Amor por el agua, Christian Ludwig Attersee
Siguieron nuevas jornadas de tregua, en las que Antares aprendió a convivir con la desdicha y su opuesto, que no es la felicidad, sino la falta de acontecimientos. Pues así como lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia, así lo contrario de la desgracia no es la alegría, sino la calma.
Una noche lo despertó el deseo. Su cabeza, que durante el sueño había perdido el apoyo de la almohada, giró hacia su esposa dentro del cálido vínculo que lo animaba. Al alargar su pierna y tocar una de las caderas de Elena, Antares supo que debía satisfacer el viejo rito, la búsqueda de una saciedad común en el laberinto tantas veces recorrido. No sintió dolor ni sorpresa, sino un pavor asombrado, ante el reconocimiento de que el placer y el dolor no son sucesivos sino simultáneos, de que se puede estar vivo y muerto al mismo tiempo, sin paradoja ni solución de continuidad, como esos organismos que son planta y animal a la vez, que pertenecen a la tierra y al aire, al agua y al fuego con la misma intensidad e idéntica vocación.
Ricardo Menéndez Salmón, Niños en el tiempo, Seix Barral, Barcelona, 2014, pp. 49-50.