Cualquier escritor que haya conversado cierto tiempo con un lector atento, o leído un artículo bastante extenso a su respecto, conoce esa experiencia de inquietante extrañeza en que uno se da cuenta de la ausencia de correspondencia entre lo que ha pretendido hacer y lo que se ha entendido. Distancia que no resulta sorprendente si se piensa que, al diferir por definición sus libros interiores, aquel que el lector ha superpuesto al libro del escritor no tiene ninguna posibilidad de ser identificado por éste. [...]
Así, se podría afirmar que las probabilidades de herir a un escritor al hablar de su libro son proporcionales a lo mucho que nos haya gustado. Más allá de los motivos generales de satisfacción que pueden provocar la sensación de coincidir, el esfuerzo para ser más preciso en el enunciado de razones que nos han llevado a apreciarlo lo tiene todo para resultar desmoralizante para el autor, al confrontarlo abruptamente con lo que es irreductible en el otro, y por tanto irreductible en él mismo y en las palabras por medio de las cuales intenta expresarse. [...]
Si es cierto que los libros interiores de dos individuos no pueden coincidir, resulta inútil aventurarse en largas explicaciones frente a un escritor, que corre el peligro de que su angustia crezca a medida que evocamos lo que ha escrito, con la sensación de que le hablamos de otro libro o que nos confundimos de persona. Y con el riesgo de vivir una verdadera experiencia de despersonalización a medida que se confronta con la amplitud de lo que separa a un ser de otro.
Como vemos, cabe ofrecer un solo consejo sensato a quienes se encuentran en la situación de tener que hablar al autor de uno de sus libros sin haberlo leído: elogiarlo sin entrar en detalles. El autor no espera un resumen o un comentario razonado de su libro e incluso es preferible no proporcionárselo; espera tan sólo, preservando la mayor ambigüedad posible, que se le diga que nos ha gustado lo que ha escrito.
Como vemos, cabe ofrecer un solo consejo sensato a quienes se encuentran en la situación de tener que hablar al autor de uno de sus libros sin haberlo leído: elogiarlo sin entrar en detalles. El autor no espera un resumen o un comentario razonado de su libro e incluso es preferible no proporcionárselo; espera tan sólo, preservando la mayor ambigüedad posible, que se le diga que nos ha gustado lo que ha escrito.
Pierre Bayard, Cómo hablar de los libros que no se han leído, Anagrama, Barcelona, 2008, pp. 111-113.
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