El lenguaje, una herida (la conciencia lingüística, por ejemplo, como la de un ser que sabe que va a morir y que está desamparado ante la muerte); el lenguaje, lo que puede –a veces– curar esa herida. En ese espacio —el de una herida— trabaja la poesía.
Porque somos seres de lenguaje, la poesía —que es algo así como lenguaje en su máxima intensificación; lenguaje inquieto, indagador, a veces un poco enloquecido— nos toca muy de cerca. Nos atañe especialmente. Y cuando nos dejamos guiar por ella, pueden abrírsenos puertas insospechadas.
Jorge Riechmann, El siglo de la gran prueba, Baile del Sol, Tegueste, 2013, p. 26.
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