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Así es como se manifiesta mi pensamiento, a cuyo fluir denominaré a partir de este instante walterismo. «¿Y en qué consiste ese repentino movimiento filosófico?», se preguntarán ustedes, carcomidos sin duda por ese pavor que les produce en sus pequeños espíritus la aparición de cualquier novedad de alcance cósmico, por corto que ese alcance sea. Pues bien, para ir familiarizándose con el concepto de walterismo, les propongo que repitan al menos cinco veces el siguiente ejercicio mental: imaginen un bosque psicológico lleno de hadas metafísicas de hermosas y largas piernas y lleno a la vez de repugnantes monstruos que vomitan estupores —si me permiten el patetismo— conocidos por los nombres de Miedo, Vergüenza, Rencor o Suspicacia —y completen la lista con cualquier sentimiento manchado con la sangre de un ángel recién nacido al que nos vimos obligados a sacrificar porque tenía las alas deformes.
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—Hay días, desde luego, en que si uno inventara un perfume le pondría de nombre Náusea.
—Todo depende del azar, ese cubilete de dados que agita un simio epiléptico.
—Lo frágil que es el mundo: un par de cristales lo deforma.
—El mal humor es una química macarra que nos convierte en un monstruo con el corazón en carne viva.
—La memoria, esa gran dama que es capaz de olvidar hasta su nombre.
—La realidad es una herida profunda e infectada, y los payasos resultan demasiado patéticos cuando resbalan en un charco de sangre.
—La sexualidad no es otra cosa que ese encuentro frontal de al menos dos errabundos fantasmas en un viejo castillo cuyos laberintos apenas intuyó Sigmund Freud: el Alma, esa ensalada de sueños, de frustraciones, de miedos y de titubeantes aspiraciones.
—Si conoces a alguien que sostiene medias teorías, rómpele su socrática nariz de patata de un derechazo aristotélico.
—Los sueños —esa especie de noveluchas escritas por una salamandra—.
—El éxito se basa más en el afán que en el azar.
—El mundo es un carnaval de veras extrañísimo en el que todas las máscaras tienen un casi imperceptible rictus de dolor y de vergüenza.
—La vida tiene dos grandes trechos: un trecho en que uno siente nostalgia del futuro y otro trecho en que uno siente nostalgia del pasado.
—La memoria: esa bolita de ruleta que se detiene en la casilla más imprevista: el 7, el 28...
—Un adulto apenas tiene sueños: ya ha entrado en el club de los arquitectos de pesadillas.
—El miedo es algo así como un alfiler clavado en una uña que se rompe dentro de la uña
—Cuando comienzas a odiar a tus héroes, mal asunto: algo se te está pudriendo por dentro.
—El peligro no es que flote en el aire: es que el peligro es un aire que no para de soplar. Con complejo de tornado.
—Incluso la mentira desenmascarada te da más prestigio que la verdad irrefutable. (Si lo aprendes pronto, te irá bien en el fraudulento y freudiano negocio de la vida.)
Felipe Benítez Reyes, El novio del mundo, Tusquets, Barcelona, 2008 (1998).
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—Hay días, desde luego, en que si uno inventara un perfume le pondría de nombre Náusea.
—Todo depende del azar, ese cubilete de dados que agita un simio epiléptico.
—Lo frágil que es el mundo: un par de cristales lo deforma.
—El mal humor es una química macarra que nos convierte en un monstruo con el corazón en carne viva.
—La memoria, esa gran dama que es capaz de olvidar hasta su nombre.
—La realidad es una herida profunda e infectada, y los payasos resultan demasiado patéticos cuando resbalan en un charco de sangre.
—La sexualidad no es otra cosa que ese encuentro frontal de al menos dos errabundos fantasmas en un viejo castillo cuyos laberintos apenas intuyó Sigmund Freud: el Alma, esa ensalada de sueños, de frustraciones, de miedos y de titubeantes aspiraciones.
—Si conoces a alguien que sostiene medias teorías, rómpele su socrática nariz de patata de un derechazo aristotélico.
—Los sueños —esa especie de noveluchas escritas por una salamandra—.
—El éxito se basa más en el afán que en el azar.
—El mundo es un carnaval de veras extrañísimo en el que todas las máscaras tienen un casi imperceptible rictus de dolor y de vergüenza.
—La vida tiene dos grandes trechos: un trecho en que uno siente nostalgia del futuro y otro trecho en que uno siente nostalgia del pasado.
—La memoria: esa bolita de ruleta que se detiene en la casilla más imprevista: el 7, el 28...
—Un adulto apenas tiene sueños: ya ha entrado en el club de los arquitectos de pesadillas.
—El miedo es algo así como un alfiler clavado en una uña que se rompe dentro de la uña
—Cuando comienzas a odiar a tus héroes, mal asunto: algo se te está pudriendo por dentro.
—El peligro no es que flote en el aire: es que el peligro es un aire que no para de soplar. Con complejo de tornado.
—Incluso la mentira desenmascarada te da más prestigio que la verdad irrefutable. (Si lo aprendes pronto, te irá bien en el fraudulento y freudiano negocio de la vida.)
Felipe Benítez Reyes, El novio del mundo, Tusquets, Barcelona, 2008 (1998).
1 comentarios:
Leí el novio del Mundo hace muchos años y aún sigo regurgitando algunos de sus aforismos. Sencillamente magistral. Lástima que Reyes casi reniegue de esta novela, como pude comprobar cuando lo conocí personalmente en Málaga el año pasado en una larga charla informal.
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