Persuadido de que debía abandonar la inmensa pradera de la nicotina, leyó un libro de autoayuda, y para su sorpresa consiguió dejar de fumar. A los cuatro meses comprobó que había engordado siete kilos, de modo que compró un libro de dietas adelgazantes. Ingirió varios litros de agua de sirope y abandonó la perniciosa costumbre de mezclar grasa con hidratos de carbono. A los nueve meses se diría que su figura se había estilizado tanto como agriado su carácter. Pasó un período de inestabilidad emocional, que sació mascando chicles de clorofila y gominolas, lo que le ocasionó un intenso y prolongado meteorismo, que superó tras la lectura de un clásico de la gimnasia espiritual; aprendió a respirar a la manera de los yoguis; extirpó las últimas adherencias de su antigua y malsana vida —la leche, los huevos, el café— y decoró su apartamento de soltero según los principios del Feng Shui. Al cabo de dos años, era otro hombre. Una mañana se miró en el espejo y vio un rostro exento de toxinas, transparente, de mirada fanática. Para aliviar la tensión acumulada por tanta ascesis, adquirió un libro donde aprendió los principios del tantra sexual. Como quiera que su ánimo había adquirido una extremada sensibilidad psicosomática, se sometió a varios tratamientos que aliviaran su hipocondría: acupuntura, piedras sanadoras, chikung, santería cubana, reiki, chamanismo del Altiplano, campanas tibetanas, psicomagia y regresión prenatal. Hastiado de sí mismo, abandonado por sus amigos y sus concupiscentes compañeras de viajes iniciáticos, encontró consuelo en el diván de un psicoanalista, argentino quien al cabo de tres años le hizo saber que su ansiedad se debía a algo tan pedestre como un pecho exangüe que no sació su pulsión succionadora de bebé. Una tarde maldijo a su madre, entró en un bar, compró un paquete de Marlboro y pidió un whisky. Acodado en la barra, con la primera y tóxica calada de tabaco supo que la rueda de sus hábitos volvía a girar y ascendía hacia el techo, como los aros de humo que ya expulsaba con pericia de cowboy.
Juan Gracia Armendáriz, Cuentos del jíbaro, Demipage, Madrid, 2008, pp. 25-26.
1 comentarios:
XD círculo vicioso, inevitable a veces pero se aprende de ello
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