[Frío], Philip K. Dick

lunes, 6 de octubre de 2014


   —Eh —dijo él—, ¿puedo ir contigo a Oregón? ¿Cuando tú te vayas?
   Ella le sonrió, con amabilidad y profunda ternura, para responderle que no.
   Y él comprendió, porque la conocía, que lo decía en serio. Y que no cambiaría. Se estremeció.
   —¿Tienes frío? —le preguntó Donna.
   —Sí —respondió él—. Mucho.
   —He puesto una calefacción estupenda de MG en el coche —dijo—, así que cuando estemos en el autocine... te calentarás. —Le tomó la mano, la apretó, la sostuvo; entonces, de repente, la dejo caer.
   Pero Arctor conservó aquel contacto, dentro del corazón. Aquello permaneció. En todos los años que tenía por delante, los largos años sin ella, sin verla nunca ni recibir noticias suyas ni saber nada, si estaba viva, feliz, muerta o qué, guardó el contacto en su interior, sellado, y nunca desapareció. Aquel único contacto de su mano.


Philip K. Dick, Una mirada a la oscuridad, Minotauro, Barcelona, 2006, p. 156.
  

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