[El azul...], Rubén Abella

domingo, 5 de junio de 2011
El azul odiaba a los perros, detestaba a los enamorados, abominaba a los propagandistas políticos y aborrecía a los niños, en especial los días de lluvia, cuando la emprendían a pelotazos contra él y lo dejaban marcado, como un rostro enorme estragado por la viruela.
Y no es que deseara vivir por siempre. El azul se sabía mortal, era consciente de que el tiempo, la lluvia y la acción corrosiva del aire terminarían por borrarlo de aquella pared centenaria. Lo que le molestaba era el empeño que todos parecían tener en despellejarlo y, sobre todo, el no saber qué ocurriría cuando él ya no estuviera.
Si al menos alguien pudiera garantizarle que le sucedería otro azul...
Entonces la cosa sería distinta. Aceptaría las laceraciones diarias con estoicismo, con alegría incluso, sabedor de que a su muerte perviviría su estirpe. Pero hasta el más recóndito átomo de su composición se estremecía al pensar que detrás de él pudiera venir otro color, que el noble azul pudiera ser reemplazado por un rojo histriónico, un verde traidor o, el pintor no lo quisiera, un amarillo sin alma.

Sin título, Mark Rothko


Rubén Abella, No habría sido igual sin la lluvia, NH, Madrid, 2008, pp. 99-100.

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