelona, 2009, p. 167.
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