A LA DERIVA
El pasajero corrió a su cuarto, buscó una hoja de papel y anotó apresuradamente: A quien encuentre esta nota el barco ha chocado contra un iceberg el capitán nos ha querido tranquilizar diciendo que sólo ha sido un roce sin consecuencias un barco de este tamaño está a prueba de naufragios yo le he dicho al oído que sé que está mintiendo recuerde que ya existe un antecedente pero él me hizo callar: por favor no me asuste a la gente con sus fantasías
si por fortuna ella lee esta nota que sepa que iba a cumplir la promesa llegar a su tierra que nunca he
Rompió con rabia el bolígrafo inútil, cogió la botella de champaña y salió a cubierta. Bebió el último sorbo, depositó la nota en la botella y la lanzó al mar.
Años después alguien encontró el texto en una tienda de anticuarios, se lo dio un amigo y éste a otro, que coleccionaba microrrelatos. Cuando apareció en una antología, mereció lecturas rápidas que servían para justificar distintas teorías. Un filólogo explicó que era una simple reelaboración del tema del Titanic, carente de fuerza creadora. Una ayudante de cátedra, que hacía sus primeras armas en la crítica, fundamentó una alegoría social sobre el viaje frustrado y la imposibilidad modernista de acceder a Europa. Un aficionado al psicoanálisis explicó que se trataba de un enmascaramiento evidente de la fantasía erótica insatisfecha: el barco, el roce, el rechazo, el bolígrafo y la bebida.
Alguien prepara una monografía sobre la literatura del absurdo, y piensa que el autor cifró aquí su visión escéptica de la condición humana.
Pero el pasajero de este barco sólo intentaba escribir un mensaje personal, no sabe si autosuficiente o incluso por culpa del bolígrafo.
Lo único que sabemos es que quedó allí, en la cubierta del barco, esperando el rescate o una respuesta.
Porque los náufragos siempre esperan una tabla de salvación, aunque sea a destiempo.
Juan Armando Epple, Con tinta sangre, Thule, Barcelona, 2004, pp. 104-105.